Nos rodean animales jurídicos y presidencias blancas, tan blancas como
[los sepulcros encalados por subsecretarios muy dóciles.
Ah de los animales, ah de las presidencias.
Ah de los sepulcros, y de los arpegios bursátiles, y de las unciones
[eclesiásticas, y de los ministerios engalanados con suicidas colgantes.
Ah
[de los cartílagos humanos ante los mostradores amarillos, y de los días
[viernes y de todos los días, y de la generación
de plusvalía
y llanto.
Pensándolo bien, pensándolo,
ah también de los quirófanos, y de las hernias
[vertebrales, y de las espinas invertebradas, y de los ancianos que se orinan, y de las cotizaciones enfermas,
y de los ictus de marzo.
Pensándolo aún más, pensándolo,
ah también de mis hijas, y de los cabellos de
[Ángeles, y de mi madre, y de sus manos asistidas por coleópteros ciegos, y
[de las cifras del inquilinato.
Ah de las cintas doradas y de los recordatorios piadosos.
Y finalmente. Finalmente y amando,
ah del amor, ah de los anillos.
Y más finalmente aún, pulsativamente, mínimamente, apenas,
ah de mi corazón amarillo,
inútilmente
cansado.
(Del libro inédito Las venas comunales)
Veo,
entre acero y espanto,
la ira del ruiseñor, la incandescencia
de las rosas cautivas
y la magnitud de las agujas maternas.
Dame
un accidente.
Dame
la conducta de la flor sanguinaria, la ebriedad de los minerales volcánicos,
y,
una vez más, una sola vez más, dame aún la incandescencia de las rosas, la ira del ruiseñor,
el argumento
de las agujas
maternas.
Una centella fría atraviesa mis párpados.
Herido,
canta el pájaro que vive en mí y se alimenta
de mis venas.
Herido,
cierra sus alas sobre mi corazón y no sucede la oscuridad, apenas sucede.
Veo
un nudo blanco en la sustancia pensativa,
un nudo negro
en la hebra del llanto.
Nada más.