Con sus diálogos insólitos, sus reconstrucciones y sus trabajos forzados, Liliana Porter viene burlando la cronología ceñida de la historia, los almanaques y los relojes desde hace años. Pero su historia del tiempo se ha vuelto todavía más sinuosa en El hombre con el hacha y otras situaciones breves, su instalación más ambiciosa hasta la fecha, retrospectiva sui generis de la obra anterior, suma poética, que convoca y a la vez destruye su micromundo, en el aquí y ahora de un tiempo y un espacio esta vez a gran escala.
La enumeración siquiera parcial de lo que se ve obligaría a nombrar una cosa y después otra, pero lo que se graba en la memoria es el conjunto, que las tarimas blancas se ocupan de preservar completo para no traicionar la inquietante belleza de lo que no tiene concierto. ¿Cómo describirlo sin violentar la libertad de la mirada que puede vagar por las piezas sin medida, sin rumbo, sin relato?
Ahí está en un extremo el hombre diminuto con el hacha, un posible comienzo si se atiende al título, que le da al personaje un protagonismo paradójico, considerando sus escasos cinco centímetros. Aplicado como está a la tarea de hacer trizas lo que encuentra, se diría que es ése el destino final, las trizas, de todo lo que se despliega de ahí en más. Pero puede que el tiempo avance en la dirección contraria y lo que vemos sean los restos de su afanosa y en parte fracasada empresa devastadora. Hay también breves escenas que saltan a la vista —¿las «situaciones» del título?—, que parecen aislarse por un momento del caos, islas de otros tiempos que atemperan la inquietud con el comienzo de un relato. La banalidad y el prosaísmo de las figuras las vuelve impropias y por eso mismo inesperadamente adecuadas para el contrabando metafísico, la fenomenología aplicada.
Porque ¿por qué el hombre con el hacha querría ahora hacer añicos el bric-à-brac que Porter ha reunido pacientemente durante años? Si lo que enfrenta con el hacha es el pasado, ¿qué destruye? ¿Piensa que la memoria es un vaciadero de basura,como Funes, y quiere que lo trabaje el olvido? ¿O es Porter la que destruye? Bien mirado, el asunto es más complejo y hace aletear el sentido. Para que el hombre del hacha destruya, Porter, en la dirección inversa del tiempo, compone pieza a pieza los pedazos, reconstruye. El suyo es un tiempo más flexible y más incierto, en el que es posible destruir y a la vez componer, optar por una alternativa sin perder las otras, alumbrar a un hombre con un hacha y también a un jardinero que riega sus plantas en medio del desastre. Es el ambiguo tiempo del arte, que se parece al de la esperanza y al del olvido. Como en el cuadro de Magritte, a fin de cuentas, podría decir Porter, esto no es un hombre con un hacha.
Graciela Speranza
Fotografías: Samantha Cendejas
Cortesía del Museo de Arte de Zapopan
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