80 años de Fernando del Paso
1. Carlota y los hilos del silencio
Si hay algo que me impresiona y atrae de cualquier literatura es su naturaleza de transgresión. Saltarse las trancas del sentido para recobrar otros, para desdecir lo dicho tantas veces y tocar la frontera: la línea imaginaria que accede al más allá. No abundaré, en este escrito, sobre su filiación en la historia de la literatura mexicana —tema que ya han trabajado con lucidez algunos críticos— ni en sus antecedentes y herencias. Prefiero plantarme frente a ella como frente a un advenimiento en mi experiencia de lectura. Noticias del Imperio (Diana, 1987) es sin duda una novela admirable por su carácter de síntesis, piedra angular como acontece de tanto en tanto en la literatura: puede hablarse del Ulises de Joyce, de En busca del tiempo perdido de Proust, de los Cantos de Ezra Pound, que, aunque su parentesco sea lejano, existe entre estas obras la necesidad ecuménica de ligar todo con todo. Por lanzarse hacia el otro lado de la historia con los hilos en la mano y volver míticos a sus personajes. En el caso de Carlota y Maximiliano —protagonistas de una breve parte de la historia mexicana— no los absuelve ni condena, sino que, sirviéndose de la Historia, Del Paso los vuelve héroes del verbo, hijos y dioses de la ficción. Sin embargo, es irreprochable el acervo histórico del que parte el autor, un imponente marco real (amplísima documentación, producto de años de investigación).
Mediante un discurso ininterrumpido a la manera de El otoño del patriarca, de letanía rítmica y adjetivación desbordada, pero más cercana a la locura lúcida y audaz de Susana San Juan, Carlota inaugura —como lo dice Peter Sloterdijk— la apertura del mundo como aventura total: Carlota encarna la posibilidad humana del éxodo:
Yo soy María Carlota de Bélgica, emperatriz de México y de América. Yo soy María Carlota Amelia, prima de la reina de Inglaterra, Gran Maestre de la Cruz de San Carlos y virreina de las provincias del Lombardovéneto acogidas por la piedad y la clemencia austriacas bajo las alas del águila bicéfala de la Casa de Habsburgo. […] Yo soy Carlota Amelia, mujer de Fernando Maximiliano José, archiduque de Austria, príncipe de Hungría y de Bohemia, conde de Habsburgo, príncipe de Lorena, emperador de México y rey del Mundo, que nació en el Palacio Imperial de Schönbrunn y fue el primer descendiente de los Reyes Católicos Fernando e Isabel que cruzó el mar océano y pisó las tierras de América. […] Yo soy Carlota Amelia, regente de Anáhuac, reina de Nicaragua, baronesa del Mato Grosso, princesa de Chichén Itzá. Yo soy Carlota Amelia de Bélgica, Emperatriz de México y de América: tengo ochenta y seis años de edad y sesenta de beber, loca de sed, en las fuentes de Roma.
Carlota es el personaje que, merced a su confusión, murmura la historia en su totalidad, logrando acceder a los limbos del lenguaje, a los límites del sentido: en el lenguaje están cifradas las posibilidades de ser de las cosas. Entonces los lectores tenemos la sensación de habitar una especie de eternidad. Carlota permite a la narración de Noticias del Imperio pasar de ser una reflexión histórica a una vivencia de la historia. Todo lo demás puede desprenderse de los anales o anaqueles, menos Carlota, en ella algo palpita y se anima, ¿la locura? En esa abolición de los tiempos reside lo humano de la novela: su cadencia, su significación. Carlota nos arroja sobre el centro de su propia existencia, cuando ella habla los signos y vocablos que portan su palabra nos pasan desapercibidos y se vive una suspensión de los acontecimientos, tal como si sólo eso existiera en el horizonte de la narración.
Noticias del Imperio es una obra donde el lenguaje posee conciencia de sí, con esto quiero decir que al surgir de un capítulo histórico, su nuevo ordenamiento es sin duda la medida exacta de lo que la Historia no pudo decir. La prosa es intensa y real, el lector acude a una nueva figura de ese pedazo de acontecimientos. Una nueva constelación donde quedan urdidas para siempre la historia europea y la mexicana. Noticias del Imperio comparte con Cien años de soledad ese mundo donde todavía era posible unir los continentes, un mundo de mitologías, de atmósferas y continuidades, unido por el espíritu:
Mientras Carlota envejecía, sola y loca, encerrada en su castillo, los italianos eran derrotados en Etiopía por el sultán Menelek y Lawrence de Arabia levantaba a las tribus del desierto para triunfar sobre los turcos; estalló y acabó la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia; Italia se anexó a Trípoli y la Cirenaica y Francia se apoderó de Madagascar y firmó un tratado secreto con España para repartirse a Marruecos; Gran Bretaña se apoderó de la región de las minas de diamantes de Kimberley en Sudáfrica; Estados Unidos se adueñó de Guam, las Filipinas, Puerto Rico y Hawai, y el ejército angloindio invadió Afganistán.
Como Pedro Páramo sentado en su equipal, Carlota muere pero sigue hablando («Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México»), desde el único sitio de posibilidades para el lenguaje, como ser encarnado frente a la Historia, retándola, trastabillando sus servilismos para ponderar su verdadero reino, el de la ficción, cuya cara real es el silencio, o mejor, los hilos de silencio que siempre están entreverados a las palabras de la gran literatura.
2. La profundidad y el embrión de la poesía
No es una coincidencia que, diecisiete años después, Fernando del Paso publicara un libro de poemas, donde continúa el hilado y deshilado del lenguaje. En PoeMar (fce, 2004) el agua se manifiesta como ser total, con cuerpo, alma y voz. El mar nos conecta con la profundidad y con el embrión; ambas realidades directas. El libro es —como su narrativa— una experiencia de lenguaje. En el poemario la lengua posee liquidez y caudal, nos va sumergiendo en un tejido de diversas sintaxis y distintas dimensiones: por un lado nos aparece el agua que fluye sin cambiar, pero también el agua que renace de sí misma, luego un agua vengativa que regresa y asesina, voz del pasado, y el agua que es portadora del mundo, del mundo tal cual es.
Pero yo estaba vivo en aquellos tiempos, y fui testigo de cómo en el mar se levantaba una columna de agua que era como la torre de un altísimo castillo, para lanzarse a las alturas en busca de un infierno imaginario.
El agua es, para Del Paso, un elemento transitorio, el que le permite la metamorfosis de ese ser que se manifiesta siempre en primera persona en sus diversos matices. Ser en el vértigo: cambiante y al borde de la muerte. El libro abre con una voz que despierta a la primera conciencia de ser, como un aroma, como un arroyo:
Para cantar al mar, no hay más enseres,
para cantar al mar y sus placeres,
al mar azul, al mar y sus bahías,
al mar y al sol, espejo de sus días…
Esta voz se prolonga a lo largo del libro, a veces en décimas, otras en coplas, en endecasílabos, en verso libre. Hay también textos melancólicos, recuerdos que nos llegan como esas pequeñas charcas que sobre la arena deja la resaca antes de ser absorbida:
Cuando yo era niño,
en la playa de Caleta,
en Acapulco
el agua me llegaba al cuello.
Un agua transparente y clara,
como la nada…
Los sueños del poeta son orgánicos en este mar, y sus imágenes son anónimas. Sin embargo, como los textos son gotas imaginadas en profundidad, el agua se vuelve un germen dinamizado, PoeMar le otorga a la vida un ímpetu inagotable. Tal vez por eso en la serie Amar a mamá-mar el agua es femenina, el agua es un nacimiento continuo, es la fuente inagotable, la maternidad. Ella resguarda el equilibrio primigenio, contiene el origen y su desarrollo. Así, además de esa voz en primera persona, en este mar se dan cita los personajes mitológicos, porque el mar de Del Paso no es solamente un mar en vértigo, es también un mar meditativo, un mar embravecido, que busca el enfrentamiento con su propio ser histórico.
El mundo mitológico de Fernando del Paso traspasa su propio mar con historias irreales trenzadas con pasajes históricos. El agua entonces se violenta, se impregna de cólera, llegan al mar los piratas, por ejemplo; surgen duelos de malignidad, el agua se vuelve rencorosa y masculina. Una vez masculinizado, el mar brama y resuena, se trasforma de un mar cantante, lúdico, nostálgico, en un mar muscular, y en prosa.
Todas estas sangres y más, y desde luego la de las víctimas de tanto naufragio habido en la historia y que sería prolijo enumerar, eran, para uno de los tripulantes del Barco de los Locos, las que flotaban en los lomos de las olas al enrojecerse las aguas cuando, como decían los viejos marineros, el mar menstruaba.
El mar como el encuentro con los muertos, como la disolución de límites. PoeMar es una sonorización de los diferentes seres que expían mudos dentro del ser humano, al mismo tiempo que propone un encuentro íntimo y verdadero entre la palabra del mar y la palabra humana.