CUCSH, 2014 B
Ella, faltarían palabras para describirla: mujer alegre, ligera, de pocos prejuicios pero de muchos demonios. Hacía poco se había descubierto como bisexual, bueno, es algo que ya sospechaba en su interior, pero que apenas había podido experimentar (según narra, de la mejor manera), y aunque no le gustaba la idea de ponerse etiquetas, sería lo que en esta sociedad es calificado como “pisa parejo” o “persona de vientre alegre y que no discrimina”. Yo diría que simplemente tenía la capacidad de amar sin importar el sexo de su amante. Eso sí, tenía cierta predilección por las mujeres, pero, ¿quién la culparía? Es del saber de todos que hay en el sexo femenino un maravilloso encanto natural.
El género y los roles sexuales eran un tema de conversación ineludible al platicar con ella. Su espíritu libre y su capacidad para decir las cosas sin tapujos es todo un gozo; hablar con ella es enriquecedor, una introspección hacia la sexualidad propia. Y qué decir de la coquetería-arte que conocía y dominaba completamente, se sabía sensual y sacaba provecho de lo mismo. Para ella, los hombres y yo no éramos la singularidad, éramos algo dado. Nunca batalló por conseguir el amor de un varón, y que conste que hablo de amor y no de un mero deseo o impulso sexual. Francamente cargaba ella con un costal lleno de bolillos y yo no era un virote excepcional, siempre fui uno más, aspirando a ser elegido. Y aún ansío a tal honor, aunque tal vez nunca me quiera, yo siempre estaré esperando por su cariño, y es que, cómo no enamorarse de Angélica si hasta su nombre es reflejo de su proceder, un ángel sin lugar a dudas.
En sus ojos se encuentra el cielo. Todo lo que observa y se refleja en su mirar me fascina. Sus labios, qué puedo decir de su boca si solamente una vez he podido sentir el roce de tan suaves y húmedos bordes, y si bien fue por un accidente de parte suya, para mi es, fue y será el mejor manjar del que he degustado. Alabados sean los dioses que permiten que en aquel margen rosado, abultado y apetitoso, surjan las palabras en las que más de un adepto encuentra consuelo.
En fin, es de esas personas que no puedes dejar de ver. ¿Alguna vez han estado ante la presencia de una imponente escultura? Pues así es ella, mi diana cazadora con ese hermoso cuerpo, el perfecto balance entre “lo gordibueno” y esa belleza clásica con caderas que infartan; tal vez es lo que más me gusta de ella físicamente.
Justamente el otro día, después de mi paseo cotidiano por Reforma al ir a contemplar a mi “diosa cazadora de estrellas”, escuché la frase: “los artistas no se deben enamorar” y yo siempre me pregunto ¿por qué? ¿A quién se le ocurrió tal disparate? También es muy dicho por el vulgo que “los artistas están locos” y yo personalmente no me considero desequilibrado; bueno, tal vez sí, un poco, pero sólo por Angélica, la única cosa que me importa. Al escribir poesía en su honor, me gano el pan de cada día, y qué mejor trabajo si sólo relato mi más grande pasión: me limito en afirmar que le debo mi vida. El techo que me cubre y la cobija que me da calor son producto de las abundantes regalías que mes con mes me llegan por el primer libro que escribí y que como, es de esperarse, lleva por título su nombre y, aunque no fue fácil convencer a los editores, lo logré. Duermo siempre abrazando a Angélica, mi libro de 183 páginas, tan lleno de su esencia, esa que tanto adoro; así ni su ausencia me pesa, qué más da si ella está con alguien en ese momento dando y recibiendo las caricias y los besos que yo sólo en sueños aspiro a darle, ¡lo que yo amo de ella duerme contigo todas las noches!
“Los artistas no se deben enamorar”, qué va, si el amor es vida, potencia, fortaleza, el cúmulo de todas aquellas virtudes que los griegos enumeran: “que hacen valiente al cobarde”, etc. ¿Por qué negarle el amor al artista? ¿Qué no ven que mi afecto hacia ella me ha llevado al éxito? Es más, ya casi no lloro para conciliar el sueño, y cuando escucho a Chávela Vargas cantando “amar duele, amar duele y vivir sin amor no conviene”, sólo un suspiro se me escapa, y ese nudo en la garganta que a veces me invade al pensarla no es más fuerte que el trago de tequila que lo desvanece. Por eso, artistas, locos y quimeras brindemos, ¡salud por el amor!