Juegos de niños / Luis Arce

columpios

Recuerdo ahora un par de columpios. Oxidados y dañados. Casi fúnebres. Situados justo en el centro de un parque cuya arquitectura parecía estar diseñada para iluminar el óxido de cobre en las cadenas que sujetaban a los columpios del mástil. Como si ese cuadro quisiera representar una escena infame de angustia y devastación, incluso con el juego de los niños rodeándolos, aquellos columpios permanecen en la memoria como una fotografía desoladora.

Imagino estar sentado en un columpio. ¿Sentirá también el viento esta costumbre de balancearse? El curso de mis zapatos es sólo un vaivén de hojas que se revuelven como polvareda.

Imagino estar sentado en un columpio. Un poema. «Compuesto el primer día de otoño». La entrada de todas las estaciones es distinta cuando los pies están lejos de la tierra.

Nota: ¿Es posible averiguar el otoño desde la posición de un columpio?

La sensación de vuelo. Explícitamente: la sensación de despegar, de apartarse íntegramente de la peligrosa forma de la grava y la arena extendida ante nuestros zapatos. Aquel espantoso chirrido de las cadenas oxidadas era nuestra turbina para despegar.

El curso del tiempo parece una cosa tan accidental cuando consigo imitar el vaivén de las hojas. Si el mundo es descubierto como un ir y venir de acontecimientos, personajes, arquitecturas, podemos encontrarnos en calma con la serena oscilación del columpio, como explicando a las personas el tono en el que funciona la historia. Serenidad. Ir y venir. Disculparse con el sucio calzado que nos acompañó al parque.

 

papalotes

Papalotear. Estar tan lejano, tan absorto, tan entregado a otra manera de percibir la realidad, que la ciudad parezca un dibujito de hormigas en movimientos cíclicos y mundanos. Olvidando que todavía estamos sujetos de un hilo.

Papalotear. Acción de perder el tiempo en tonterías. El arte de papalotear es un arte especulativo. Conjunción difusa de la realidad.

Papalotear. Estar como papalote. Confiar ciegamente en el viento —o debería decir «confiar ciegamente con el viento» [¿?]. Ser contemporáneo del viento. Y de colores.

El cielo parece tener todo la misma textura, un cúmulo de experiencias. Falso: encontrarse plenamente despegado de la tierra es encontrarse en una pequeña paradoja metafísica. Verdadero: escribir en un papel que me he separado del mundo.

Nota: Sólo porque el papalote se encuentra en aquello que llamamos mundo, es calificado injustamente de realidad.

Creemos que las ideas son cometas de papel.

También trozos de papel que el viento disuelve. Es un lugar común de la paradoja escritural cuando el viento entra por la ventana y desacomoda el orden relativo de nuestros escritos. Entre el viento y los papeles que mueve sólo hay un retrato del movimiento. Un hecho suspendido a la relatividad de lo que acontece. Las ideas, como los papalotes, si se sueltan del hilo, se pierden.

Estoy pensando en una instancia del aire donde las nubes se diluyen como acuarelas. Si las condiciones del clima son variadas, no resulta pertinente volar papalotes. Pero siempre es posible refugiarse en casa para confeccionar los colores y la forma de nuestro papalote, para salir a volarlo cuando el clima sea mucho más favorable.

Por lo general, nadie vuela papalotes en la noche, pero los almendros sólo florecen en invierno.

 

pelota

Ciertos movimientos escapan a la percepción de lo ordinario. Los insectos que revolotean, o la algarabía de los grillos durante una noche calurosa. Así, cada estación atraviesa un estado de percepción. Movimientos recónditos, que con los años son cada vez más imprevistos.

Florecer podría parecer una acción tremendamente egoísta, pero la única forma en la que podemos entender la primavera es adelantando su llegada. Este fenómeno se puede imaginar como una impaciencia ante el armónico crecimiento de otras estaciones.

Florecer de imprevisto, como el movimiento de un insecto que se bate en un abrir y cerrar de ojos. Describir aquel movimiento: explicar y renombrar la hermosa ondulación de una flor que se agita tras el inadvertido rebote de una pelota.

Las pelotas son de colores vivos, como las flores. Pero una pelota ponchada no es una flor que ha reventado.

Se habla de la primavera con una seguridad blasfema. La época donde todo florece no es necesariamente la época donde todo se renueva. Y una pelota ponchada no puede ser más que una pelota ponchada —tal vez un sombrero.

El movimiento no es más que la renovación de los estados. Cada primavera, un juego cualquiera, difiere y se mueve con la constancia de una pelota que va hacia todos lados.

 

trompos

Recuerdo un trompo que giraba entusiasta sobre un charco gris y helado. En un momento la órbita del planeta y sus estaciones se conjuraron en el verde, rosa y azul de sus movimientos.

Para aprender sobre el verano uno debe entender el mundo desde su propio eje. Yo soy un cuerpo que gira. Y mi cabeza son las estrellas. Cambio, pero tarde o temprano estoy de regreso.

El hilo que está sujeto a nuestro dedo anular es también un pretexto para evitar la quietud de los recuerdos; avivarlos como se aviva la luna cuando le da la vuelta a la tierra. La génesis del movimiento, el comenzar para detenerse.

Las estaciones mismas advierten también una sensación de movimiento. Una repetición que se aparta de cualquier convencionalidad. El verano por ejemplo, regresa siempre de una manera distinta. Aunque sus movimientos parecen similares, las sutiles variaciones de su rotación enmarcan la presencia de un trompo que gira.

Como los trompos, la Tierra tiene también un movimiento de precesión. El verano, y los movimientos de un trompo son en apariencia, logrados con la enumeración inexacta que da cierto número de vueltas, antes de cabecear ligeramente, hasta detenerse. 

Los trucos que realizamos con el trompo no están diseñados para detener su movimiento, sino para amplificarlo, embellecerlo, ornamentarlo de un colorido diferente al ya tramado en su pintura. La imaginación clarifica este movimiento, dotándolo de algo parecido a la fantasía.

La lluvia encarnizada de esta tarde se detuvo de pronto. El resultado fue únicamente la formación de un arcoíris. Sería difícil pensar que este truco no es obra de la imaginación.

[Imaginar aquí un trompo que recorre la forma de un arcoíris].

Hay que aprender a volver, a retroceder, a bailar, a girar con libertad sobre la mano. Finalmente, todo está rodeado de piedra.

Cuando un trompo deja de girar no sólo detiene su movimiento. El mundo entero parece detenerse como si un instante solo bastara para que personas, camionetas y amigos quedaran petrificados. Cada cosa retoma su forma cotidiana. Ennegrecida por nubes que no llueven.

Así también, cuando se apaga la imaginación, la lluvia pasa a ser lluvia y el verano, verano.
globos

Bastaría creer que la vida es un globo atado con un hilo al dedo meñique. Así cuando el globo salga disparado hacia el aire y no seamos capaces de recuperarlo, para encontrarlo después reventado y destruido encima de la copa de un árbol, sabremos que la vida misma ha perdido el hilo; pero ha plasmado en el árbol la sensación de que el mundo entero se reduce a un diminuto instante de explosión.

Es incierto el destino de los globos que soltamos al aire. Sin embargo, es bien sabido que el viento no sopla en la misma dirección todos los días. Algunas corrientes, principalmente boreales, han comprobado, con gratos resultados, su capacidad para resolver la inquietud de un globo que se ha perdido.

Recuerdo soltar un globo con la intención de recibir regalos. Día de Reyes. El corazón le responde a la cabeza con una bofetada: no dejaremos de creer en las cosas que olvidamos.

Confiar ciegamente en este colorido globo. Llegará a buen destino.

Soltamos el globo esperando una respuesta. El viento tiene para nosotros dos o tres palabras que estamos dispuestos a olvidar.

El olvido alienta la esperanza. Las manos que dejan escapar algo querido, exhortan nuestra fragilidad para creer en vientos más favorables.

Creemos en olvidar para reescribirnos, para renombrarnos en los zapatos de juegos o personas que fueron nuestros. Aquellos globos que reventaron cuando alguien, insensatamente, los pinchó con una aguja, son supernovas de la memoria. Cuando un globo estalla pertenece al olvido; pero todo aquello que había dentro, todo aquello que había en la mirada que lo miraba, permanece intacto: inflado instante donde cada forma tenía una explicación.

Nota: La función final de los juegos es contener aquel viejo estado del hombre donde la felicidad consiste en dos o tres reglas predominantemente sencillas.

 

 

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