Ha vivido toda su vida en el mundo del fin del mundo.
Una época que pasa entre uno y otro apocalipsis.
Hace unos meses, el cometa Elenin.
Una gigantesca masa de roca y hielo en viaje hacia el centro del sol.
Su alineación con la tierra provocaría el desastre.
Explosiones solares, cambios en la órbita lunar, terremotos, erupciones volcánicas.
Pero el mundo no se acabó.
El cometa fue apenas una ráfaga de luz al telescopio.
Ahora, las profecías mayas.
2012. El año del fin.
Pero los códices mayas no hablan de un tiempo de muerte.
Hablan de un tiempo de renovación y claridad.
Ha visto en la televisión un programa
donde unos tipos explican cómo construyeron sus búnkers
para cuando el capitalismo colapse
o la radiación haga inhabitable la superficie del planeta.
También ha visto un comercial de cerveza cuyo eslogan dice
bienvenidos al último verano, el mejor verano del mundo.
Ha visto toda su vida el espectáculo del fin del mundo.
Seguramente, no verá el fin del mundo del espectáculo.
No importa.
Nunca ha creído en todo eso.
El mundo no se acaba.
El gato maúlla pidiendo su comida. La hija juega a tironearle la cola.
La mesa está puesta. Pronto llegarán los parientes a celebrar el año nuevo.
Vendrán los abrazos, los brindis, los deseos de buena fortuna.
Celebrarán como si no existieran cometas, ni profecías, ni búnkers.
Como si nunca fueran a acabarse los veranos.
Como si fuera posible un nuevo tiempo
de renovación y claridad.
Aprender a escribir en el Ahora.
Superar la superstición de la Posteridad.
El sol se va a apagar, eso es seguro.
Virgilio desaparecerá. El Dante desaparecerá.
Shakespeare desaparecerá. Cervantes desaparecerá.
Lo que escribimos, si acaso, serán huellas, marcas borrosas
para ser leídas en las piedras por los arqueólogos del futuro.
El futuro no existe. El futuro es el lugar adonde nunca se llega.
No se puede escribir allí.
Hay que aprender a escribir en el Ahora.
Kairós, decían los antiguos griegos.
La vida es ésta. Historia es este momento.
Cualquier día de éstos, cada día, es un día histórico.
La poesía sucede de un momento a otro.
Se cuela por los entresijos de la vida cotidiana
como la luz del sol que a través del ramaje tupido de las copas
ilumina el corazón mudo del bosque.
Como esa luz, ese otro tiempo que es la poesía
entra en el tiempo perdido del trabajo alienado y los relojes,
ese ramaje que no deja ver el sol.
La poesía entra en ese tiempo y lo aclara.
Nos hace visible su fugacidad,
nos muestra la fulguración de cada instante,
cada palabra, cada gesto, cada silencio.
Y se apaga. Se extingue en la oscuridad
de eso que llaman la Vida Real.
Se escribe contra la muerte, eso es real.
La poesía es esa breve luz que nos lo recuerda.
La vida es ésta. Historia es este momento.
Aprender a escribir en el Ahora.
Aprender a decir la palabra justa, justo a tiempo.
Hacer lo necesario para estar ahí
cuando la vida es radiante
y pasa volando ante nuestros ojos
como una luciérnaga que atraviesa el bosque
y se pierde entre la noche y la nada.