Dana Scully
X Files, episodio 1, temporada 1
El estruendo, el humo, el fuego. Patas de mesas calcinadas tiradas sobre la acera, entre los cuerpos mutilados y quemados que yacen inertes o gimientes. Ventanas rotas y fachadas derruidas. Hay tazas y platos despedazados entre charcos de líquidos oscuros, sangre, café, aceite y lodo. Trozos de humanidad, ladrillos, metal retorcido. Decenas de personas corren a ayudar a los heridos, a arrastrar a los muertos, a recoger brazos y piernas. Pero sus esfuerzos nunca enmendarán el daño. Se podrá curar a algunos, enterrar a los difuntos, reparar la destrucción e incluso capturar a los responsables, pero no existe manera de revertir el poder de la explosión, de regresar la furia de la detonación, la onda expansiva y la reacción química de los elementos a la bomba. Ésa es la prueba más contundente de la irreversibilidad del tiempo. No podemos regresar un huevo frito al cascarón ni desinventar lo inventado.
Algunos teóricos de la física aseguran que el tiempo corre en el vacío. Por tanto el tiempo no es únicamente el efecto que tiene en las cosas y los seres vivos. No hay atajos ni treguas ni zonas de inmunidad para el tiempo. No basta con poder entender el tiempo y descifrar su impacto para protegerse de sus efectos. El tiempo opera sobre los objetos reales e inmateriales, como puede ser el pensamiento. Suena absurdo, pero es importante considerar que podemos recordar el pasado pero no el futuro y que nuestra acciones en el presente afectan el futuro pero no el pasado. Es el orden de las cosas, tan natural como inexplicable. El tiempo parece irreal, una extraña imposición que no podemos explicar con las leyes de la física, pero nos afecta a nivel molecular y planetario. El tiempo podría compararse con la gravedad, sin embargo no es realmente una fuerza, es un fenómeno irreductible y no existe nada análogo en términos espaciales.
El físico austriaco Ludwig Boltzmann fue uno de los principales teóricos de la mecánica estadística, y con este conocimiento concluyó que la entropía era una medida del desorden y que, de acuerdo con la Segunda Ley de la Termodinámica, el desorden siempre está en aumento. Arthur Stanley Eddington desarrolló en 1927 el concepto de la flecha del tiempo para referirse a la asimetría y unidireccionalidad del tiempo. La dirección que sigue esta flecha siempre va desde un estado de menor entropía a uno de mayor, de menor a mayor caos. Por tanto, el tiempo es irreversible de la misma manera en que el aumento de la entropía en un sistema cerrado es irreversible. Aparentemente debemos este orden a las condiciones creadas en el Big-Bang, en el momento en que aparece el universo observable. No obstante, a su vez el Big-Bang debe ser resultado de otro fenómeno que está más allá de lo que entendemos como nuestro universo. Es decir, que tenemos que considerar un multiverso en el cual nuestro universo visible es tan sólo una región.
De acuerdo con el físico Sean Carroll, de Caltech, autor de The Particle at the End of the Universe, habría un universo estático donde no existe la relación entre causas y efectos, donde no hay memoria ni progreso ni metabolismo ni envejecimiento. Éste es un universo en el que no podrían existir organismos o cosas que dependen del tiempo, como nosotros. La hipótesis de Carroll es que en este universo estable puede haber cambios aleatorios, algo que postula la mecánica cuántica, como sería que de pronto brote una partícula, pero esta partícula podría ser un universo entero, con su propio Big-Bang y su expansión de acuerdo con la flecha del tiempo, la cual tiene una dirección determinada, pero no parece imponer una velocidad. Por tanto, si nos desplazamos a la velocidad de la luz o entramos a un agujero negro, la percepción del tiempo será distinta que si estamos sobre la Tierra. Así, este nuevo universo se desarrolla a partir de un punto de baja entropía, y el tiempo se refleja en el aumento de esta entropía, la cual quizás alcanzará un límite, un nivel máximo, y quedará estática, como si llegara a una especie de final del tiempo y entonces este universo podrá dar lugar a otro u otros universos para repetir el ciclo. Carroll dice que la flecha del tiempo no avanza eternamente y compara el paso del tiempo con lo que sucedería si en una habitación pudiéramos concentrar todo el aire en un rincón. Al liberar el gas, éste se expandirá ocupando todos los rincones de la habitación, y una vez que lo ha hecho, alcanzando la máxima entropía, la flecha del tiempo deja de existir y tenemos un momento de inmovilidad.
Nada más apropiado para pensar en la entropía que una bomba de tiempo, un dispositivo aparentemente estable que en un instante libera una fuerza enorme capaz de destruir lo que está a su alrededor, una energía que se extiende de manera concéntrica hasta que alcanza un punto de equilibrio, hasta que se restablece el silencio. Pero, de la misma manera en que una explosión mortífera es un aumento en la entropía, también la entropía hace posible la complejidad de la vida. El universo, o por lo menos la sección del espacio que corresponde a nuestro universo visible, comenzó hace casi 14 mil millones de años, aparentemente en una gigantesca explosión, y se acabará en la frialdad absoluta cuando se alcance un punto de equilibrio. Entre tanto, en este momento particular de la historia, de la flecha del tiempo, contemplamos con angustia lo que parece un aumento brutal de entropía que se refleja en un estado de peligro continuo, en guerras y terrorismo, en una desquiciada carrera que está devastando al planeta y cambiando el clima de forma aparentemente irreversible.
Soñamos con un futuro en que se inventarán y emplearán tecnologías capaces de restablecer el orden, controlar la entropía, detener o por lo menos frenar un poco la carrera suicida del desarrollo frenético irresponsable, de la ambición política genocida y el fundamentalismo rabioso, por mencionar tan sólo algunos irritantes que aceleran nuestro paso hacia evaporarnos como especie. Y probablemente seguirán apareciendo tecnologías que extenderán nuestro tiempo en esta Tierra y quizás en otros planetas, pero a final de cuentas no hay marcha atrás, somos simples organismos biológicos incapaces de controlar las leyes del cosmos, simples tubos de carne conscientes de nuestra mortalidad, demasiado preocupados por nuestro metabolismo, demasiado susceptibles de ser víctimas de las muchas y diversas bombas de tiempo que devastan nuestro entorno y pasajeros involuntarios de la flecha del tiempo.