Preparatoria 8, 2015 B
Hacía más de dos semanas que mi amigo Gustavo había salido a explorar el mar. Recuerdo que desde pequeño siempre me contaba historias acerca del mar, historias un tanto raras; nunca lo entendí, pues hablaba de criaturas extrañas que habitaban los océanos.
“Después de todo, sólo son cuentos de niños”, pensaba al escucharlo pacientemente. Me gustaba su emoción al contar las historias pero realmente nunca le creí.
Preocupado, decidí salir a buscarlo. Contraté un pequeño barco para diez tripulantes y a la brevedad zarpamos. Transcurrieron días y días hasta que una noche, ¡mis ojos no lo podía creer!, ¡ésas criaturas!, ¡de ésas que aquél loco Gustavo hablaba!, ¡eran ciertas! Y lamentablemente teníamos uno de esos monstruos frente a nosotros que quiso atacarnos, pero algo mucho más grande lo detuvo. En ese momento decidimos regresar.
En nuestra ruta, al medio día lo encontramos. El cuerpo no estaba totalmente desnudo, llevaba su pantalón favorito sucio y roto, mas bien hecho trizas; también llevaba puestos sus guantes de trabajo. Tras tantos días a la deriva en el agua salada, el cuerpo se había hinchado. Lo levantamos y el capitán sugirió llevar los restos en un barril para que, llegando a tierra, las autoridades determinaran la causa de su muerte, aunque por dentro yo sabía que su obsesión por aquellas bestias marinas había acabado con él.
Cuando llegamos a tierra, sentí un vacío. Corrí por aquel libro que de pequeño le encantaba leer, y sin esperarlo, encontré algunas respuestas. Aquella criatura que nos atacó esa noche era un animal mitológico llamado Leviatán. Después de saber eso, solo podía pensar en el pobre Gustavo y su cruel final en garras de esa cosa. Entonces decidí realizar el sueño de mi amigo.
Años después comencé la búsqueda de esa bestia, esta ocasión no olvidé el libro de mi amigo, así sabría con lo que me encontraría. Su sueño ahora se había convertido en el mío, y así comenzó un gran viaje, muy peligroso por cierto, pero este no es el momento de contarlo…