El éxtasis violeta de Mario Heredia / Gabriela Hernández

 

Lo invoca. Se sobresalta y helo ahí.
      ¿Qué? El otro. Todo lo que él no es
      se torna en ser. Y todo ese ser gira la cara
      hecha aprisa, mejor que la suya, hacia él.
      R.M. Rilke

Me acerco a tu poemario guiada por ti. Tú me hablaste por primera vez de Cravan, de su viaje por Europa y América para encontrar a Mina Loy, su amante; sé que éste es el hilo conductor y eso es todo; lo demás lo recibo con asombro.
      El poeta inicia su travesía igual que un cuadro que se pinta a sí mismo. «La línea» relata al hombre, dibuja la pista por donde camina, «divide el púrpura» combinación de rojo y azul: tierra y cielo, mente y sentidos. «La línea» engendra al poeta, lo ilumina y lo lanza al mar. «El viento del poniente» puede ser el primer faro encontrado de otro desasosegado, Bernardo Soares, pero no, ése está en el fin del exilio. La línea instaura al poeta en el salto que conduce a lo sagrado. La poesía y la mística son experiencias hermanas, me dice Paz, penetrar en ellas «implica un cambio de naturaleza: es un morir y un nacer. La experiencia de la otra orilla está en nosotros mismos. Sin movernos, quietos, nos sentimos arrastrados, movidos por un gran viento que nos echa fuera de nosotros. Nos echa fuera y al mismo tiempo nos empuja hacia dentro de nosotros» (El arco y la lira, p. 123). De manera semejante experimenta Arthur su transformación. La inmersión le suministra recuerdos, «el olvido y la paz después de agonizar en la pequeña muerte», «la sombra pugilista» se manifiesta de diversas maneras: en la violencia del morado, en el ring flotante, en el jab disfrazado de caricia, pero también en la vehemencia de los recuerdos, de los colores de esos recuerdos: el gris tormenta, el rojo de una camisa, los pechos glaucos, el azul de los ojos, del océano, del lienzo. Los recuerdos se transforman: ahora son instante. Y entonces Arthur ase la línea y mira hacia otro faro: Mina, a quien ve sentada bajo un enorme jacarandá.
      Leo nuevamente a Paz: «Las semejanzas entre el amor y la experiencia de lo sagrado son algo más que coincidencias. Se trata de actos que brotan de la misma fuente. […] Gracias al canibalismo erótico el hombre cambia, regresa a su estado anterior. […] La mujer nos exalta, nos hace volver. Caer: volver a ser». (p. 135). Por instantes, Arthur navega hacia Mina, sus ansias de verla dirigen la línea en un retrato jamás pintado, la línea se proyecta hasta la calle Corrientes, y con la misma premura el poeta mueve su trayectoria hacia su soledad: «Caer: volver a ser». «Las alas de una gaviota pintan de otro sonido su destierro». El poeta se vuelca en el alma de los colores: «el azul esperanzador», «el incendio», «el esbozo en humo de los barcos», «el abanico mariposa de Mina»,«el horizonte erizado de ombúes y jacarandas urgidos por volar como un ejército de sepias». La línea es pincelada de ardor que se detiene en imágenes de otros tiempos y que actualiza fundiéndolas con el calor, la sed, el viento, el agua, o con los peces que la sosiegan un momento, o con el boxeo que incentiva su vigor: las calles de la vida son un ring en el cual descargar la vitalidad, la furia, el arte: «Los verdaderos artistas son los boxeadores», dices, ellos viven el golpe, por él canjean su vida, ellos viven esa libertad de posibilidad; dice Paz que «realizar esa posibilidad es ser, crearse a sí mismo» (p. 154). Es lo que vemos en tu poemario: el artista creándose.
      Cuando el poeta dirige de nuevo el pincel hacia los colores de su amante, recuerdo la idea de Paz a propósito de que «Los primeros en advertir el origen común de amor, religión y poesía fueron los poetas. […] Lo sagrado se nos escapa. Al intentar asirlo, nos encontramos que tiene su origen en algo anterior y que se confunde con nuestro ser. Otro tanto ocurre con amor y poesía» (p. 135). Y es que las tres experiencias brotan de algo que es el origen del hombre. Hay en las tres una nostalgia de algo que fue, algo primordial de lo que el hombre fue separado y a lo cual anhela volver: hacia la gran obra, el paraíso, ¿el vacío?
      El éxtasis violeta de Arthur Cravan es un recuento de ese regreso: ¿por qué volver? Cómo orientarse, ¿qué caminos elegir? Cuáles descartar, dónde detenerse. ¿Qué llevar? Qué dejar…

La línea lo dirige o es dirigida;
      el barco es su fuerza;
      los colores son caminos, encantamientos;
      los recuerdos son motivos, pretextos que se van dejando atrás;
      Mina: un faro; la mujer: tatuadora del porvenir, la esperanza;
      el espejo refleja el corazón;
      el mercurio es la regresión al estado indiferenciado, la antesala;
      el éxtasis: el viaje mismo, un trozo de mármol, un lienzo, ciento cincuenta palabras, agua corriendo incesante, el sueño que Dios no se atreve a recordar;
      el punto es el estado límite de la abstracción, el centro, el fin y el principio…

Sé que Arthur Cravan pertenece a la estirpe de poetas que desaparecieron sin dejar rastro: Saint-Exupéry, Ambrose Bierce… es un enigma que me asombra en cada uno de ellos: desterrar el yo, fundirse con la nada, o con Dios. Tu poemario es también una respuesta a este enigma.

El éxtasis violeta de Arthur Cravan, de Mario Heredia. Mantis, Guadalajara, 2014.

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