IV Concurso Literario Luvina Joven / Mi infinito pasado / Jaime Ventura

 IV Concurso Literario Luvina Joven

Mi infinito pasado
Jaime Rodrigo Ventura González

Vivir para soñar, soñar para vivir.

Me llamo Jaime Ventura, vivo con mi abuelo Glenda desde hace dos años. Mis padres murieron en un accidente automovilístico y él se ha hecho cargo de mí. Él me pidió que lo llamara por su nombre y no «abuelo», dice que lo hace sentir viejo.
Glenda tiene conocimientos de físca y matemáticas, suele estar en la biblioteca de la casa leyendo y escribiendo notas numéricas todo el día. Es un poco excéntrico y muy optimista, siempre ríe de sus errores, nunca lo he visto triste. Suele vestir un abrigo de piel café claro, sus cabellos blancos están un poco despeinados, sus gafas son pequeñas y su mirada parece la de un loco. Últimamente lo he visto construir algo en el sótano, parece una especie de máquina. No me he atrevido a preguntarle nada al respecto, tengo miedo de que sea otra de sus locuras e intente explicarme por horas cosas que no logre entender.
Desde que Glenda ha estado construyendo su máquina rara no para de hacer ruido por las noches. Realmente no me molesta, pero no puedo evitar sentir un poco de curiosidad. En algún momento dejo de escuchar ruido por un gran periodo de tiempo, esto me causa intriga, él nunca toma descansos tan largos.
Pinto un cuadro en mi habitación, muy cerca de la ventana, y escucho que la reja que rodea la casa rechina lentamente, entonces volteo para mirar a través de ella: al abrigo de la oscuridad de las diez de la noche, Glenda introdujo subrepticiamente en la casa un carrito de supermercado que llevaba en su interior un gran reloj de pared y un generador de electricidad; no puedo imaginar dónde los consiguió tan tarde, pero se ve algo cansado. Imagino que esos artefactos servirán para complementar su máquina.
No me equivocaba. A la mañana siguiente, despierto sorprendido al escuchar gritos de Glenda que al parecer provienen del sótano:
—¡Jaime, Jaime! ¡Ven a ver, por fin está lista!
Salto de la cama y corro descalzo hasta donde se encuentra, me mira y, extendiendo la mano para mostrarme la máquina, dice:
—Mírala, es bellísima, ¿no?
—Sí, ¿pero qué es? —respondo, frotando mis ojos para poder despertar del todo.
—Esta máquina que ves aquí es el mayor poder que tiene el ser humano sobre el tiempo y el espacio, con ella no tendrás que preocuparte por las leyes de la física.
Me mira de perfil mientras sonríe un poco. A mí no me queda más opción que responder también con una sonrisa.
—¡Felicidades! —le digo, dándole un abrazo, aunque realmente no sé por qué.
—Bueno, tenemos que probarla —me mira con cara de curiosidad.
Temo darle una respuesta, tengo un mal presentimiento, así que me quedo callado.
—Pero será otro día, porque hoy tienes que ir al colegio —dice mientras cubre la máquina con una sábana.
Al día siguiente, cuando llego del colegio, sorprendo a Glenda durmiendo sobre el escritorio de su despacho, de seguro está muy cansado por tanto esfuerzo que ha hecho últimamente, así que lo dejo dormir. Ya casi al anochecer despierta, y camina soñoliento hasta la cocina, donde me encuentro cenando; se asoma por la puerta.
—¿Listo?
—¿Listo para qué? —pregunto, un poco sorprendido.
—Mañana probaremos juntos la máquina que he construido, podrás viajar en el tiempo, ¿no te gustaría?
—¡Ah, claro que sí!
—Bien, haré los preparativos —dice mientras sale de la habitación.
Tengo algo de curiosidad sobre lo que sucederá mañana, ¿a qué se refiere con viajar en el tiempo? ¿Acaso se habrá vuelto loco? Aunque creo que siempre lo ha estado. Me voy a mi habitación. Me cuesta trabajo quedarme dormido.

Es sábado por la mañana, así que me levanto un poco tarde, camino hasta el baño y me lavo la cara, me miro al espejo por un momento, escucho arrastrar muebles en la planta baja, recuerdo mi compromiso con Glenda y bajo de prisa. Al llegar a la puerta del despacho me doy cuenta de que ha llevado la máquina hasta ahí, también ha quitado los muebles de la habitación.
—¿Cómo lograste moverla? —pregunto con admiración.
—Eso no importa. Por fin ha llegado el momento de probar un trabajo de toda la vida.
—Pero ¿exactamente qué hace? —pregunto tartamudeando.
—Te explicaré: la máquina está diseñada para permitir al ser humano retroceder en el tiempo, pero no como todos creen, no viajarás en primera persona sino como un espectador, cuando llegues a cualquier punto del pasado te encontrarás contigo pero realmente no serás tú, sino «otro» tú, otra persona diferente, que vive en tu espacio y tiempo. Alterar el pasado no afectará nuestro presente. Es complejo explicarlo, será más fácil si lo experimentas.
—Pero ¿por qué yo? —pregunto espantado.
—Porque es lo más indicado, si yo entrara a la máquina y algo saliera mal, tú no sabrías cómo mantenerme a salvo; en cambio, si entras tú y sucede algo inesperado, yo soy el único que sabe cómo rescatarte. Confía en mí.
Sus palabras me hacen sentir tranquilo, aunque no del todo, pero aun así acepto ser quien use la máquina. Glenda abre la puerta de lo que parece ser un ropero y me pide que me meta en él. Lo hago sin decir nada. Veo a Glenda jalar una palanca y al instante un reloj que está dentro comienza a girar. Algo parecido a una tuba emite un zumbido muy agudo que pasa a ser grave en un instante, empiezo a sentir que todo da vueltas a mi alrededor, miro el reloj y cada vez gira más de prisa, cierro los ojos con miedo e inesperadamente pierdo el sentido.
Cuando recobro la conciencia veo un niño a mi lado que intenta ayudarme a levantar, me siento en el piso, me toco la frente y pregunto:
—¿Dónde estoy? ¿Es el pasado?
El niño me mira con preocupación y dice:
—¿Estás perdido? Porque si lo estás deberías ir con la policía.
No contesto; miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy en un gran jardín lleno de flores rojas y azules, me parece un lugar conocido. Me levanto, estoy en una fiesta infantil, camino hacia la multitud de niños y los miro con detenimiento, parecen sacados de algún sueño que tuve. En la mesa principal se encuentra un gran pastel azul con siete velas, entonces recuerdo: esa fiesta es para mí, fue hace tanto tiempo… Intento encontrarme pero no lo logro, corro entre los niños para identificar a alguien, pero tropiezo. Todo se distorsiona y siento que mi cuerpo se desvanece, pierdo de nuevo el sentido.
Cuando despierto, estoy en el garaje de mi antigua casa, en la que vivía con mis padres antes de su muerte, me doy cuenta porque veo el coche que solíamos usar. Está un poco oscuro. Camino algunos pasos y escucho ruido bajo el auto, me inclino para ver y descubro al tío Gale alterando algo del auto con unas pinzas, giro la cabeza y un calendario en la pared anuncia que es el 27 de marzo de 1995, eso me hace reaccionar: es la noche anterior a la muerte de mis padres. El tío Gale es el responsable. Lleno de odio y rencor tomo un martillo de un estante y, cuando asoma la cabeza por debajo del auto, lo golpeo no muy fuerte pero sí lo suficiente para hacerlo gritar. Entonces se encienden las luces dentro de la casa, la voz de mi madre alerta a mi padre y entran por la puerta del garaje, que aún está oscuro. Puedo ver sus rostros; bellos sentimientos me inundan y lágrimas de felicidad corren por mis mejillas. Mi padre mira al tío Gale y se percata de sus intenciones. Comienza a gritarle. Yo me recargo en la pared lentamente, me paralizo ante la situación, me deslizo por el muro y me siento en el piso. Escucho discutir a mis padres y al tío Gale. Bajo la mirada, una mueca de felicidad y tristeza se dibuja en mi rostro.
—¡He salvado a mis padres! —grito muy alto.
En un parpadeo estoy de nuevo dentro de la máquina.
—Al fin he vuelto —susurro en voz baja. Algunas lágrimas aún brotan de mis ojos. Veo a Glenda revisando el entorno y, cuando me mira, se sorprende y dice:
—¿Desde cuándo estás aquí? Qué bueno que llegaste, ahora probaremos la máquina.
No sé qué hacer o decir, ¿estará jugando conmigo? En la puerta se asoma una silueta delgada y alta, la miro y me percato de que soy yo llegando al despacho. Cuando Glenda se da cuenta de mi sorpresa, gira la cabeza y ve a mi «otro» yo. Cae de un sentón sobre el piso.
—¿Entonces funciona? Has venido del futuro, ¿no es así? —me pregunta limpiando sus anteojos con la camisa.
—Eso creo —digo, caminando fuera de la máquina.
Un estornudo oportuno sale de mi nariz. Estoy a un metro de donde me encontraba, observo y ahora hay tres yo, nos miramos incrédulos, pero vuelvo a estornudar y ahora hay cuatro; antes de que me dé cuenta sucede de nuevo: ahora cinco, después seis, siete, ocho, nueve y en un instante la habitación está llena de mí. Comienzo a asustarme, al parecer todos lo estamos, gritan y caminan de un lado a otro. Todos mis dobles (aunque quizá a estas alturas también yo sea un doble) comienzan a alinearse en una fila detrás de mí y nuestro entorno se torna totalmente blanco. Escucho la voz de Glenda:
—Te has quedado atrapado, la máquina dividió diez segundos entre tres y ha provocado una fracción infinita de segundo, de igual manera con una infinidad de tu persona.
Y efectivamente, tras de mí hay una fila sin fin hecha conmigo mismo moviéndose épicamente. El espacio que ocupamos comienza a quebrantarse como si se tratara de un cristal, dejando gigantescos agujeros negros en el aire. Tal es mi asombro que pierdo el sentido.
Al despertar, Glenda me sostiene y me pregunta cómo me encuentro. A lo que yo sólo respondo:
—Los salvé, a mis padres, los salvé, ¿verdad?
—No, salvaste a alguien más, seguro ese otro Jaime está feliz con el nuevo futuro que le has dado.
Me tranquilizo al saber que tengo a Glenda, está a mi lado y eso no cambiará porque éste es mi presente y de nadie más.

 

 

Comparte este texto: