Preparatoria 12, 2014 B
Hacíamos todos los días lo mismo; Juan o Guido me acompañaban.
La última tarde salimos de casa poco antes de las dos. Corríamos lo más rápido que podían nuestros pies. No hacíamos ruido. Juan tocó la puerta de cristal, suave y con ritmo, por un par de minutos. Guido y yo miramos alrededor esperando no ver a nadie. La anciana nos dejó pasar, vestía de negro y sonreía, como siempre. Nos sentamos en la sala, un tazón al frente de cada uno. Hablábamos sin parar y yo movía las manos para tratar que entendieran lo que decía. Esperamos. Ella fue a la cocina y yo fui detrás. Fue sólo un golpe, nada más. Buscamos por todos lados y en su pequeña habitación. Guido tomó las monedas y yo le di la mitad de los billetes a Juan.
—Dale otro golpe, por las dudas —me dijo, pero no lo hice.
Volví a casa, el techo se estaba cayendo. Guido dice que tiene un cerdito; yo guardo el dinero debajo del colchón. Quería un cerdito también, mamá dice que lo comprará por mí. Aún no lo tengo.