Soñé que dormía: los años de hacer canciones / Juan Vázquez Gama
En la música, como en los deportes, los números no juegan. Y digo números por decir las estadísticas, la trayectoria, los premios, los laureles. En cada partido y en cada estrofa hay que hacerse, rehacerse, renovarse, ponerle puntos al marcador. Sin embargo, como en toda generalización hay grietas, y claro que, aunque no juegue, la historia pesa, y estar una y otra vez en la contienda le da otro gusto a las nuevas creaciones.
Ésa fue mi primera impresión cuando escuché completo el álbum Soñé que dormía, de Alfredo Sánchez. Supe que ahí no aplicaban los procesos convencionales de la escucha de un disco, sino que habría que considerar que en él —en su creación, arreglo y producción— se incluía un amplísimo stock de textos y subtextos cuyos orígenes podemos rastrear revisando los créditos del disco.
Sin abandonar el tema del contenido, hay que decir que el booklet, el arte y el empaque son ventajas que tienen los formatos físicos, proveen la posibilidad de acceder a otra fuente de información alterna y complementaria. Soñé que dormía nos sirve de muestra: la aportación gráfica de Claudia Perenzález, cuya obra conforma la portada e interiores, y la descripción de cómo se instrumenta y quiénes colaboran en las canciones, dan al contenido del disco otro matiz.
Hablábamos entonces de los textos y subtextos, y cómo no, si además de la figura del propio Sánchez (de quien ya hablaremos), los corresponsables del sonido del disco son Omar Ramírez, como productor, y Carlos Avilez en la mezcla y la grabación. Omar Ramírez pertenece a la generación de músicos que se formaron directamente en la escena del blues, tocando con Genaro Palacios, con La Fachada de Piedra, y en fechas más recientes (después de varios años de vivir en Argentina, donde formó parte de las bandas de Kevin Johansen y Daniel Drexler, por referir algunos) es el líder de Kingsmith, cuarteto ecléctico que transita por los terrenos del blues, el rock y el funk; es un gran conocedor de la obra de los Beatles y de Charly García; y además ejecuta de manera magistral el órgano Hammond, instrumento sin cuya sonoridad no sería posible entender una época ni la natural evolución del jazz, del blues, del funk y de la música disco. Y qué decir de Carlos Avilez, quien, además de ser productor, compositor y cantante, es el bajista de Cuca, banda histórica y de culto en la escena del rock nacional; eso sin dejar de lado su proyecto solista titulado Avilez y Extraños, cuya música él mismo define como blues mexican style, o rock and roll arrabalero.
Alfredo Sánchez, por su parte, es un referente fundamental en varios momentos históricos del Occidente del país. Para comenzar con alfombra roja, diré que formó parte de la alineación histórica de El Personal, banda caracterizada por el peculiar sentido del humor de sus letras y por sus sonoridades provenientes del reggae. También fue músico, compositor, arreglista, director musical y productor en una de las alineaciones que más me han gustado del proyecto de Jaramar Soto. Ahí lo vi por primera vez en un escenario, hace poco más de quince años, cuando presentaban el disco A flor de tierra, una recopilación de canciones de la tradición popular latinoamericana, pero con arreglos muy en su estilo, es decir, con programaciones, secuencias, percusiones e instrumentación entonces exóticas (que luego se popularizaron) provenientes de diversas partes del mundo, y en general con guiños a la música antigua, medieval y renacentista. En últimas fechas colaboró con José Fors en la composición y dirección musical de la ópera rock Frankenstein y en su proyecto solista Forseps. Soñé que dormía es su segundo disco solista (después de que en 2005 lanzara Primeros pasos), y son básicamente canciones. Unas son nuevas, unas que hace muchos años lo fueron.
Con estos tres músicos detrás del sonido del disco, se leen de manera distinta piezas como «El enemigo», que nos remite a Charly, o el legítimo tono de arrabal que logran en «Pase lo que pase»; las pinceladas griegas de «Bajo perfil»; el espíritu reguesero en «Si nos volvemos a encontrar», y el sentido del humor de «Todos somos hartistas». Eso sin contar que, claro, hay Beatles, y Stones, y otras referencias que seguramente cada quien podrá encontrar.
Por último, ¿qué decir de los colaboradores? La mención debe ser breve por inasible, sus semblanzas llenarían un libro de historia del rock, del jazz y del blues de diversas generaciones en las últimas tres o cuatro décadas. Colaboran la alineación completa de Kingsmith (Juan Manuel Ayala, Erik Kasten, Omar Ramírez y Trino González); Mauricio Estrada (Pneumus), Daniel Kitroser, Abigail Vázquez, Frankie Mares (Troker), Lalo Melgar, Nacho El Implacable González (Cuca), Arturo Ybarra (Forseps, Rostros Ocultos), Álex Otaola (San Pascualito Rey, entre muchos otros proyectos), José Fors (Cuca, Forseps), Amillo Castro, Tom Kesler, Luciano Sánchez, Fer Arias (Radaid), Helena San, Ugo Rodríguez (Azul Violeta), Sara Valenzuela y Daniel Zlotnik. Es una lista larga que se completa con el colofón que provee el texto del poeta Luis Vicente de Aguinaga como letra para la canción «No love».
Gustos aparte, Soñé que dormía esun disco al que hay que prestarle oídos, y con esa nómina de colaboradores, seguramente alguno es o ha sido parte de la banda sonora de nuestras vidas. Qué bien que, aunque la historia no grabe discos, los que la han escrito sí lo sigan haciendo.