Preparatoria 7 / 2013A
Mencioné su nombre después de todo ese tiempo que pensé había permanecido intacto en una parte de mi memoria. Nombrarle traería consecuencias, removería sentimientos y recuerdos… Sin embargo, lo hice. Evocándole como si fuese un accidente, le nombré y en ese instante careció de significado, como un recuerdo vacío, careció de fortaleza, porque en realidad lo único que recordé fue su nombre. Los recuerdos regresaban de vez en cuando, cuando la melancolía nocturna me visitaba en los primeros días de febrero. La melancolía es la soledad que llega para hacerme apreciar los recuerdos, sincerar las mentiras que suelo decirme con frecuencia; hace llegar de golpe los recuerdos que creí haber olvidado y que ahora atormentan haciéndome desear sentir esa felicidad momentánea.
Y ahí estaba otra vez, en medio de la tarde y contemplando furtivamente su rostro, intentando no perder ni un solo detalle. El corazón me latió con violencia. Ha pasado tanto tiempo y quizá no deba tener esta maraña de sentimientos en mi pecho. Sus ojos profundamente negros me volvieron a ver después de tanto tiempo, y su voz surgió tal y como la recordaba, como la describía en cada poema que le escribí. Cruelmente indicó que me acercara y simplemente sonrió. Dudé de mí y pregunté ¿por qué?, mi barrera se había roto.
Ahí estaba otra vez, frente a frente, como en mayo pasado, un año atrás.
Me atrapó en un abrazo y en voz baja me recordó todo el pasado, fue quizá una broma, aunque pareció más bien un reproche.
Recordé los primeros días de marzo, los pequeños detalles, mayo, el cuento que le escribí, el último abrazo, el último mensaje: feliz cumpleaños. Mencioné su nombre, después de todo.