Así como los cines han perdido personalidad al volverlos genéricos, así la literatura ha perdido su elegancia al digitalizarla. Ahora la apreciamos en pantalla de retina, la recordamos en pixeles y la pagamos con Paypal.
Los libros son un artículo de lujo para unos cuantos enterados. Las bibliotecas desaparecen de las ciudades como las panaderías de barrio, o se vuelven parte de elefantes blancos de la impenetrable cultura federal.
La tecnología exalta la imaginación pero nos aleja del tacto, nos abstrae del mundo sensorial y, por lo tanto, de la memoria. Los recuerdos virtuales son débiles comparados con las acciones cotidianas. Bajar un libro de Amazon y leerlo en el iPad palidece ante el hecho de descubrir una nueva librería, llenarnos los dedos de polvo y hallar un tesoro entre centenares de ejemplares que podemos ver, oler y tocar.
Por lo tanto, al menos en nuestra generación y las pasadas, siempre se apreciará/disfrutará/recordará más un libro físico, como el acto de ir al cine o asistir a un concierto. ¿Será acaso que la memoria es análoga? ¿O también somos capaces de adquirir una nostalgia digital?
Antes teníamos la radio, la televisión, el cine, el teléfono, la cámara, el correo y los discos por separado, cada uno en su lugar. Ahora todos estos inventos están adentro de una computadora y definitivamente no han hecho un mundo mejor, pero sí uno más práctico e inmediato, lo que nos hace dudar del romanticismo y el encanto de la tecnología frente a la letra o imagen impresa.
Lo interesante es que ahora vemos imágenes poéticas virtuales que se alejan de los formatos jpg, gif, pps y del holograma. Son los paisajes literarios que imaginaron los escritores de antaño, las metáforas del haiku japonés, los aforismos de Cioran, los poemínimos de Efraín Huerta reflejados en los ciento cuarenta caracteres de un tuit, en un mensaje de texto o en un whatsapp reducido por el celular.
La poesía se adelantó a la tecnología porque siempre imaginó virtualmente, sin necesidad de sofisticación. Ahora que usamos la literatura en función de la modernidad nos damos cuenta de que el lenguaje escrito siempre viene primero, porque al fin y al cabo hay que escribir cientos de números uno y ceros (lenguaje binario) para programar una computadora. Los ordenadores se han vuelto los mejores amigos de los correctores de estilo y el cut and paste/trash-delete prevalece como el arma secreta de los editores.
La poesía fue high tech sin saberlo y sólo los poetas pudieron imaginarlo. ¿Qué más romántico que eso?