Zona Intermedia / El azar y el canto en la sextina / Silvia Eugenia Castillero
La primera vez que conocí una sextina fue en la clase de literatura medieval, en la Universidad Sorbona de París. Descubrí que la estructura de seis estrofas de seis versos endecasílabos más un remate de tres, y cuya rima es de una palabra completa que va cambiando de estrofa en estrofa en una combinación matemática, logra una secuencia sonora en espiral. La forma literaria me interesó porque París está conformada por veinte barrios que se encuentran distribuidos también en espiral. Y nuestro oído interno es una espiral.
Arnaut Daniel, trovador occitano del siglo xii, fue quien creó la primera sextina. Se sabe que era un gran jugador de dados, y se cree que tal vez jugando en una taberna tuvo la inspiración de combinar las palabras-rima de su creación poética en el ordenamiento del azar de los dados: las caras opuestas del dado (seis-uno, cinco-dos, cuatro-tres) suman siempre siete. Ése es el secreto de la complejidad de la sextina y el origen de su eufonía, cuyas rimas de estrofa a estrofa consisten en repetir la última palabra del verso seis en la última palabra del primer verso de la siguiente estrofa, la quinta en la segunda y la cuarta en la tercera.
Por otra parte, sabemos que durante esa época el castellano acuñaba los primeros brotes. Encontramos nuestra lengua en ciernes en las glosas silenses y emilianenses, notas escritas en el margen de los textos en latín resguardados en los monasterios de Santo Domingo de Silos y de San Millán de la Cogolla, respectivamente. En esas notas hay el intento de volver escritura lo que se practicaba de manera oral, un latín en el proceso de convertirse en lengua romance. Anotaciones de monjes o de sus discípulos, donde el lenguaje culto y uno de los dialectos callejeros se unen para transformarse en lo que después se constituyó como el castellano.
Estamos ante una problemática que afloró desde la incipiente Edad Media en la formación de las lenguas romances y cuyo sentido primario fue unir el sonido con el sentido de las palabras. A un mundo que se abría tenían que dar de sí los vocablos, y el meollo fue cómo poner en comunicación la materia verbal en vertiginoso cambio con palabras nuevas que surgían del mestizaje de los pueblos que transformaban su composición social, y la semántica de esa nueva materia verbal.
La sextina, ante la dificultad matemática de su composición, se vuelve una forma emblemática de ese rico periodo de la historia. Forma que pone de manifiesto la capacidad del lenguaje para lograr un objeto artístico (rítmico) a la vez que reflexivo. Una «estancia» como le llamaron los poetas del siglo xiii a la poesía, «morada capaz y receptáculo», una forma que logra apropiarse de lo que es inapresable. Sólo así, en el sendero de la danza del laberinto que conduce al corazón de lo que se mantiene a distancia (según palabras de Agamben), se entra en relación con la irrealidad y con lo inapropiable, para lograr apropiarse de la realidad y de lo positivo.
La sextina no rima, sino que juega con los sonidos. Su estructura encarna la estrella de seis puntas de David. Asociado el número seis a lo incompleto, es sin embargo la cifra del número atómico del carbono, elemento que permite la vida y es, según San Agustín, el número perfecto, pues Dios creó todas las cosas en seis días. Según Euclides es el número idóneo, ya que sus divisores coinciden con sus sumandos. Es un número par y tripartito; a la vez binario y terciario, unión de dualidad y trinidad. Espiral, laberinto, noria, la sextina se conecta con lo oculto y a su vez con lo solar por su transparente geometría.
La sextina es un antecedente de la música dodecafónica y a la vez un producto de la corriente lírica de los trovadores medievales. Heredera de una tradición forjada a través de corrientes diversas y mezclas de razas. Desde la España romanizada sometida al poder visigodo, cuyas versificaciones eran cuantitativas en sus metros y abstractas en sus contenidos, para después aligerarse con el efluvio musical de la poesía árabe que llegó con el dominio musulmán. El existir romano-visigodo se vio sacudido hasta sus cimientos, entre los siglos viii y xv, y se fue forjando una poesía musical y filosófica surgida de la coexistencia de lenguas, religiones, principios morales y jurídicos de la España mozárabe, de la convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos.
Compleja, rigurosa, lúdica, laberíntica, la sextina sedujo y sigue seduciendo a poetas de todos los siglos. Alfonso X el Sabio y Dante Alighieri percibieron en ella la música de las esferas. Alfonso escribió el Libro de los dados y Dante tiene una sextina en su Rime que sigue el modelo original de Arnaut; también se refiere a éste en la Commedia, en el canto xxvi del Purgatorio, como el «mejor forjador del hablar materno». Petrarca y Sannazaro también escribieron sextinas. Ezra Pound, gran admirador de Arnaut Daniel, escribió siglos después la sextina «Altaforte». Eliot le dedica a Pound The Waste Land, con una dedicatoria igual a la que hiciera Dante a Arnaut: «Para Ezra Poud, el mejor forjador».