alastair Reid / Ginebra

En la ciudad, entre una borrosa y nívea madrugada,
bajo tejas jorobadas, en una casa chueca construida,
según parece, por gnomos, bajo las primeras
sosegadas luces de la nieve, envuelto en el níveo sosiego,
un reloj despertador suelta el trino del tiempo en su lengua
como un gallo con engranaje de relojería. Silencio.
Y entonces otro comienza a vibrar en el desván,
su campanilla mordisquea los bordes de la conciencia.
Así habla el día. El sueño se abandona como nieve caída
sobre el lecho blanco nieve donde nos hemos revolcado y despertamos.
Después las campanas comienzan su pendenciero preámbulo
de cada hora, entre ladridos, que se van revolcando
uno tras otro, titubeando, trastabillando, tropezando
como nieve sobre una almohada blanca. Sus lenguas de oro se menean
con el tiempo. (Parece que los gnomos las hacen redoblar).
Ahora, en la ciudad, avanza el día.
Los copos mordisquean en las ventanas. En los enormes
salones de actos, suenan las campanas
por los vestíbulos de mármol, convocando a los delegados
a las largas mesas, a prorrumpir en palabras que,
agachadas como relojeras, les permitan negociar
los asuntos pendientes del mundo, sus lenguas en tic-tac
cual mecanismos, y en los audífonos
las voces de los intérpretes sueltan el trino de sus pequeñas alarmas.
El tiempo, caballeros. Del tiempo están hablando.
La nieve se derrite silenciosamente, los muelles de reloj gorjean.
¿Qué preguntaron? Las campanas
que marcan el tiempo oscurecen la respuesta.
(Los relojes jamás requieren traducción).
Con los ojos en la nieve, escuchamos.
Las palabras van rodando como campanas
al vuelo del tiempo; caen a la deriva como la nieve,
su significado queda en un residuo de agua.
Los diplomáticos recorren sus salones
mirando el reloj, atentos a las alarmas.
Todas las palabras que dicen la hora caen pesadas como copos.
Anhelamos una conclusión del reloj,
que no llega nunca, salvo a intervalos
de níveo silencio. Los relojes oscurecen nuestro tiempo.
Ahora, en la ciudad, algo se fuga en tic-tac.
(Los gnomos se vislumbran de noche, en charcos de luz de lámparas,
asomándose a través del vidrio en busca de algo pequeño y precioso,
su tic-tac probablemente de oro).
En esta ciudad descrita, envejecemos
en un revuelco de campanas, y encima de todos nosotros
el continuum,
el tiempo cae, la nieve cae, las palabras caen.
La rectoría
¿Esa casa que apuntaló mi infancia,
demolida a ras del suelo? De pie, azorado,
quedé del todo absorto en un bloque de aire,
común y corriente salvo
porque alguna vez yo lo coloqué
entre un loco deseo de vigilia y una pesadilla.
A la espera de una simple, nostálgica
e indulgente mañana, acababa de saltar la reja.
Salió a mi encuentro un bosque,
donde, entre ambos,
debía haberse erguido toda una mitología
de pizarras y gabletes cargados de cuervos.

No cabía ahí nada del rastrero
y retorcido recuerdo que había planeado;
tampoco podía ya volver a sembrar
en aquel terreno una segunda infancia.
Vaya fortuna, que se me hubiera concedido,
en cambio, un elemento olvidable,

y no haber tenido que enfrentar
pesarosos fantasmas en habitaciones de cristal.
Aquella casa es ahora ya cuento de hadas
que puedo encubrir
con la misma facilidad
con que se logra atravesar un muro.

 

Mientras mi padre agoniza
Al final del suculento verano,
la casa está manchada de verde.
Me estiro en busca de la mano

de mi padre, la antigüedad de sus uñas.
A intervalos, aunque endeble
aparece y prevalece una dulzura.

La tan aromática noche
parece llegarle a la garganta.
Es como si tosiera la noche…

En los demás cuartos de la casa,
los muebles, enmudecidos.
La edad se le ha encajado en la cara.

El tembloroso mentón voy acunándole
y lo afeito, sintiendo que el hueso
la piel de cera va estirándole.

Junto a su cama, el periódico sin desenrollar.
Ha envejecido demasiado
para el mundo poder desenrollar,

reduciéndolo a una sábana en el lecho.
Su recámara tiene una quietud propia.
No llamo a esto espera, pero espero

ansioso, mientras la oscuridad se vierte,
que la mariposa de su aliento
en su vuelo se despoje de la muerte.

Hay tanto que decir, viejo
querido, antes de hallarte muerto;
pero estamos demasiado lejos

en tiempo humano, en historia,
para revelar entero el mientras tanto
conforme se va entumeciendo tu memoria.

Pero ya no hay nada que decir…
ni palabras, ni sabios consejos,
ni pláticas en torno al buen morir.

Nos hemos vuelto manos más que nada
y voces para tu entender.
Está toda al pendiente la casa.

No estoy listo, siento,
para estar sin tu frágil y desperdiciado cuerpo,
los diversos caminos de tu pensamiento,

tu vida, sus venas trastabillantes.
Tarde a tarde, me resisto
a dejarte a solas con tu muerte.

Tampoco me habré de demorar
en la interminable, acumulativa pregunta
que, siendo tu hijo, habré de formular.

Pero una noche cualquiera,
pronto, para ti la oscuridad
no será día que amaneciera,

y entonces comenzaré contigo
la conversación vacilante
que sigue y sigue y sigue.

 

Versiones del inglés de Pura López Colomé
Geneva
In this town, in the blurred and snowy dawn, / under humped eaves, in a lopsided house / built, it would seem, by gnomes, in the first / hushed snowlight, in the snowy hush, / an alarm clock catches and trills time on its tongue / like a clockwork rooster. Silence. And then another / begins to burr in the attic, its small bell / nibbling at the edges of awareness. / So the day speaks. Sleep is left like fallen snow / on the tumbled snow-white bed in which we wake. / And then the bells begin their wrangling preamble / to the hour, giving tongue, tumbling / one over the other, faltering, failing, falling / like snow on the white pillow. Their gold tongues wag / with time. (They are rung, it would seem, by gnomes). / Now, in the town, the day is on its way. / Snowfalls nibble at the windows. In the great / assembly halls, bells ring / along the marble lobbies, calling the delegates in / to the long tables, of words where, crouched / like watchmakers, they worry away / the agendas of the world, their tongues ticking / like mechanisms, and in the earphones / the voices of interpreters trill their small alarms. / Time, gentlemen. Time is what they are telling. / The snow melts silently, the watchsprings twitter. / What was the question? Bells / telling time obscure the answer. / (The clocks never need translation). / Eyes on the snow, we listen. / The words roll on like bells / marking time; they fall and drift like snow, / leaving their meaning in a watery / residue. The diplomats pace the halls, / watching the clock, attentive to alarms. / All these words telling time fall thick as snowflakes. / We hope for a conclusion from the clock, / which never comes, except in intervals / of snowy silence. Clocks obscure out time. / Now, in the town, something is ticking away. / (Gnomes can be glimpsed at night, in pools of lamplight, / peering through glass at something small and precious, / ticking, and probably gold). / In this town of telling, we grow old / in a tumble of bells, and over us all / in the continuum / time falls, snow falls, words fall.

The Manse
The house that shored my childhood up / razed to the ground? I stood, amazed, / gawking at a block of air, / unremarkable except / I had hung it once with crazy / daywish and nightmare. // Expecting to pass a wistful / indulgent morning, I had sprung the gate. / Facing me was a wood / between which and myself / a whole crow-gabled and slated / mythology should have stood. // No room now for the rambling / wry remembering I had planned; / nor could I replant / that plot wit a second childhood. / Luck, to have been handed / instead a forgettable element, // and not to have had to meet / regretful ghosts in rooms of glass. / That house by now is fairytale / and I can gloss it over / as easily as passing / clear through a wall.

My Father, Dying
At summer's succulent end, / the house is green-stained. / I reach for my father's hand // and study his ancient nails. / Feeble-bodied, yet at intervals / a sweetness appears and prevails. // The heavy-scented night / seems to get at his throat. / It is as if the dark coughed. // In the other rooms of the house, / the furniture stands mumchance. / Age has graved his face. // Cradling his wagged-out chin, / I shave him, feeling bone / stretching the waxed skin. // By his bed, the newspaper lies furled. / He has grown too old / to unfold the world, // which has dwindled to the size of a sheet. / His room has a stillness to it. / I do not call it waiting, but I wait, // anxious in the dark, to see if / the butterfly of his breath / has fluttered clear of death. // There is so much might be said, / dear old man, before I find you dead; / but we have become too separate // now in human time / to unravel all the interim / as your memory goes numb. // But there is no need for you to tell— / no words, no wise counsel, / no talk of dying well. // We have become mostly hands / and voices in your understanding. / The whole household is pending. // I am not ready / to be without your frail and wasted body, / your miscellaneous mind-way, // the faltering vein of your life. / Each evening, I am loth / to leave you to your death. / Nor will I dwell on / the endless, cumulative question / I ask, being your son. // But on any one / of these nights soon, / the dark for you will not crack with dawn, // and then I will begin / with you that hesitant conversation / going on and on and on.

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