Preparatoria de Tonalá / 2013B
Y he de empezar a escribir sobre una de las influencias más grandes en nuestra vida: las noches. Esas noches en las que el insomnio se vuelve tangible ya sea voluntaria o involuntariamente. En las que oscurece tanto el cielo que llega a oscurecernos también el corazón. O ésas en las que la inspiración te ataca, te transforma y fecunda en ti versos inéditos. Esa noche, la cual queda tatuada en tu vida con el calor de dos cuerpos fundiéndose, es decir, las que están hechas para compartirlas, para no dormir. O tal vez aquellas que utilizamos para vengarnos del olvido.
Por otro lado, están aquellas que se hicieron para dormir, descansar el cuerpo y tal vez la mente, o tal vez lo contrario, las utilizamos para construir nuestros sueños o que ellos nos construyan a nosotros. Existen aquellas en que el alcohol se vuelve un portal para la ingrata y a veces necesaria soledad. Y es ahí donde tus demonios se materializan y hacen más grande tu agonía, tan grande que empiezas a disfrutarla. Ésas en que el trasnochar es un deber: tarea, trabajo, aseo, y la fatiga no cesa, incluso comienzan a marcarse unas bolsas negras bajo tus ojos.
¿Y por qué no hablar de aquellas en que el desvelo es un gusto? Ésas en que le sonríes mil veces a tu celular, el reloj es sólo un estorbo y el motivo tiene nombre y apellido. O aquéllas en que la locura es el lema, la compañía necesaria, el tumulto inevitable y crece la flor de la amistad. Sí, no podía faltar esa noche en la que te acuestas temprano en tu cama y tu mente empieza a divagar, creas una maravillosa historia, creas tu vida perfecta, y cuando tienes el mejor plan, miras el reloj, te das cuenta de que esa vida perfecta sólo fue una ilusión y ves que ya son las 3 a.m. En fin, existen miles de formas de pasar una noche, de vivirla, de recorrerla: feliz, divertida, nostálgica o melancólicamente. ¡Pero las letras nunca lograrán reflejar lo que se ha vivido en alguna de ellas!