Entrevistas / Dolores Castro: La poesía como manera de ser y de vivir / Raúl Olvera Mijares
La maestra Dolores Castro Varela (Aguascalientes, 1923) es una de las voces más sonoras y presentes en el ámbito de la poesía mexicana. Viento quebrado. Poesía reunida (fce, 2011) recoge prácticamente la totalidad de sus libros de poemas, dejando fuera tan sólo dos de ellos, los más recientes: Sombra domesticada (2013) y Algo le duele al aire / Something Pains the Wind (2015), el cual apareció, en edición bilingüe, en la traducción de Francisco Macías. Más que la antigua y, a estas alturas, ya superada discusión acerca del verso medido, la poesía de Dolores Castro depende de una sabia combinación de consonantes y vocales, en aliteraciones suaves e insólitas, que crean un ritmo singular e irrepetible, el del propio ser humano individual, inserto en un Universo de creaturas hermanas, como son piedras, calles, troncos, árboles y animales. Leer poesía y escribirla aumenta la capacidad de vivir, de imaginar y de soñar; la vida se torna en algo con más significado, poder y milagro. El poeta como el que lleva a los hombres al constante descubrimiento ante la maravilla del ser.
Maestra, la aún reciente aparición de su poesía reunida ¿qué clase de sentimientos le suscita?
¡Ay, pues de mucha emoción! Es que siempre escribí, desde que era niña. Estaba viendo el mundo y tratando de entender. Desde que empecé a escribir, casi de manera inmediata, comencé a publicar. Eran ediciones que se quedaban en dos nocturnos, siete poemas, una antología pequeña por acá. Luego, mi hijo Gustavo me hizo una poesía casi completa en un tomo, pero eran pocos ejemplares. Después, en Aguascalientes, me hicieron dos veces un libro con poesía completa. En cuanto me hacían un libro, yo empezaba a escribir más, entonces me publicaron un tercer libro, que es muy semejante en volumen y todo al del Fondo de Cultura, ya le pusieron Poesía reunida, porque luego escribí dos libros.
El Fondo de Cultura es una editorial, no de las más antiguas, aunque sí de las más respetables de México. Cuando se quiso hacer un Fondo de Cultura Económica, se pensó que eran libros de economía, pero no, eran libros que muy pronto se dieron a conocer como universales, por su interés general; además tuvieron muchísimas sedes, por ejemplo, en España, Madrid, Colombia, Bogotá. Fueron las que yo conocí. Así que cuando me dijeron de un libro publicado ahí me dio mucha emoción; por otro lado, la edición estuvo preparada, con todo amor, por Benjamín Barajas.
Benjamín Barajas es poeta, escritor y actual director de Ciencias y Humanidades. Él efectuó una selección, no de quitar y aumentar poemas, sino de ponerlos en orden. Es una edición que vale la pena, pues tiene cronología. Jamás pensé que mi libro podría estar en tantas partes. Yo he procurado ser escritora o poeta, pero no literata. La diferencia estriba en que, cuando uno quiere escribir lo que sueña, lo que siente, lo que es, entonces es escritor. Pero cuando piensa: «Oh, en la historia de la literatura va a estar mi nombre, yo que soy tan importante», etcétera, yo siempre he odiado eso. Porque escribir tiene que ver con investigar uno hasta el fondo, no el existir solamente sino el ser. Somos en cuanto somos espíritu, en cuanto somos materia, y en cuanto estamos un momentito, así de pequeño, en el mundo pero abriendo los ojos, tratando, con todos los sentidos, de captar qué es lo vivido y, además, poderlo expresar. ¿Por qué poderlo expresar?
En primer lugar, porque expresarse es una especie de desahogo. No sólo desahogo sino un salir de sí. Ese salir de sí no es sólo para uno mismo. Si fuera sólo para uno mismo, sería como estar hablando solo, pero no es nada más para uno mismo. Si uno encuentra verdades, si uno encuentra maravillas en esta vida, uno tiene que comunicarlo. No para ser famoso sino para que otros encuentren el camino y vean más allá de la superficie, porque en la superficie es semejante todo. Si uno empieza a ahondar encuentra caminos, modos de convivencia, encuentra tesoros del sueño, de la vigilia, de la imaginación, de la capacidad de que en el sueño puedan encontrarse rutas para ser mejor como ser humano.
En su poesía, ¿qué metros, qué técnicas, que formas poéticas ha frecuentado mayormente y cuáles le resultan más entrañables?
Empecé a escribir en 1947, en esa época ya estaba el cambio de la poesía tradicional (con métrica, con rima). A partir de ese año, muchos comenzamos a escribir considerando que la poesía nació como canto; jugando canta uno, dándose emociones. Uno de los elementos de la poesía es la emoción, pero, en la poesía, las palabras cantan, aunque no sean canciones como las tradicionales. Cada época tiene su manera de cantar.
Yo empecé a escribir en verso libre sin rima pero sí procurando que las mismas palabras tuvieran musicalidad al unirse con otras palabras. Es que las vocales y las consonantes forman como una especie de melodía. Esa melodía está también dentro de un ritmo. Sin ritmo no hay poesía. ¿Cuál es el ritmo? El ritmo es la emoción misma, que va dando unos altos y bajos en los versos y, luego, en la sucesión de versos. ¿Cómo nace un poema? Generalmente nace porque uno percibe una primera imagen. De esa primera imagen ya surgen, en forma natural, otras que tienen que ver con la primera. Es poesía de imágenes, de ritmo, de emociones. Uno de los primeros poemas que yo escribí empezaba diciendo:
Amo, vida, la fuerza cotidiana
en tu raigambre, fruto de ceniza,
y la sed desprendida de la lucha
que has vencido
al vibrar como fuego en un instante.
Te amaré como agujas de mis huesos
cuando rompan
esta dulce prisión de fuego y carne
y te amaré en la mano que retuvo
la ceniza caliente de otra sangre,
y en lo que fue constante afirmación
de nuestra estancia.
No he dejado de amar la vida. Tengo noventa y dos años. Creo que en cuanto toda la gente tuviera esta convicción de que la vida es un milagro, que la vida es algo que vale la pena conservar, no solamente en uno sino en los demás, y que todo lo que existe: piedras, calles, troncos, árboles, luego animales y ser humano, que, al principio, lo clasificaban como animal racional, pero también debe ser un animal racional y sensible. ¡En cuanto le añaden lo sensible le pueden quitar lo animal!
¿Recuerda a algunos compañeros poetas de los primeros tiempos?
Recuerdo, en primer término, a Rosario Castellanos, que fue muy amiga mía. Después están Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Otto Raúl González, Carlos Illescas, Sergio Galindo, pero él ya era narrador y muy bueno por cierto. Emilio Carballido y Luisa Josefina Hernández, en teatro. Muchos en el curso de mi vida. Después muchos otros que he conocido. Por fortuna, he podido dar talleres. Con talleres he estado en Aguascalientes, en Zacatecas, en Colima, en Guanajuato, en casi toda la República, solamente me falta de conocer Sonora, y eso porque hacía muchísimo calor, y dije: «Me voy a morir».
¿Qué dinámica sigue usted en sus talleres?
Mi dinámica es que se aprenda a escribir sin que uno quiera seguir modelos ni nada, sólo expresarse. Al expresarse con verdad tiene uno su propia voz que no se parece a ninguna otra. Y para eso no es una corrección de comas, puntos y necedades, sino ver si se va por buen camino. Si no, pues «Mira, quítale eso, porque la poesía no se hace con adornos; son demasiados adjetivos, la poesía se hace con verdad». Todo eso va orientando a la persona hasta que encuentra su voz, que es su manera de ser y de vivir.
Todavía tengo dos talleres: uno en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, los sábados, dura de once a una de la tarde. Los muchachos ya aprendieron a corregirse. Lo primero que les exijo es a respetarse entre ellos, sí se pueden criticar pero siempre de buena forma. El otro taller es más bien de retroalimentación, pues tenemos más de veinte años de reunirnos, así que uno llega y lee y otro le dice: «Quita eso o no, esto no le añade nada bueno».
¿Ese taller dónde se reúne?
Ese taller es mi casa. Yo les doy frijolitos, tostadas, café y ellos, a veces, llevan algo; lo principal que llevan son sus poemas, siempre con copias para todos los demás. Eso también me sirve porque yo soy sorda. Todos estamos disfrutando del poema y sabemos que puede ser mejor.
¿Le gusta la música?
Me encanta la música y ésa sí puedo disfrutarla, porque la sordera mía es porque no puedo encontrar bien vocales y consonantes; se me pierden. En la música los sonidos no están articulados como las palabras, entonces me gusta mucho la música. De todo, la clásica, la sinfónica, que fue ya creación después de la Revolución, Revueltas y todos ellos. Luego también me gusta mucho la música popular. El rock como que no le entiendo, el blues un poco, y el jazz sí me gusta. En general, me gusta mucho la música.
De los poetas en castellano, ¿cuáles son para usted los más importantes?
Empecé, empezamos, con los poetas de los nahuas. Hay poesía preciosa. Después es ya el Siglo de Oro español. En la Facultad de Filosofía y Letras, donde yo estudié la carrera de maestra en Letras y Literatura Española. El Siglo de Oro de veras es de oro. Un poquito después del Siglo de Oro está Francisco de Quevedo y Villegas. Todos los que no nada más escriben poesía, religiosa o amorosa; también Góngora. Los poetas del 27, que estaban tratando de resucitar a Góngora. De Quevedo me gusta todo, a pesar de que es grosero a veces, de que es sucio. Sucio de que habla porquerías, no otras cosas. Un poco burdo, aunque cuando llega a la poesía no tiene nada de burdo. ¡Qué bárbaro ese soneto del amor que vencerá a la muerte!
Luego los poetas ya muy posteriores, Rubén Darío, uno de sus poemas, no aquel de si la princesa está triste, pero sí «Lo fatal». Es el único poema que me sé de memoria, ¿lo digo?
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!…
¡Es un poemazo! Después de los modernistas, un poeta que me encanta es Ramón López Velarde. Ramón López Velarde, a pesar de lo que diga Paz, sí rompió con el modernismo para entrar en una etapa de poesía posterior, aunque tiene todos esos adjetivos del modernismo, pero ni es un poeta sólo provinciano, ni es un poeta sólo modernista, es un gran poeta. Después los poetas del 27 españoles; más tarde los poetas del año 32, ya en plena guerra en España. Y ahora, pues hay buenos poetas y escritores españoles, yo no lo quería creer pero sí.
Además hay todo un fenómeno maravilloso que es la poesía hispanoamericana. Una poesía que se olvida de la poesía pura para hablar de lo social, de la justicia, de sueños de libertad, de sueños de que se convierta el mundo en algo habitable. Empieza desde el peruano César Vallejo y en una lengua, que es casi casi peruano, porque respeta el modo de hablar del Perú y con eso hace poemas preciosos. Muchísimos más, ahora no recuerdo. En Cuba conservaron toda la tradición de la gran poesía española. Luego novelistas y narradores hispanoamericanos, como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. En México los refugiados españoles, todo lo que hicieron por la cultura.
¿Usted puede leer bien?
No, ya no puedo leer muy bien pero algo leo. Aquí voy a leer, creo. Es que en un ojo me empezó un problema de retina. Entonces con este ojo lo veo a usted como si estuviera de perfil y, lo demás, sombrita. Con el otro ojo sí veo bien. Ya me empiezan las cataratas, no me van a poder operar. Creo que ahora Valles acaba de descubrir algo para quitar las cataratas sin operación. Estoy muy dispuesta a hacer la prueba. Para mí leer es indispensable.
Al día siguiente, hacia el final del recital poético, tan signado por lo fatídico del momento presente que, para los antiguos, era la señal más clara de que se opera un portento, se fue el audio, un trueno hizo retumbar las paredes, a la maestra le trastocaron las hojas que iba leer, tuvo que cambiarse los anteojos para ver de cerca. Pero acabó con estas palabras que invitan a la frecuentación de la poesía, también como un camino para alcanzar la armonía interior:
Yo les invito a que lean y escriban poesía, a que lean todo pero también poesía. Creo que la poesía es un camino luminoso, que hay que recorrer cada día, mientras uno no esté escribiendo, para poder, después, escribir lo que verdaderamente vivió. No hay que escribir de otra cosa. Cuando uno es capaz de vivir, de imaginar y de soñar, la vida se vuelve algo mucho más significativo, mucho más poderoso, mucho más milagroso. Yo los invito a que lean, a que vivan y, si es posible y por qué no, a que escriban poesía.
Creo que quien ama la vida la respeta. Creo que el respeto a la persona humana se ha perdido, no sólo en México, sino en todas partes. Pero cuánto vale una persona humana. Es inapreciable su valor. Así como la vida es inapreciable, uno puede también considerar que la vida de otro es inapreciable. Escribir poesía es llegar no solamente al sueño, a la imaginación, es también llegar a la entraña de lo que significa un ser humano. El ser humano que uno va conociendo a través de lo que escribe y vive, pero también el ser humano que es esta persona, cada uno, y que se va conociendo cada vez mejor, también a través de la poesía. La poesía es para conocer.
Pues sí, yo quisiera decir por todas partes esto porque, a veces, uno se desespera. Muchos se desesperan y recurren a la violencia. La violencia no puede más que engendrar más violencia. Y como decía Francisco de Quevedo en aquel soneto, «Amor constante más allá de la muerte», sólo el amor vencerá a la muerte.