La madre incompleta [Fragmento]

Bel Olid

Mataró, Cataluña, 1977. Este es un fragmento de La madre incompleta (Bellaterra Edicions, Cultura, SCCL, 2025).

Traducción del catalán de le autore

Barcelona es una especie de paraíso para la reproducción asistida: hay una infinidad de clínicas y muchos profesionales con larga experiencia y prestigio internacional. De hecho, la primera criatura nacida en España por fecundación in vitro (fiv) nació en la clínica Dexeus de Barcelona en 1984. Además, contamos con uno de los marcos legislativos más laxos de Europa; para empezar, a diferencia de muchos países de la Unión Europea, es legal que accedan a la reproducción asistida las parejas no cishetero y las mujeres solteras. Pero la gran mayoría de las personas que utilizan estas técnicas son parejas cishetero que lo han intentado de la manera «tradicional» y no lo han conseguido, por lo que el acceso igualitario (con mil matices que iremos viendo) a estas técnicas no es la razón que ha hecho florecer la industria de la reproducción. Según un artículo de El País (del 7 de marzo de 2020), el Estado español es el primer país de Europa y el tercero del mundo en nacimientos por reproducción asistida: el 10% de las criaturas nacen así.

Cuando has estado tratando de quedarte embarazada durante años y no puedes, parece que «embarazo» comporte necesariamente «futuro bebé en casa». La experiencia te lo confirma: tus amigas han anunciado que estaban embarazadas, has visto crecer sus vientres y, en la mayoría de los casos, han tenido un bebé sano. Pero las amigas, siguiendo los consejos de los profesionales, han esperado a pasar el umbral de la semana doce de embarazo para anunciártelo, porque es durante ese primer trimestre cuando hay un mayor número de pérdidas gestacionales, y la mayoría de ellas no te lo dijeron cuando empezaron a buscar el embarazo. La vergüenza, la sensación de fracaso y el dolor que deja en muchas mujeres el no lograr un embarazo y, más aún, el sufrir un aborto espontáneo, unido a la minimización que se hace de este dolor, hacen que tanto los problemas de fertilidad como los embarazos que no llegan a término sean completamente invisibles.

Las clínicas aprovechan el silencio en torno al aborto para reforzar la confusión, y basan las cifras de éxito que publican en la cantidad de positivos bioquímicos que logran, pero se mantienen los datos menos optimistas que más importan: los del porcentaje de criaturas nacidas vivas. Sin embargo, podemos consultar los datos de la Sociedad Española de Fertilidad, que son más esclarecedores. Si bien el número de embarazos logrados por fiv es similar para todas las edades y pasa, de hecho, el 90 %, los que avanzan son mucho menores.

No es el único tabú del que se aprovechan: la mayoría de las personas que llevan años sometiéndose a técnicas de reproducción asistida y no han conseguido tener ninguna criatura viva deciden ocultarlo. Por lo tanto, normalmente sólo conocemos las historias que terminan con al menos una criatura viva y, sin quererlo, abonamos el terreno para que la publicidad pueda ser engañosa sin que sea posible afirmar que los datos son falsos.

Las clínicas de reproducción asistida se anuncian con eslóganes como «Cumple tu sueño de ser madre con fecundación in vitro» (Eugin), «Técnicas avanzadas de laboratorio para cumplir tu sueño» (Instituto Marqués), «Cumple tu sueño con un excelente equipo de ginecólogos utilizando tecnología de vanguardia» (IVF Barcelona), «Te ayudamos a encontrar la mejor solución para cumplir tu sueño de ser madre» (Dexeus). «Ser madre» es un sueño y la ciencia lo hará realidad. Todo ello reforzado con fotografías de mujeres sonrientes y bebés preciosos. Suena fácil, ¿no? Ven a nuestra clínica y saldrás con un bebé debajo del brazo.

Lo que no se ve en las fotografías, sin embargo, es el sufrimiento que puede conllevar el proceso. Un proceso que, aunque culmine en el mejor de los casos, en un bebé vivo, supone pagar un precio muy alto. El primer coste es el económico, y es tan obvio que muchas clínicas incluyen ofertas (dos o incluso tres inseminaciones al precio de una, por ejemplo) o financiación (págalo a plazos). La inseminación artificial más asequible cuesta alrededor de 750 €, y una in vitro con donación de óvulos y análisis de viabilidad de embriones puede costar diez mil. Eso es por ciclo, y las tasas de embarazo más altas ocurren en el tercer ciclo. Lo más terrible es que, si decides financiar tres ciclos de fiv (que son más de treinta mil euros) y no consigues ningún embarazo que fructifique, puedes pasar años pagando la deuda que has contraído con la ilusión de tener una criatura que nunca ha llegado. Ese es el caso en casi el 60 % de las mujeres mayores de años (y casi el 90 % si hablamos de fiv con óvulos propios).

El coste económico es, además de una carga personal para quien tiene que afrontarlo, un problema social de acceso a estas técnicas. La sanidad pública cubre el acceso a mujeres de hasta cuarenta años, con un máximo de seis inseminaciones con semen de donante (cuatro, si es de la pareja) y tres ciclos de fiv, siempre que no tengan hijos en común con la pareja actual (si tienen pareja). La edad a la que las personas deciden (o pueden decidir) tener hijos es cada vez más avanzada, por lo que es relativamente fácil plantarse en los cuarenta años antes de detectar la necesidad de recurrir a la reproducción asistida. De ahí las ofertas de financiación que hacen las clínicas privadas: saben que muchas personas que quieren intentarlo y no pueden permitírselo no tendrán acceso a la sanidad pública.

Pero más allá de los costes económicos, también están los físicos y emocionales. Las dificultades para que los embriones se implanten, las pérdidas gestacionales o las montañas rusas hormonales son el pan de cada día cuando se utilizan estas técnicas, pero la propaganda no habla de ellas, y en las clínicas, aunque están obligadas a hacerlo por ley, rara vez informan. Parece que el fin (tener un bebé) no sólo justifica los medios, sino también todo el sufrimiento que puede costar alcanzarlo.

*

Cuando te imaginas dándote el respiro de dejar de existir y te imaginas a tu hija, la viva, sin madre, se apodera de ti una ternura oscura, autocomplaciente, de saberte necesaria. Una ternura sucia y mezquina, no sabes decir por qué, pero es mezquina. Y sin embargo, a pesar de sentir la presencia de la niña viva como una ternura y una flor y un milagro, escupirías igualmente en la cara de la gente que dice cosas insultantes, estúpidas, inaceptables, como «Tú tienes suerte, que tienes a Clara», como si Clara, como si su cuerpecito pequeño y caliente, su cuerpecito lleno de preguntas, murmullos, incertidumbres, como si esta hija viva que no murió antes de nacer y que ha cumplido tres años y que cumplirá muchos más, que vivirá más allá de tu muerte que es como decir que vivirá para siempre, porque hay cosas terribles que podrían pasar pero te niegas a aceptar que sean posibles… como si Clara, digo, pudiera ser ella y al mismo tiempo la otra, la que no ha nacido, como si tener una hija viva consolase de la criatura muerta, que nunca sabrás si es hija o hijo o qué, porque es un pegote de células con un corazón que, sobre el negro de la ecografía, no latía.

Testimonio

En nuestro caso, la única opción era la reproducción asistida y nos recomendaron la fiv, porque como sólo teníamos un par de muestras de semen era demasiado arriesgado intentar la inseminación, que es mucho menos probable que tenga éxito.

Siempre he conocido a mi pareja como mujer, cuando empezamos a salir llevaba años haciendo activismo como mujer trans. Ya antes de conocernos, cuando había decidido tomar hormonas, la doctora le había recomendado congelar esperma antes de empezar, por si en algún momento quería tener hijos. A mí se me hacía muy raro imaginármela tomando esa decisión, porque así en abstracto yo no quería hijos, quise hijos en el momento en que la idea se convirtió en un proyecto compartido de vida y de crianza. Pero por suerte ella, aunque no tenía claro si alguna vez lo usaría, pensó que era mejor invertir el dinero que costaba que arrepentirse en el futuro.

La cuestión es que cuando decidimos que sí, que íbamos a hacerlo, le agradecí a mi mujer del pasado haber sido tan previsora, porque tengo mis dudas sobre el uso de semen y óvulos de donante. Me hicieron la estimulación ovárica, consiguieron 15 óvulos y los fecundaron con su esperma. Acabaron saliendo cinco embriones viables. Con la primera implantación quedé embarazada, pero tuve un aborto en la sexta semana. Siempre he estado a favor de la interrupción voluntaria del embarazo y de ninguna forma diré que un embrión de seis semanas sea una persona, pero para mí ese conjunto de células era mi hija. Se me remueve todo cuando alguien dice «Ah, perdiste un embarazo», porque no, no perdí un embarazo, perdí a una hija. Hablo de ella en femenino porque me es más fácil imaginármela así, en femenino. La amé desde el día en que me la metieron dentro y no me importa haberla tenido tan poco tiempo conmigo, el dolor que he pasado es un dolor tan digno de ser reconocido como cualquier otro.

La segunda vez me pusieron dos embriones y se implantó uno, que es el hijo que tenemos. Nos quedan dos embriones congelados y no descartamos volver a intentarlo dentro de un tiempo, aunque reconozco que ahora que tenemos un hijo el miedo a otra pérdida puede más que la ilusión de otra criatura. Sí que me gustaría que mi hijo tuviera al menos un hermano o una hermana, pero me da pánico volver a pasar por la depresión que pasé con el primer aborto. A mi mujer le gustaría probarlo, pero obviamente quien decidirá soy yo, que soy quien pone el cuerpo. Por ahora, disfrutamos del que tenemos, que no es poca cosa.

Mujer, 34 años, dos fiv, un aborto durante el primer trimestre, un hijo vivo.

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