Preparatoria 13, 2014 B
En un departamento de apariencia desastrosa, yacía un joven perdido bajo los efectos de algunos narcóticos. A su alrededor sólo se vislumbraban botellas vacías, ropa y cajas de comida rápida. La noche ya se aproximaba y pronto sus suministros de droga se agotarían, al igual que su efectivo, así que tenía que buscar dinero por medio del único método que conocía. Salió de su departamento y se encaminó al teléfono público cruzando la calle, marcó un número al azar y esperó. Una voz masculina, de edad avanzada, cogió la llamada.
—Escúchame con atención, tengo a tu hija —gritó el joven, quien aún seguía bajo los efectos de la droga—. Si quieres volver a verla, tendrás que… —no terminó la frase, pues al otro lado de la línea comenzó a sonar una risa inquietante.
—A mí no me engañas con ese viejo truco —dijo su interlocutor—. ¿Enserio piensas que obtendrás lo que quieres de esta forma tan simple? Una llamada desde el teléfono público que se encuentra frente a tu casa.
El joven se paralizó. “Me han descubierto”, pensó, “¿pero cómo?” Miró a su alrededor intentando dar crédito a lo que acababa de escuchar, sin embargo, las calles estaban desiertas. Colgó rápidamente y entró en su departamento, cerró puerta y ventanas intentando no consumirse por la paranoia y recuperar la calma, mas no lo logró, dicho deseo fue interrumpido por el sonido de un teléfono celular, su teléfono celular. Miró el número marcado y se rehusó a contestar. Al instante volvió a timbrar. El joven confundido se armó de valor y atendió la llamada.
—¿Diga? —pronunció tartamudeando.
—Qué descortés el colgar sin despedirse, muchacho.
Toda la piel del joven se erizó, era la misma voz con la que había hablado hace un momento. ¿Pero cómo? Esta situación carecía de toda lógica.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres?
—¿Qué acaso ya no reconoces mi voz, la voz del que te dio la vida?
Estas últimas palabras no dieron más sentido del que tenía. “Es mi padre”, pensó el joven, mas no podía serlo, “era imposible”.
—Todo es posible, mi muchacho —dijo como si hubiese leído los pensamientos del joven—. Hijo, ¿por qué has tomado un camino tan miserable? ¿Por qué desperdicias así tu vida?
El joven no contestó al instante, sentía que todas sus extremidades temblaban.
—Ya no sé qué hacer —el hijo rompió en llanto—, no es fácil cuando te encuentras en mi situación.
—Yo siempre te brindaré mi ayuda, hijo mío, y si te sientes solo, puedes visitarme cuando quieras. —La voz de su padre le provocaba tal nostalgia y una calma que no sentía desde hacía años, parecía que todo efecto restante de las sustancias ingeridas se evaporaban.
—¿Puedo visitarte cuando quiera, incluso ahora?
—Incluso ahora —respondió con gran alegría su padre.
El joven colgó, se limpió el rostro y vistió sus mejores prendas, y, lleno de un sentimiento de paz, se encaminó a una grata visita: se encaminó al cementerio.