Cuando uno duerme a fondo,
y en la habitación oscura, si no hay luna
y queda una rendija abierta,
entra la noche entera por ahí,
con toda la negrura universal
a sus espaldas,
y no es la suya
la misma oscuridad de nuestra casa:
es la negrura grande,
la que deja al pasar
la vieja amiga perniciosa
que ha diezmado la tribu
de nuestros amigos y parientes,
y es fulgurante luz
la de la fiera noche,
junto a la sombra espesa
que la Erinia proyecta
en el jardín.
Siempre acechando afuera,
velando sus guadañas.
No hay que mirarla nunca
a los ojos de hielo.
Hay que cerrar ventanas.