Preparatoria 4 /2012B
Tomé los papeles que estaban sobre la mesa, entre ellos también mi pasaporte y mi boleto. Abandoné mi hogar en Manchester para dirigirme a la costa de Liverpool, donde zarparía el transatlántico que me llevaría a Nueva York. Tenía muchas expectativas sobre este viaje. Por fin conocería América.
Fui invitado por mi gran amigo, el doctor Liam Crawford, compañero mío en la universidad de psicología. Llegué al barco e hice los procedimientos de rutina, me asignaron mi camarote y acomodé mi equipaje. Tuve la fortuna de reconocer varios rostros familiares, en ese momento era uno de los psicoanalistas más reconocidos del Reino Unido, así que solía codearme con mucha gente.
Me reuní con mi amigo y conversamos largo tiempo, tenía mucho sin verlo, así que había bastantes temas por discutir, algunos triviales y otros no tanto. Le conté sobre el reciente fallecimiento de mi esposa y cómo lo iba sobrellevando, nos pusimos al corriente sobre lo que había pasado en nuestras vidas y nos despedimos para ir a descansar.
Había ya abandonado el bar donde estábamos cuando Liam me alcanzó para decirme: “Quería esperar hasta mañana, pero es imperativo que lo sepas: traigo conmigo un acompañante muy especial, está recluido en una parte aislada del barco, es en extremo peligroso y prepotente. Necesito de tu ayuda para estudiarlo, confío en que tu experiencia en el psicoanálisis podrá ayudarme. Mañana paso a tu habitación a primera hora, tenemos una complicada tarea entre manos”. Dicho eso, se dirigió hacia su camarote. No pronuncié ni una palabra, me encerré en el mío, me acosté y me quedé dormido de inmediato.
Desperté temprano al otro día, tomé una ducha y comencé a leer uno de los libros que había llevado conmigo, esperando la llegada de mi camarada. Tocaron a la puerta, abrí de inmediato, era él, me pidió que lo acompañara y eso hice. Caminamos hasta una especie de bodega, al fondo pude distinguir lo que parecía ser un calabozo.
Sobre un taburete de madera reposaba un joven, debía de tener unos veinticinco años, su cabello castaño era corto, pero su barba tenía un considerable tamaño, temblaba de pies a cabeza y su mirada se perdía entre las cajas de madera que había en la bodega. Mi compañero me contó que era un ex policía británico que sufría de una avanzada neurosis y había cometido varios asesinatos contra inocentes, entre ellos el de su esposa.
Al parecer Liam, con ayuda de sus influencias, había convencido a los directivos del manicomio donde lo tenían, de dejarlo bajo su custodia, para tratar de curarlo mediante psicoanálisis. Quedé fascinado de inmediato con el peculiar personaje que tenía ante mis ojos, abrí con cuidado la reja de su reclusorio y entré despacio, acerqué una caja de madera y me senté a unos metros del muchacho, le pregunté su nombre, pero no me contestó nada, su mirada seguía clavada en el mismo lugar. Estuve unos minutos tratando de hablar con él, pero no dijo una sola palabra. Estaba tan idiotizado con el joven, que me olvidé por completo de cerrar la puerta, y al parecer Liam estaba igual, pues no hizo ademán de cerrarla. De repente, el antes inexpresivo rostro del joven se alteró, se levantó de golpe y me aventó al piso, e hizo lo mismo con mi amigo y salió corriendo del calabozo. No tardó mucho en abandonar la bodega. Corrí tras de él lo más rápido que pude, con afán de alcanzarlo, pero no lo logré. Salió a cubierta, no sin antes dejar a varios miembros de la tripulación en el suelo. Se detuvo en la proa del barco, volteó hacia atrás y me miró a los ojos; su mirada me paralizó, era tan expresiva y fuerte…
Ese hombre tenía tanto que dar a nuestra causa, lástima que sus planes eran otros. Volteó su cabeza y siguió corriendo, se abalanzó sobre la pequeña reja que lo separaba del abismo y se hundió en el frío océano Atlántico.