Nubes que bajan a escuchar el canto de los guijarros [Fragmento]

Alma Débora Rosas

Ciudad de México, 1959. Pronto será publicado su primer libro de poesía, Nubes que bajan a escuchar el canto de los guijarros (Editorial Mano Santa).

¡Abran bien los ojos y miren cómo la pulida uña del síntoma marca a cada uno con su signo de especial desesperanza! 

Reseña de los hospitales de ultramar, Álvaro Mutis 

I 
Los insectos picotean detrás del muro. Deja de llover de golpe. Zumbido. Verano 2020. En algún lugar quedó la placa 1984-2020. Diagnóstico. Trombosis en pierna derecha. Hinchazón. La lucha. Vuelven los dolores del parto. La niebla cae sobre el zenzontle. En el negro metálico de su plumaje. Tu cuerpo algo sonrosado. Hay que hacer una lista de los agravios —dijo—, fíjate en la casa: también está entrando la luz y se va. Juegos. Hora del fallecimiento. Escrito sobre la superficie del agua.

II
He visto caer dos escarabajos
¿De qué cielo? ¿De qué tormenta?

Queda en el silencio
el zumbido de sus alas

Por un súbito instante
se refleja otra vez la luz.

III
Dibujo un colibrí en la sombra del jazmín.
Mi mano toca su plumaje.
Vuela a contracorriente.

Siento en mi nuca
su pico de carbón:
mis ojos no lo ven. Lo sueñan.

IV
Entre la claridad
de la niebla dispersa
un petirrojo escapa.

Queda otro, prisionero.
La tarde irisada cae
en lo opaco de la maleza.

V
Mis hijos
arrojados al preludio.
Hojeo las fechas
de su muerte
fundidas en el relámpago.

Los miro ahora
entre piedras y flores:
escapan por el camino señalado por el colibrí.

VI
Dos palanganas llenas de agua
junto al guayabo. Bajan los pájaros
a bañarse.

Nunca se sabrá por qué caen
con las alas abiertas.

VII
La sombra de un pájaro atravesó mi mano
¿Ya viste la luna? —oí decir—.
Está amarilla como la punta de un alcatraz marchito.

VIII
El mundo te cree ausente. ¿Cómo desengañarlo? El cuerpo y el agua en tu vientre. Ojo de Dios. La nube cubre el ángulo de la ventana del hospital. El cruce de los hilos forma la comisura de los párpados. No oigo bien —dices—. Su propio nombre como una ojiva. Despojos de verano en la vasija de barro. Los glóbulos rojos tienen daltonismo. Arritmia. Sin alas. La primera huella.

IX
Su latido se esconde en la arena. El sueño de humo vela por tus ojos. Vientre. Después de la media noche las pastillas se trasladan de una lengua a otra. Alimento trasnochado. Vi un árbol en la carga de un buque. Escucho el viento crujir en la hierba. Las cirugías van trazando mapas en tu piel. Un pájaro me mira.

X
Tu último baño sobre una silla blanca. Hoy Dios dejó de escucharnos. Cesaron las dudas y las exaltaciones. Los murmullos en medio de la noche. Cantos de infancias. La imposibilidad de tragar. En cualquier parte del cuerpo los pinchazos de las agujas. Al pie de la cama el blanco. Polvo de huesos. Pasos fragmentados. Vi colgada en la pared tu herida. Untar. Óxido de hierro. Vitamina B.

XI
El sonido que salía de tu pecho
entrelazado alto y bajo
bajo y fuerte,
ligado como la caligrafía.

Mamá —dijiste— es año nuevo.
Estoy solo y enfermo.

Tiene tu piel una pátina
como de viejo mundo.

Acompasados los latidos
por los rezos.
La higiene indiscutible.
El horror
por la suciedad de las manos.
El trazo del ritmo de tu corazón
marca el camino hasta desaparecer.
Tus ojos miran hacia tu hermana
y preguntas: ¿dónde está la música de mi corazón?
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