Nada es más útil que el agua; pero ésta
no comprará gran cosa; nada de valor
puede ser intercambiado por ella.
Un diamante, por el contrario, tiene
escaso valor de uso; pero puede comprar
una gran cantidad de bienes.
Adam Smith
¿Por qué los diamantes cuestan más que el agua? Esta pregunta dio forma a la paradoja del valor, que devanó los sesos de los economistas clásicos en el siglo xviii, entre los más insignes, los de Adam Smith en su obra inaugural La riqueza de las naciones. En todo caso, cuando nos referimos a la relación de los seres humanos con el agua, la palabra clave no es valor, sino paradoja. Si ya en esta obra el padre de la Economía contrastaba en sus disquisiciones filosóficas y morales el orden natural y el bien común como dialécticos motivos generadores del progreso, nuestras actuales conexiones con el agua parecen seguir girando en torno a estas mismas obstinadas variables: naturaleza y cultura, individuo y sociedad, abundancia y escasez, pero quizá, eso sí, en un orden más complejo y urgente.
Como referencia a un elemento fundante y necesario, la expresión vital líquido es a la vez un tópico y una fuente generadora de tópicos: nadie cuestiona que estamos hechos casi de agua; que es esencial para la vida; que la superficie del mal llamado planeta Tierra contiene tres tercios de agua; que el agua dulce representa solamente el dos por ciento de esta proporción y el agua potable una cifra todavía menor; que está mal distribuida y que actualmente más de mil millones de personas no disponen de acceso seguro a este recurso… Ciertamente, nadie niega la importancia del agua, pero pocos parecen interesarse lo suficiente en su cuidado y preservación, de conformidad con su real valor.
Sabemos que las ciudades y las civilizaciones emergieron al pie del agua; se alimentan y se sirven de ella, pero también la consumen, la ensucian, la encierran y la desperdician. El agua es origen, principio, causa, fundamento, manantial, venero, chorro, ojo, canal, refrescante artesa; pero también desagüe, caño, hedor a miasma, desborde, cloaca, amenaza, muerte; a veces, como en el caso de nuestra ciudad, parece un enemigo imprescindible y entrañable que duerme en temporada seca.
Éstos son precisamente el contexto y algunos de los términos de la propuesta de la exposición colectiva Cuando el río suena, muestra interdisciplinaria que integra dos visiones artísticas y una científica, acerca del impacto de este fluido en nuestras vidas y, sobre todo, en la existencia de Guadalajara, esa ciudad que debe su nombre a un río, pero que aparenta preferir el asfalto.
En Si los ríos no hubieran muerto, en clave documental y poética, Florencia Guillén presenta una serie de dibujos en tinta china sobre seda; un collage de telas de distintos materiales sobre una escena imaginaria pero posible en el recién descubierto Puente de las Damas en el Barrio de Mexicaltzingo, cuyo rescate y restauración están en proceso; y un video sobre una canción interpretadaen estilo cardenche. La disposición de las piezas, que alude a una manifestación de protesta; el tono lamentoso de la canción; la variedad de texturas de las telas, que acentúa la dimensión táctil y textil de las piezas más que su condición de soporte, pero que, sobre todo, simboliza la estructura de una sociedad clasista y conservadora, fatalmente dividida por los ríos, constituyen los hilos conductores y la trama de un escenario complejo en el que se entrecruzan visiones, prácticas, intereses, representaciones e identidades en conflicto alrededor de los valores que atribuimos al agua.
Reclaimed, de Vanessa Fenton, es una serie fotográfica resultado de un viaje en automóvil por la costa de Holanda, que la llevó a interesarse, primero, por la infraestructura y los paisajes alrededor de sus numerosos canales, y después, a buscar y registrar sus paisajes estrictamente naturales, si es que tal cosa es posible. Inmersos en una cultura que sobrevive debajo de la línea de flotación, que depende del comercio marítimo, la pesca y la administración del agua y que se ha construido literalmente arrebatando su territorio al mar, a los holandeses les gusta que sus paisajes parezcan naturales, por lo que es difícil diferenciar entre uno diseñado y otro que no ha sido tocado por manos humanas. La serie se presenta como una reflexión sobre esta falsa naturaleza, o, en términos llanos, acerca de la peculiar relación de esta sociedad con su entorno. Sobre los paisajes aparentemente silvestres e impolutos, Fenton bordó las ocultas estructuras de ingeniería civil que permiten tener esa vista, que hacen posible su existencia. La textura del papel de arroz elegido como soporte y la delicadeza de los bordados superpuestos evidencian los contrastes de esos panoramas, una tensa combinación de fortaleza y fragilidad.
Como cierre de esta trilogía, la asociación civil Agua y Ciudad nos muestra gráficamente la contradictoria convivencia que ha tenido Guadalajara con el agua, en la que, más que una aliada, pareciera ser considerada un problema que hay que ocultar a toda costa. Se trata de una organización multidisciplinaria conformada por expertos en hidráulica, medio ambiente, sociología, arquitectura y urbanismo, que se ha dedicado a trabajar sobre este tema con diversos proyectos y propuestas. Encabezada por Luis Márquez, la asociación se fundó cuarenta años después de la inundación de Irapuato, su ciudad natal, acaecida en 1973, año de su nacimiento, suceso que marcaría su destino y su vocación.
Cuando el río suena puede observarse como una travesía y una deriva, con obras que son producto de viajes iniciáticos y nos invitan a repetir la experiencia. Es también denuncia y compromiso; imágenes y voces que nos interpelan sobre la necesidad de un diálogo en que se articulen los diversos saberes (artísticos, científicos, culturales, históricos) en torno a la sustentabilidad.
El tiempo, como el agua, fluye. Bajo los pies de la ciudad discurre enterrado un arroyo lento y verdoso, a la espera de oídos atentos. Quizá ya esté muerto. No está lejos el día en que la paradoja del valor se invierta y valga más el agua que los diamantes.