Daniela Bojórquez disfruta cambiar de piel. Después de dos libros de cuentos y una obra fotográfica premiada, su camino como creadora evoluciona, podríamos decir que se expande, porque ahora además de usar palabras e imágenes entra también a ese mundo difícil de describir llamado arte conceptual. Óptica sanguínea es su tercer libro, porque aunque el contenido comparte la dificultad de descripción mencionada, el formato no. Tanto Lágrimas de Newton (Ficticia, 2006) como la primera versión de Modelo vivo (Biblioteca Mexiquense del Centenario, 2010) son colecciones de cuentos; sin embargo, la versión editada por Calygramma en 2013 de este último es un acercamiento a las lindes de ese tipo de arte que Bojórquez aborda con mayor ahínco en Óptica sanguínea.
Como los zapatos que parecen otra cosa de la protagonista de «[El viaje al pasado]», uno de los diez apartados de Óptica…, éste es un libro de cuentos que parece otra cosa o, más precisamente, otra cosa que podría parecer una colección de cuentos, pero que a la vez es muchas cosas más. La conjunción entre texto y fotografía es su característica más evidente, pues además de haber imágenes hay referencias constantes a la idea de la imagen fotográfica en sí misma, dando pie al comentario ensayístico que engorda el libro de significado, siendo un libro por lo demás flaco que no llega a las cien páginas.
Se habla también del acto de escribir y de las reglas de la ficción. Por ejemplo, la narradora de «Ataque de [teatro] pánico» menciona el carácter «antiaristotélico» de la obra que va a ver, «que hace converger todos los posibles tiempos de la ficción en un solo espacio», o uno de los párrafos más reveladores en cuanto a la intención de la autora, que se desprende del apartado final que le da título al libro:
A estas conclusiones había llegado hace tres tardes cuando conversaba con un conjunto de escritores y confesé que No me interesa escribir historias donde a los personajes les pasen cosas. (…). Lo que es más, agregué, No me interesa escribir historias. Estaba a punto de coronar mi juego lingüístico con un Incluso no me interesa escribir, pero alguien ya me había interrumpido.
Porque, claro, a Bojórquez sí le interesa escribir. Sospecho que le desagradan las fórmulas preestablecidas de la escritura, la rigidez de los géneros, las etiquetas, por eso escribió un libro que rehúye a las definiciones, porque no las necesita. Tengo otra sospecha: Óptica sanguínea está construido a base de fragmentos de lo que podrían ser sus diarios, un hecho evidente en «[De la libreta romana]», que extrae comentarios de un cuaderno de viaje, pero no tan claro en el resto de las piezas, que juntas forman una suerte de autorretrato.
Hay un espíritu lúdico que permea la obra y que la hace disfrutable a un nivel mundano, porque a pesar de que estamos frente a un libro cuyo tema es el arte, la idea es jugar con las ideas, con hincapié en jugar: juega a ser crítica de teatro, juega con la salud mental y la manera correcta de decir que alguien está loca, juega con la memoria, juega con la representación y con las imágenes, y, a fin de cuentas, juega también con el lenguaje.
La caja de herramientas a su disposición se ha ampliado. La fotografía ya no está sola, ahora convive con el lienzo o el diseño, o con algo tan simple como dos páginas rojas en distintos tonos. Y aquí cabe mencionar el trabajo editorial de Tumbona. Si de por sí en cualquier objeto llamado libro es importante la factura, en este caso la cuestión es esencial. En un libro tradicional, sean ensayos o una gruesa novela, la calidad de la impresión importa, pero tampoco pasa nada si es deficiente. Las palabras son las mismas, y mientras estén claras lo demás son detalles (otra cosa es si la traducción, en su caso, es mala, pero eso es harina de otro costal). Para un libro como éste, la calidad de la fotografía que acompaña al texto es fundamental. Si las anotaciones en plumón rojo de «[En lo que es ido]» no estuvieran bien detalladas, el concepto detrás de ese apartado se perdería, o, de haberse pasado de tueste el fuera de foco en «[Distancia focal]», el texto sería ilegible (o si, por el contrario, el fuera de foco apenas se entendiera, podría parecer un descuido de imprenta). Tumbona era la editorial ideal, con un catálogo que lleva a la literatura a otros continentes de expresión, como lo hizo con Taller de taquimecanografía, de Aura Estrada, Gabriela Jauregui, Laureana Toledo y Mónica de la Torre.
El arte conceptual goza de una gran facilidad para caer en la burla del público, pues es común que se presenten meras ocurrencias que sólo por estar en un museo o por estar firmadas por artistas reconocidos ya son consideradas «piezas de arte», además carísimas. Las ropas nuevas del emperador que en realidad está desnudo. Óptica sanguínea se inscribe dentro de esa rama reciente del arte, pero con una clase y un grosor de contenido que ya quisieran varias obras de algunos consagrados. Tras la relectura, creo que Óptica… es una pieza de arte en el sentido literal de una expresión —que, por rimbombante, es preferible usar con moderación— que en contadas ocasiones describe con precisión lo que se muestra.
Óptica sanguínea, de Daniela Bojórquez. Tumbona, México, 2015.