Licenciatura en Bibliotecología, Universidad Virtual
¿Mi vida? La actuación, el cine, el teatro, el glamour, cámaras, viajes, los mejores vestidos, las mejores joyas y uno que otro hombre. Nadie me opacó ni en belleza ni en actuación. Dicen por ahí que María, sí, María Félix, era mejor, pero no, ella sólo fue una diva del cine, yo una reina de la actuación. Todos en México han visto mis películas, y muchos mis obras de teatro; todas las mujeres de este país se identifican por un momento con alguno de mis personajes o con mi persona. Yo sí fui actriz completa, no como la tal Félix, que siempre se interpretaba a sí misma, siempre la misma expresión, la misma mirada y la misma actitud, ¡bah, eso no es actuar! ¿Mi mayor logro? El cariño del público, porque a mí siempre me quiso la gente, aún ahora que pasan a mi lado sin reconocerme me dan unas monedas, me siguen teniendo cariño después de tantos años. ¿Mi mayor logro profesional? No lo sé, en teatro estuve en cartelera cinco años seguidos, en cine siempre estuve nominada al Ariel, la mayoría de las veces lo gané. Mi mayor logro profesional que lo decida la gente, que es el mejor juez de mi trabajo. Revise la historia, ahí encontrará mi nombre, Glenda Ríos.
Glenda camina por la banqueta huyendo del sol, va hacia el carrito de supermercado que empuja por las calles de la ciudad, saca una sombrilla, se cubre con ella; regresa, de su saco toma una botella de alcohol de 96 grados, le da un trago largo, sigue contando: Le digo, yo estuve en cartelera teatral cinco años con La lección de anatomía, todo México la vio. ¿Usted conoce esa obra? Más de mil representaciones en el teatro Manolo Fábregas. Nadie, ninguna actriz en México hizo lo que yo. ¿Recuerda el cine Latino? Ahí se estrenó La llorona, en la marquesina del cine compartí créditos con el Indio Fernández y Pedro Armendáriz, fue la película más taquillera de los años cincuenta. Esa noche hasta el presidente vino al cine, ¿cuándo se había visto que un presidente de este país fuera al estreno de una película? ¡Sólo conmigo! No, no lo dejé que se sentara junto a mí, no quise quitar de mi lado al Indio y a Pedro, se tuvo que sentar detrás de nosotros. Después nos llevó a todos a cenar a Los Pinos y ahí sí, él me sentó a su derecha y a Pedro a su izquierda; el Indio no quiso ir. La cena se convirtió en desayuno y casi llegamos a la comida. Años después se rumoró que fui su querida, pero tampoco fue verdad, ya ni recuerdo bien esa noche, sólo me acuerdo de la cena y que llegué a mi casa a mediodía. Sí, después vinieron más películas y luego el teatro, al final el cabaré.
Cuando me lo ofrecieron yo no quería, ¿un cabaré? ¡Qué iba hacer una señorita de veinte años en un cabaré! La cosa fue el pago, en un mes me compré mi casa en el Pedregal, y en dos meses le compré casa a mi mamá y a mis hermanos, además a cada uno le regalé un coche, llegué a la agencia y les dije: quiero siete coches, y les puse el dinero en la mesa; al otro día llegaron todos los autos a mi casa. El cabaré me dio y me quitó. Fue cuando más dinero gané, pero también mi perdición. Me empezó a gustar el trago, primero un whisky, luego un brandy, después un vodka, y así se me iba la noche entera, un trago tras otro. Me emborrachaba pero podía hacer mi espectáculo. El problema vino cuando empecé a perder la memoria –mece su cabellera blanca y rala–, se me empezaron a olvidar las canciones y el guión del espectáculo; me prohibieron beber y yo decidí irme. Pensé que con el prestigio de mi carrera podría regresar al cine, irme a otro cabaré o volver al teatro, pero no. Glenda desliza su espalda por la pared, queda sentada en la banqueta. De entre su ropa saca una colilla de cigarro, la sostiene entre sus dedos huesudos y sucios, pide fuego, alguien le acerca un encendedor, después de la primera calada expulsa el humo por los agujeros de su dentadura. Tanto en cine como en teatro sólo me ofrecían papeles de querida, de relleno o de suegra insoportable; no me di cuenta, pero la edad me empezó a afectar profesionalmente. Incluso me ofrecieron una telenovela, pero no me gustó el papel, iba a ser la madre de la protagonista. ¡Oiga, pero si la estrella era yo! Glenda se va acostando en la banqueta, hurga en la bolsa de su saco, vuelve a sacar la botella, bebe de un trago todo el contenido, se limpia la boca con la manga raída, tira la colilla completamente consumida.
No tenía trabajo, se me hizo fácil empezarme a gastar lo que tenía ahorrado, me alcanzó para año y medio. Después comencé a vender mis propiedades. A la par seguía yo bebiendo, ¿para qué mentir? A mí el alcohol me encanta desde esos años, vendí mis tres casas, después mi carros y por último mis joyas. Por más que buscaba trabajo sólo lo encontré en la televisión, pero me corrieron después de una semana que llegué pasadita de copas y cacheteé a la estilista que me jaló de más el cabello. ¡Oiga!, ésos no eran modos de tratar a una estrella. Total que me quedé sin nada y tuve que regresar a vivir a la casa de mi mamá, que también terminé vendiendo. El alcohol, joven, todo lo perdí por el alcohol. Ya ni recuerdo cómo es que llegué aquí, pero verá, nunca he perdido el cariño de la gente. Hoy me pongo aquí, mañana allá, pasado en otro lugar… Pasa la gente y yo le enseño mis trofeos, mis reconocimientos, les cuento anécdotas; algunos sí me hacen caso, por curiosos me miran, yo les muestro mis galardones, les pido una moneda, a veces me la dan, otras no; otros no me creen que soy yo.
¿Dónde vivo? Ahí junto a las vías, unos chamacos me dejaron su casa de cartón, agarraron camino para el Norte y yo me quedé en su lugar. Al abrigo de la oscuridad de las diez de la noche, Glenda introdujo subrepticiamente en su casa un carrito de supermercado que llevaba en su interior recortes de periódicos, botellas vacías, basura, varios cuadros, comida empaquetada, alimentos caducos, algunas cobijas, desperdicios y los doce Arieles que ganó como mejor actriz del cine mexicano.
*Cuento ganador del IV Concurso Literario Luvina Joven, 2014, categoría Luvinaria/Cuento breve.