Poema con límite de tiempo / Eduardo Chirinos

 

Tengo una hora diez minutos para escribir este

poema. Me acomodo, abro las cortinas, enciendo

la computadora. Pero nadie acude a la pantalla.

Escucho a lo lejos el ruido de los automóviles,

el aleteo de los pájaros, la música de Widmann

(Sophia, Clara, Magdalena, ¿dónde están?)

Pienso que ruido es tal vez la música buscada,

que aleteo y ausencia un lenguaje que debo

aprender a descifrar. El ruido dibuja cicatrices

en el cuerpo, las cuida amorosamente, les dice

eres un mapa estelar. Tengo media hora para

terminar este poema. Cierro las cortinas, subo

el volumen de la música. (Clara se marcha sin

haber llegado, aparece Magdalena dispuesta

a irse). Los pájaros han huido, no sé si volverán.

Su ausencia arde en el árbol, en los pies desnudos

de Sophia, en los pechos blanquísimos de Clara.

Por ganar tiempo vuelvo a acomodarme, abro

de nuevo las cortinas, los oídos cansados de

esperar. Tengo diez minutos para terminar este

poema. Del cuerpo brotan plumas, brotan alas.

Hay tanta poesía en todo eso, no debo hacerle

caso. Miro la pantalla, espero inútilmente algún

vestigio, alguna pista. Repito en voz baja los

nombres: Sophia, Clara, Magdalena. De día

descosen cicatrices, de noche las vuelven a

coser. ¿Dije que cantaban? Ellas nunca cantan,

sólo ríen. Desde su ausencia ríen y esperan

a que apague la pantalla. Luego se marchan

y dejan un recado: «Te quedan tres segundos

para terminar este poema».

 

 

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