Ciudad de México, 1981. Su libro más reciente es Retratos con Federico (Punto de Vista, 2023).
Barcelonés adoptivo, Javier Cercas nació en Cáceres pero su familia se mudó a Girona cuando él era niño todavía y después ha vivido en Barcelona los últimos años desde donde ha escrito la obra que le ha dado renombre internacional: Anatomía de un instante, Las leyes de la frontera, El impostor, Terra Alta, Independencia y ahora El loco de Dios en el fin del mundo (Literatura Random House, 2025). Cercas estuvo este verano lluvioso en la Ciudad de México y pude conversar una vez más con él; al final de la charla, off the record, me cuenta que el año pasado tuvo que cancelar su visita a la FIL de Guadalajara porque justo el día que tenía que tomar el vuelo su madre murió, pero me confirma que este año sí vendrá junto con la delegación de la Ciudad Condal.
SERGIO TÉLLEZ-PON: No sé si sea una feliz coincidencia o una terrible coincidencia pero el libro salió casi cuando muere el protagonista.
JAVIER CERCAS: Bueno, él murió veinte días después de la publicación.
STP: ¿Lo leyó? ¿Pudo leerlo? ¿O leyó el manuscrito?
JC: La gente cercana a él lo leyó, pero recuerda que él estaba en el hospital cuando se publicó el libro.
STP: Cierto, estuvo en el hospital como un mes, aproximadamente…
JC: Sí, sí. No sé si fue un mes, pero estuvo muy enfermo durante muchos días. El libro se publicó en italiano al mismo tiempo que en español. Fui a Italia el 5 o 6 de abril, él murió el 20, y el libro se publicó el primero. Se lo di a personas cercanas a él, muy cercanas a él, y me dijeron que se lo darían, sólo que él estaba completamente aislado por razones de salud. Y me dijeron que no sabían si podían dárselo en mano, pero sí, creo que lo tuvo en la mano.
No murió por eso, por leerlo, aunque es una leyenda que corre. Sí, creo que lo tuvo en sus manos antes de morir. Pero bueno, espero que no haya usado sus últimos momentos en leerlo, tenía cosas más importantes que hacer.
STP: En tus novelas sin ficción siempre hay una pregunta, «una pregunta cuya respuesta no existe», diría Cernuda. En este caso, esa pregunta te la regala tu madre y tú vas como un heraldo, un mensajero, a que el papa te responda…
JC: No, pero eso no se puede decir, lo que el papa me responde.
No, mira, lo has leído muy bien, has leído varios de mis libros y sabes muy bien que en todos ellos, al final, todos mis libros son como novelas policiales. Intenté argumentarlo en un ensayo llamado El punto ciego, que son las conferencias que di en Oxford. Y allí dije que en todas mis novelas, y todas las novelas que me importan, el Quijote, hablé del Quijote, hablé de Kafka, hablé de Melville, hablé de muchos autores. Todas, en cierto sentido, son novelas policiales porque en todas ellas hay un enigma y alguien que intenta descifrar ese enigma y esa es la esencia del género policial.
En este caso, es aún más claro. En todas mis novelas es muy claro, pero en esta es aún más claro. Porque, por supuesto, lo que me pasa con este libro es… Voy a hacer una pequeña digresión, si me lo permites. Porque, por un lado, tengo una oferta, una proposición del Vaticano, que nunca se le ha hecho a un escritor. Es decir, la proposición es acompañar al papa Francisco en un viaje a Mongolia y abrirme las puertas del Vaticano, literalmente.
Hablar con quien quisiera, preguntar lo que quisiera, ver lo que quisiera y luego contarlo. Eso nunca se le había propuesto a un escritor, nunca, nunca en la Iglesia. Y luego esa proposición se une a una necesidad íntima, personal, familiar. Porque cuando me hacen esa proposición, lo primero que pienso es en mi madre. Mi madre era una persona profundamente creyente, seriamente creyente. En algún momento del libro se dice que, comparado con la fe de mi madre, la del papa Francisco era más bien dudosa.
Así que, cuando murió mi padre, mi madre, que siempre había vivido con él, y lo había conocido desde que era niño, y que lo quería, bueno, más allá de lo que puedo explicar, lo que dijo fue si iba a verlo después de la muerte.
Y no dijo eso porque mi madre fuera una persona excéntrica, que no lo era en absoluto, sino porque eso es exactamente lo que dice el cristianismo. Esto ha sido olvidado por muchos cristianos, pero es exactamente así. Y no lo digo yo, lo dice el papa Francisco, lo dice San Pablo, quien inventó el cristianismo en cierto sentido: «resucitaremos porque Cristo resucitó». Y si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana. Nuestra fe no tiene sentido si Cristo no resucitó y si no resucitamos. Ese es el corazón mismo de la idea, del cristianismo.
Así que, cuando recordé eso, pensé en de qué iba a tratar este libro, de qué es de lo que realmente se trata. Este libro trata sobre cómo un loco sin Dios, es decir, alguien como yo, que creía, que tenía fe, que fue educado en el cristianismo y que en algún momento perdió su fe, como la gran mayoría de nosotros, como la gran mayoría en Europa, en Occidente, un loco sin Dios que va a buscar al loco de Dios, el loco de Dios es Francisco, porque Francisco se llamó a sí mismo Francisco por Francisco de Asís, quien se llamó a sí mismo el loco de Dios. Un loco sin Dios que va a buscar al loco de Dios hasta el fin del mundo, incluso a Mongolia, para preguntarle al papa si mi madre tenía razón, si mi madre iba a ver a mi padre después de la muerte, para escuchar su respuesta, [la de] él, que era la persona más autorizada, si no la única persona autorizada para responderle y luego llevarla a mi madre, llevar su respuesta de vuelta a mi madre.
Así que, este libro también es una novela policial, pero en este caso, el enigma de la novela policial es el enigma de los enigmas, el enigma central del cristianismo, y por lo tanto también el enigma o uno de los enigmas centrales de nuestra civilización, es decir, la resurrección de la carne y la vida eterna.
STP: Y hablas de las periferias. Francisco dejó una periferia, fueron a buscarlo hasta el culo del mundo, en el Cono Sur, y luego visitó muchas periferias. En ese sentido, quería preguntarte si la literatura era parte de esas periferias, porque ahora fueron a buscarte a ti, fueron a un lugar remoto, al de la literatura, que también era un interés de Francisco.
JC: Creo que sí. Creo que el hecho de que hicieran algo tan inusual, bueno, no tan inusual, pero sin precedentes, como proponerle a un escritor, y más a un escritor ateo y anticlerical como yo.
STP: Comecuras, te dicen…
JC: Comecuras, eso es lo que vieron, comecuras. Una idea increíble.
Eso es, fueron a buscar a alguien de la periferia. Es decir, fueron a buscar a alguien que conociera las claves del cristianismo. Si no conoces las claves del catolicismo, de la Iglesia, no vas al Vaticano y no tienes absolutamente nada. Este libro cuenta un viaje a Mongolia, que es un lugar muy exótico. Pero sobre todo, cuenta un viaje al Vaticano, que es mucho más exótico que Mongolia. Así que alguien que entendiera las claves del cristianismo, porque fue educado en ello, como yo fui educado en ello, y como todos nosotros hemos sido educados en ello, en Occidente, en Europa… pero que no era creyente, es decir, que en realidad pertenecía a la periferia.
STP: Que podía verlo todo desde afuera, más objetivamente.
JC: Exactamente, exactamente. Alguien me dijo: esto es como si el Vaticano hubiera encargado una auditoria. Y hay algo real en eso.
Obviamente, quien no es creyente, quien no está dentro, tiene más autoridad para hablar que quien está dentro. Y sí, él era un papa que venía del fin del mundo. Él mismo dijo esto. Las primeras palabras que pronunció en el balcón de la Basílica de San Pedro: «Han venido a buscarme al fin del mundo», les dijo a sus hermanos cardenales. Pero él también viaja al fin del mundo, es decir, a Mongolia. Simbólicamente, es el fin del mundo. Porque él creía, de hecho, la palabra periferia es una de las palabras que se disputan el privilegio de ser la palabra del papa. Él creía que en la periferia es donde estaba la energía que podría renovar la Iglesia. Él creía que los misioneros que encarnan la periferia, que están en la periferia, son los representantes del cristianismo de Cristo. Él creía en una Iglesia misionera. Él creía que la Iglesia tenía que salir y buscar a aquellos que vivían allí. Los pobres, aquellos que no piensan como ella, los musulmanes, los que tienen otras religiones, etcétera. Es decir, la Iglesia no podía estar encerrada en sí misma, sino que tenía que abrirse. Y abrirse a las periferias. A las periferias en todos los sentidos. A las periferias sociales, a los pobres, a los indigentes. A las periferias geopolíticas.
STP: Pero también literarias…
JC: Era un hombre que tenía mucho interés en la literatura. Había sido profesor de literatura. Tenía una cultura literaria más que considerable. Era muy amigo de Borges, tenía una relación más cercana con Borges de lo que se ha contado.
STP: Sí, más que la anécdota de que fue a buscarlo, lo duchó, lo afeitó y lo llevó a dar una clase.
JC: Exactamente. Mucho más que eso. Tuvo una relación con él cuando era provincial. Esto se cuenta en un libro de un tipo, no recuerdo su nombre, que conoció a Borges, que leyó a Borges, y a quien Borges le habló de este jesuita «que viene a verme». «El padre Jorge», lo llamaba, como tanta gente. Y tenía una visión muy literaria de la realidad. ¿Sabes cómo se llama su último libro? ¡Viva la poesía!, publicado en italiano, fue compilado por el padre Spadaro. Él creía que la literatura era un instrumento de conocimiento.
El primer discurso que escuché de él fue un discurso que trataba en gran medida sobre la literatura y realmente era un hombre que tenía esta visión literaria del mundo y que creía que la literatura estaba de alguna manera vinculada a la religión. Creo que tenía razón.
STP: Y luego dices que tal vez te llamaron para blanquear, este washing que ahora está muy de moda, a la religión. Pero yo más bien pensé…
JC: Me han acusado tantas veces de blanquear que más que un escritor parezco un pintor. Pero somos escritores, ¿y sabes lo que pasa?, nos dedicamos a entender.
STP: Pero yo pensaba más bien lo contrario, que si no te habrían usado como propaganda, como parte de su misión. El catolicismo ha perdido tantos seguidores y tantos miembros que tal vez te usaron, no para blanquearlo, sino como parte de su misión, de esta actitud misionera. ¿No pensarías en tu novela así?
JC: Creo que no esperaban un libro así. Bueno, creo, no estoy seguro. Esperaban algo mucho más…
STP: «Un libro escandaloso», lo llamas en algún momento.
JC: No, pensaron en un libro de circunstancias. Un libro de viajes, de circunstancias. Una crónica, sí, una crónica de circunstancias. El asunto es que no soy capaz de escribir libros de circunstancias, eso para empezar.
Pero también, insisto, aquí se juntan dos cosas de manera casi milagrosa, que son la oportunidad y la necesidad. Cuando esto sucede, hay un libro. Sólo sé esto porque tengo 63 años y he escrito muchos libros. Así que, bueno, hubo un acto, si me lo permites, de coraje innegable. Lo primero que les digo cuando vienen a mí a proponer esto es: «¿No saben quién soy, no saben que soy un tipo peligroso?». Y, por supuesto, si me abren las puertas del Vaticano, este lugar supuestamente cerrado, hermético, lleno de misterios… entonces si es una mentira todo esto lo voy a decir. Porque mi religión es la verdad. La verdad y el significado de la palabra. Son las dos religiones que tengo. Y si veo algo, lo voy a decir, seguro.
Bueno, en realidad, los que estaban conmigo ese día dicen que lo que dije fue: «¿Te has vuelto loco o qué?». Para profundizar en esto. Querían que alguien les dijera que eso es lo que es. Y les he dicho lo que es, nada más. Fue un acto de coraje en este sentido. Porque, bueno, si hubieran tenido cosas que ocultar, les habría contado todo. Esto está claro. Por supuesto.
STP: ¿Por qué querrían abrir un archivo así?
JC: Porque la gente todavía cree que existe el misterio del Santo Sudario y el misterio de Fátima y todas estas cosas. Pero lo que te digo es que el Vaticano no tiene nada que ver con los prejuicios que tienes. Mira, el mayor esfuerzo que he tenido que hacer para escribir este libro es un esfuerzo realmente serio: deshacerse de todos los prejuicios. Llegar aquí con una mirada limpia. Porque todos, cuando digo todos, quiero decir que todos tienen una gran cantidad de prejuicios sobre la Iglesia, sobre el Vaticano, etc.
Todos quieren saber todo sobre ello. Porque nos han educado en eso. Y luego todos queremos saber todo. Así que, el mayor esfuerzo para mí ha sido deshacerme de los prejuicios, ir allí con una mirada limpia para ver qué hay realmente. ¿De qué están hablando? ¿Qué dice realmente la Iglesia hoy? No lo que quiero que diga o lo que imagino que dice o lo que me dijeron cuando era pequeño, sino lo que realmente está diciendo ahora. ¿Quiénes son las que la dirigen? ¿Quién era este tipo llamado Francisco? Etcétera, etcétera, etcétera. Y contarlo como es. Y si haces eso, que es lo que humildemente he intentado hacer, la sorpresa es constante. Desde el principio hasta el final. Desde el principio del libro, cuando me hacen esta oferta, esta propuesta, no inusual pero sin precedentes, hasta el final, cuando sucede algo que, si fuera creyente, diría que es un milagro. ¿Un pequeño milagro, verdad? Todo es sorprendente. Todo es totalmente sorprendente. Voy de sorpresa en sorpresa. Y trato de ser lo más claro posible y con el mayor…
¿Objetividad? Sí, un vaticanista francés que leyó el libro y ha sido muy generoso con él, que aparece por un momento en el libro, dice: esto es como el Cándido, de Voltaire que va al Vaticano. Es decir, alguien ingenuo que va allí y hace las preguntas más ingenuas, para empezar, si hay resurrección de la carne y vida eterna. Algo que nadie le había preguntado al papa. Es increíble.
El papa ha sido entrevistado cientos de veces. Esto es muy raro. Los papas antes no concedían entrevistas pero este papa ha sido entrevistado cientos de veces. Pero cuando le dije al Vaticano que lo que quiero es hablar sobre la resurrección de la carne y la vida eterna, todos me miraron con ojos muy extraños. Dijeron, ¿estás loco o qué? Nadie ha preguntado esto.
Lo más ingenuo y lo más elemental a veces es lo que más se olvida. Las preguntas que hacen los niños son las preguntas más importantes. Esto es lo que he descubierto a la edad de 63 años. Quizás una de las cosas más importantes que he descubierto.
STP: Y ahora, hace un momento dijiste que eras un comecuras.
JC: Sí.
STP: ¿Con este libro cambió tu perspectiva?
JC: Sí. Mira, de este libro, salí justo como un ateo, pero mucho más anticlerical. Sólo que no anticlerical desde el patio de la escuela, como el escritor del que estábamos hablando ahora. En realidad, él es un creyente, pero ejerce el anticlericalismo. Este anticlericalismo del patio de la escuela que me divertía mucho, me divierte, sigo divirtiéndome con los chistes de los sacerdotes, todas estas cosas. Ahora soy anticlerical mucho más en serio porque he aprendido a ser anticlerical mucho más en serio. Y porque la iglesia también es anticlerical. Sigo siendo ateo, pero mucho más anticlerical. Ahora no soy un comediante de chistes fáciles. Ahora soy un verdadero comediante.
STP: Oye, al estar en el avión unos minutos con el papa, ¿te sentiste más cerca del paraíso? ¿Tuviste una revelación mística más cerca del cielo? ¿Qué pasó? ¿Cómo fue esa sensación de estar con el papa?
JC: No, no es nada extraño.
STP: ¿No? ¿Él no era una persona…?
JC: No. Debo decir que lo que cuento en el libro no fueron cinco minutos, fue algo más. Bueno, veinticinco minutos, algo así. La cosa es que… lo cuento todo, casi todo en el libro… lo que pasa, es que yo lo tenía claro, tenía una pregunta para el papa, no me interesa hablar sobre la guerra en Ucrania o la inmigración, temas que son todos emocionantes, que me interesan mucho, pero el papa había hablado de esto en todas las entrevistas, mucha prensa, etc.
STP: Sabemos muy bien lo que piensa.
JC: Cuál fue su posición, sí. Pero lo sabemos absolutamente, como no lo hemos oído de ningún papa.
STP: Claro.
JC: Entonces, una vez que le formulé la pregunta fundamental, que trata sobre la resolución de la carne y la vida eterna, que es la que nadie le había hecho, la pregunta esencial, la más importante. Una vez que le formulé esa pregunta no estaba interesado en nada más. Y luego, una gran parte de esa entrevista no lo conté.
STP: ¿Todo eso no lo pusiste?
JC: No, no lo encontré interesante. No lo es. Bueno, puede ser interesante desde un punto de vista periodístico. Eso está grabado, tal vez un día lo muestre.
STP: Porque tu pregunta era esa y fuiste a buscar una respuesta…
JC: Yo obtuve una respuesta, una respuesta que no vamos a revelar aquí, porque sería como decir quién es el asesino en una novela policial. Y la relación con él era normal, es decir, no era…
STP: Pero no era una persona de la que sintieras algo, una vibra especial…
JC: No, una revelación, nada de eso. Mira, si soy honesto, creo que este hombre llevó a la Iglesia por el camino que tiene que seguir, que es el regreso al cristianismo de Cristo. Creo que hizo un trabajo correcto, que hizo lo que tenía que hacer. Entonces, como persona, me fascina más el personaje, es complejo. Y las contradicciones, las visiones.
STP: Algunos lo ven como un traidor; otros, como un gran magnánimo…
JC: El personaje es emocionante. En su vida, no es una persona, hay muchas personas, como todos nosotros, al final. Y en diferentes etapas de la vida. En diferentes etapas de la vida hay diferentes chismes. Me fascina el personaje. Me apasiona él. Pero, si soy honesto, me impresionaron más algunos misioneros.
STP: Como el que estaba en China y el otro en Mongolia…
JC: Exactamente. Por ejemplo, el padre Giovanni, que es un personaje increíble… El padre Ernesto. Estas personas, como personas, me impresionaron más. Si te digo la verdad.
STP: ¿Y qué opinión te merece Luis XIV ahora?
JC: En contra de lo que dijeron, cuando murió Bergoglio, todos dijeron: «La Iglesia va a cambiar, se va a adaptar al cambio reaccionario que está experimentando el mundo». Este es un papa que va a seguir la línea de Bergoglio. De una manera más tranquila y clásica. Sin duda, ya lo estamos viendo. Muchos signos. Menos disruptivo. Bergoglio fue enormemente disruptivo, mucho más que aquellos que no están en la Iglesia. A veces hacía declaraciones un poco…
STP: Provocativas.
JC: Disruptivas.
STP: ¿Cómo dice?, ¿«Dios no es más…»?
JC: No: «Dios es más grande que la Iglesia». Dios es más grande que la Iglesia. Él es mucho más grande que la Iglesia. Él provoca escándalos. Constantemente. Lo hizo de manera deliberada, para arriesgar, porque consideró que tenía que hacerlo. Las personas que colaboraron con él, me dijeron que cuando llegó, cuando los llamó, cuando los nombró, les dijo a todos lo mismo: «Arriesgar, arriesgar». Hacer cosas que van más allá de la norma.
STP: Por ejemplo, abrir las puertas del Vaticano a un escritor ateo y anticlerical.
JC: Esa es una de ellas. Bueno, simbólicamente, pero lo hizo. Y este hombre va a seguir la misma línea. La línea que de hecho ha marcado a la Iglesia desde el Vaticano II. Esa línea de volver al cristianismo de Cristo, que es muy difícil, porque se necesitan siglos para retroceder, para tomar otros caminos, que no son los de la Iglesia de Cristo. Que no son los del cristianismo de Cristo. Lo que hemos conocido en gran parte es una perversión del cristianismo de Cristo. Y no soy yo quien dice eso. Dostoyevski lo dijo muy bien. Y la Iglesia lo ha estado diciendo desde el Vaticano II. Y este papa se lo tomó muy en serio. Y eso fue muy disruptivo para muchas personas. Muy disruptivo.
Algunos sacerdotes que después de su nombramiento se reunieron en Roma para orar por su muerte. Más o menos. Y este es un hecho en España. Sorprendieron a otro grupo de sacerdotes que hicieron lo mismo. Para algunos católicos, este papa fue muy perturbador. No lo fue.
STP: Javier, ha sido un gusto hablar contigo y leerte de nuevo en este regreso que hiciste a tus «novelas sin ficción» después de tu serie de novelas policiales donde la pregunta debe tener una respuesta taxativa: «¿Quién mató a quién?».
JC: Sí, pero al final siempre hay un enigma que queda, si lo miras de otra manera, pero ahí está en las novelas policiales más ortodoxas.