Era un sábado por la tarde cuando la vi, llevaba unas gafas obscuras, y una falda arriba de las rodillas color azul celeste que hacia juego con su blusa blanca de botones. Estaba leyendo a Neruda, con una mano sostenía el libro y en la otra un cigarrillo que llevaba a su boca de una forma tenue y con una mansedumbre incomparable. Por un momento cruzamos miradas, le sonreí y ella me sonrió. Apagó el cigarrillo, se puso de pie y se fue sin antes concederme otra sonrisa.
La semana siguiente volví a visitar el mismo café a la misma hora, no estaba, por un momento me sentí chasqueado, frustrado, pero justo cuando iba a retirarme, ella entró. Tomé mi libro y fingí leer, con la mirada la seguí para ver que mesa usaría, para mi sorpresa se acerco a mí. Me pidió un cigarrillo, le di uno y tomé otro para mí sin dejar de verla, me agradeció y la vi decidida a marcharse, ansiaba decirle que se quedara y tomara un café conmigo pero no sabía cómo, estaba a punto de irse cuando me miró fijamente y me preguntó por el libro que estaba leyendo, “La tregua, de Mario Benedetti. ¿Lo conoces?” le dije mientras le entregaba el libro para que lo viera. Sin decir nada tomó la silla que se encontraba frente a mí y se sentó dándome su punto de vista sobre el libro. La tarde se fue en cafés, cigarrillos y en platicas sobre nuestros gustos, descubrimos que teníamos mucho en común, los libros que leíamos, las películas francesas, la música, inclusive en la marca de cigarros. Anocheció y ocurrió lo inevitable, se puso de pie y me miró mientras se despedía.
-Pasé una tarde agradable, en serio. ¿te volveré a ver?
-Mejor responde tú esa pregunta.
-Próxima semana a la misma hora, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza, se acercó y me beso la mejilla, dio media vuelta y se fue con el mismo andar con el que se alejó la primera vez que la vi. Así continuamos varias semanas, mismo café, misma hora, pero distinta charla. Un día era sobre una noticia que leímos en el periódico, al siguiente debatíamos sobre nuestro director de cine francés favorito y al siguiente sobre un libro hecho película, “Los libros nacen buenos y el cine los corrompe.” Decía mientras fumaba con más avidez. Pero llegó el día de la conversación que planee desde el primer día que la vi.
Estaba lloviendo, para cuando llegué ella ya estaba esperándome ahí. Había pedido dos tazas de café, vi que seguían humeantes, “No tienen mucho tiempo en la mesa, lleva poco tiempo esperándome” me dije a mi mismo mientras le besaba la mejilla. Tomé asiento y empezamos a conversar, la tarde iba fluyendo cuando tocó el esperado tema.
-Llevamos mucho tiempo saliendo, conociéndonos, casi puedo jurar que te conozco de toda la vida.
-Me gustaría decir lo mismo, sabes, eres esa clase de chica que por más que hable de sí misma nunca se da a conocer.
-Tal vez por eso estás aquí, seguro eres de esos que les encanta hacer que una chica se abra con ellos y cuando ven que quieren algo serio las botan cual pañuelo usado.
-No soy de “esos”, al parecer has salido con muchos de ese tipo. ¿Por eso eres tan reservada y te pones a la defensiva cuando alguien habla contigo sobre el amor?
No respondió, tomó un sorbo de café y desvió la mirada. Sus ojos se nublaron, como sí un acervo de recuerdos se presentaran frente a ella.
-Desde el primer momento que te vi, me gustaste. No soy bueno en esto, no lo hagas más difícil por favor. Nunca se me presentan este tipo de oportunidades.
-Un problema es la falta de oportunidades, otro más grave es no ser capaz de reconocerlas.
-Tenemos que hablar de esto, de lo nuestro.
-No sé si estoy lista. No sé si sea el momento ni el lugar.
-Si esperamos hasta que estemos listos, estaremos esperando toda la vida, y eso suena a mucho tiempo.
Hubo un silencio, todo a nuestro alrededor se fue, estábamos solos, ella y yo sobre ese castillo hecho de naipes llamado amor, temerosos de hacer un movimiento en falso que lo hiciera caer.
-Perdóname, creo que prefiero estar sola.
-Descuida, la soledad voluntaria es un privilegio. Muy pocos la saben aprovechar.
-Dices unas palabras muy hermosas, eres poeta.
-No soy poeta, solo nací enamorado.
Salimos del café y se despidió de mí con un abrazo. Mientras la veía alejarse me sentía vacio, incompleto, desde ese momento me sentí roto.
Sigo visitando el café, a la misma hora y con el libro de Neruda que leía aquel día, no la espero, perdí esa esperanza hace tiempo, simplemente le hago memoria, a ella, a lo nuestro; la esperanza es para los soñadores, nosotros los rotos sólo esperamos no ahogarnos en esta existencia.