Hoy todo existe para culminar en una fotografía

Mariana Camacho Cruz


Guadalajara, Jalisco, 2004. Estudiante de la Licenciatura en Escritura Creativa del CUCSH. Ganadora del XIV Concurso Literario Luvina Joven en la categoría Luvinaria / Ensayo.

La fotografía es una trampa porque nos regala un imposible: la ilusión de que uno puede apropiarse de lo observado al mirarlo. Pero retratar algo por miedo a perderlo equivale a intentar detener el paso del tiempo.

Isabel Zapata, Contra la fotografía

Todo comienza con una conversación en mi sala al lado de Susan Sontag e Isabel Zapata. Las tres, con una copa de vino en la mano y mirando hacia el techo en busca de explicaciones sobre la necesidad humana de querer detener el tiempo para sentir que alguna vez nos perteneció. Al principio, la fotografía entra a la habitación y con ella, la nostalgia quiere abrirse un lugar y formar parte de la conversación. Dejamos que se sienten y tomen una copa. 

Leí a Isabel, y su ensayo «Contra la fotografía» (del libro Alberca vacía) que cuestionó lo que he estado haciendo con mi cámara los últimos años. Después Isabel me presentó a Susan, comencé a leer los ensayos reunidos en Sobre la fotografía. Ambas comienzan a cuestionar el clic de mi cámara.

Isabel pone el vino, Susan sirve las copas y yo me siento entre ellas. Comienzo confesándoles que soy culpable de ser una fotógrafa compulsiva, que la tendencia a tomar fotografías de cada una de mis acciones comenzó gracias a la pandemia. Quería pensar que, si tomaba fotos de mis actividades durante el encierro, mi yo del futuro agradecería saber qué estaba haciendo encerrada en mi casa durante un año. Susan, Isabel y yo, tomamos nuestras copas y miramos la fotografía que está frente a nosotras, las tres divagando en nuestros pensamientos, arrastrando la lengua, como amigas contándose sobre la vez que no pudieron dormir y pensamientos existencialistas llegaron a sus cabezas. 

En su ensayo, Isabel se concentra más en el pleno acto humano de querer guardar todo en una imagen, de volver eterno todo aquello que no puede serlo. Toma la palabra y dice quizás mi frase favorita: «como los círculos concéntricos que se forman alrededor de una piedra arrojada al agua quieta, la fotografía rodea la realidad. Se acerca, la acaricia. No la captura. Titubea». Continúa diciendo que en realidad la fotografía traiciona la verdad al crear una imagen falsa de los sucesos, que es un intento fallido de apropiarse de lo fotografiado, y que el clic de la fotografía no detiene el tiempo, lo fabrica. Pienso que Isabel tiene razón, y relaciono mi repentino cuestionamiento sobre la fotografía con la naturaleza humana y con el hecho de que a las personas nos gusta convertir los recuerdos en algo palpable, incluso en el reciente deseo por convertir toda efimeridad en imagen, para que sepan de qué nos hemos apropiado y a quién hemos inmortalizado. Alzo mi copa y tomo un trago. 

Por otro lado, en su libro Susan habla del acto fotográfico desde un lado nostálgico, se concentra principalmente en la filosofía detrás de la imagen, la política, el arte y en cómo todos estos elementos culminan en lo social. Susan continúa diciendo: «el resultado más imponente del empeño fotográfico es darnos la impresión de que podemos contener el mundo entero en la cabeza, como una antología de imágenes». La impresión es lo que nos da la fotografía, el pensamiento de creer que, al dar el clic, estamos materializando los momentos y a las personas. Susan mueve orbitalmente la copa como una experta mientras observa fluir el vino. Le digo que no podemos contener el mundo entero en la cabeza, así que necesitamos de ese pequeño instrumento para que la antología de imágenes se muestre de vez en cuando en nuestra galería. 

Acaricio el borde de la copa sin mucha elegancia. Les digo que la fotografía tiene un superpoder, que es un invento para los nostálgicos, un arma para la memoria y medicina para la misma. Podemos conservar a las personas que ya no están y los lugares que visitamos. Y aunque reconocemos que más de alguna vez hemos buscado el plano, la luz, la pose y la sonrisa perfecta al tomar una foto, muchos de esos tiempos fabricados nos hacen recordar a quienes alguna vez estuvieron, quienes alguna vez fuimos y en donde alguna vez estuvimos. Lo dice Susan: «una fotografía pasa por prueba incontrovertible de que sucedió algo determinado», de que sucedimos alguna vez.

Más allá de querer ayudar a la memoria manteniendo los recuerdos palpables, ahora la fotografía se ha convertido en un acto de querer demostrar de qué o de quién nos hemos apropiado con nuestro clic. «Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado», dice Susan, y yo pienso en las veces que inútilmente me he querido apropiar de lo que me rodea para establecer mi relación con el mundo, para sentir que alguna vez ha sido mío y hacérselo saber a los demás en las redes.

Aquí se da lo que denomina Isabel «la extrañez de lo fotografiado». Isabel habla del reconocimiento a su madre en fotos en donde todavía no se convertía en la imagen que fue para ella. El desconocerse en la fotografía es una experiencia universal, pero la extrañez hacia el resultado fotografiado es algo frecuente en la actualidad. Hemos abusado en cantidades tan absurdas de la cámara, que ahora nos es difícil recordar en qué momento tomamos esa foto, dónde fue, quiénes son esas personas y quiénes somos nosotros. Isabel toma la botella y se sirve otra copa. Coloca con delicadeza sus labios en el borde, invitando al líquido tinto a entrar en ella.

Mirando la fotografía que tenemos enfrente, les cuento que he sido víctima del engaño de la extrañeza que menciona Isabel. Las vacaciones pasadas las dediqué a mudar fotos de un álbum a otro y encontré tres retratos míos en la guardería; en los tres aparezco con un pastel de cumpleaños festejando el primer año de vida. Tres diferentes tipografías de «feliz cumpleaños» y tres diferentes expresiones: en una sonrío, en otra estoy llorando y en la última salgo chupándome el dedo (vicios del pasado). ¿Cuál de ellas se tomó el día de mi cumpleaños? Ni mi mamá ni yo lo sabemos. Tal vez ninguna o tal vez las tres. 

Ahora queremos dejar constancia de lugares a los que fuimos a desayunar, quiénes nos acompañaron y qué comimos. Hay spots perfectos para tomarnos una foto que quepa a la perfección con el formato de Instagram. Dependo y dependemos de fotografías para saber qué estábamos haciendo en una fecha exacta, ya no me preocupo por recordar, busco en mi galería la fecha y arroja una imagen. 

La gran mayoría somos culpables de crear momentos falsos para los demás y para nosotros mismos: levantamos el teléfono, ajustamos la luz, hacemos nuestra mejor cara y presionamos el botón. Isabel lo define como un rechazo a la realidad y Susan apoya la idea diciendo que: «el acto fotográfico, un modo de certificar la experiencia, es también un modo de rechazarla: cuando se confina a la búsqueda de la fotogénico, cuando se convierte la experiencia en una imagen, un recuerdo». Y aunque ella con esta frase habla de los turistas y la transformación del viaje como una estrategia para acumular fotos, cabe a la perfección en lo que hacemos, certificamos la experiencia al rechazar la realidad, al buscar la foto perfecta. Como si la vida se tratara de un viaje al extranjero y tuviéramos que coleccionar el mayor número de fotos posibles. Susan sonríe, se reacomoda en el sillón y le pide a Isabel que sirva otra ronda para las tres. 

La foto que está frente a nosotras es una foto mía y de mi mamá que parece un recuerdo sin fabricar. Estamos sentadas frente al mar haciendo un delfín de arena, la luz entra de un costado y la fotografía está tomada desde arriba. Parece una de esas escenas del pasado de las películas, con la luz contra el sujeto. 

La nostalgia enmarca la foto. Es este mismo marco el que mayoritariamente decide en qué dirección apuntamos la cámara. Las fotos controladas por nuestra nostalgia son aquellas en las que no necesariamente acomodamos la luz, ni en las que repetimos una y otra vez porque salimos con los ojos cerrados o porque no estamos colocados en «nuestro lado». Las fotos que tienen como marco la nostalgia son aquellas que tomamos para detener el tiempo y convencernos de que las emociones y las personas que están dentro de ellas serán para siempre, al menos en ese instante. Me pregunto quién soy yo en esta plática de vino y concluyo que no lo sé. Tomo la botella y le doy un trago directo para ahogar la ambigüedad de mis palabras.

Ya no sé con exactitud qué es lo que les digo a mis nuevas amigas, ni dónde quedó la conversación. Pienso que el tema es inagotable y ya me cansé de darle vueltas en mi cabeza. Soy la única que tiene los cachetes colorados de tanto vino y tanta plática. Les confieso que las he traicionado más de una vez subrayando frases de sus libros y sacándoles una foto, como intentando apropiarme de sus palabras. Escribo lo que puedo de esta conversación, para dejar constancia de que la plática sucedió, aunque no tuvimos una cámara a la mano para retratarnos.

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