San Sebastián, País Vasco, 1975. Su libro más reciente es Señuelo (Trea, 2022), al cual pertenece el primer poema de esta selección; el resto son textos inéditos.
LA TORMENTA
Recuerdo que nos dijiste:
«después de la tormenta
se recogen los troncos caídos».
Aquella tormenta
agujereó el monte,
hizo bullir
raíces y ramas.
Se podía oler el miedo
de los animales.
La casa parecía un barco
entre negros latidos acuáticos,
la ventana era un ojo de buey,
en el margen de un mar oxidado.
Arqueología de algo ahogado.
Y nosotros pegados al cristal,
respirando el golpeteo
de la lluvia densa y agitada.
Cenamos lo de siempre:
pollo con verduras.
Después se fue la luz.
Era como estar en una cueva.
Sacaste las velas del cajón.
Las débiles llamas poblaron
de extrañas sombras la habitación,
y dudamos por un instante
si empezar a dibujar bisontes o no.
Cuando volvió la luz
supimos por la radio
que un hombre había fallecido
tras ser arrojado al mar
por un golpe de viento.
Nadie se acordaba del film de la tarde.
Al menos, no en aquel momento.
Permanecimos en silencio.
Quién sabe, quizás fue aquel
nuestro modo de rezar
por el difunto.
Apagamos la radio
y nos fuimos a la cama.
Me costó pegar ojo.
Permanecí mudo y acurrucado.
La linterna también apagada.
Di las gracias por no haber sido
el hijo del difunto,
por no haber sido tú
el que había muerto
aquella noche.
Después imaginé la tormenta
llevándose los cuerpos caídos.
ORACIÓN 1
No menosprecies los desplazamientos
en el pequeño pozo del agua tranquila.
Un animal acuático respira en el fondo.
Nadie lo ve excepto tú.
Hoy vienes, como cada semana,
al lugar donde ella se ahogó,
al turbio reino del cloro.
Sólo el cuerpo puede
mover algunas ruedas.
Y haces tuyos, lentamente, los metros
que ella no puede recorrer,
sin rosario, sin padrenuestros,
en la plena modelación de la brazada.
Mil metros, dos mil metros...
Enfrentándote una y otra vez
a la zona de viraje,
desde un ángulo de la jaula
a la chapa del frontón acuático.
La oración puede adoptar
forma de sonata
en el seno de la piscina,
el sonido de la espuma
al estallar contra la corchera.
Otra forma de ser bautizado,
sumergiendo la cabeza en el agua.
Al final, se vuelve júbilo.
El único modo de hablarle al oído.
Una misa laica en el atardecer
del domingo por la tarde.
En casa, al colgar el bañador empapado,
se dibuja por un instante
el vacío del cuerpo
en el cielo incontaminado de pájaros.
Sin poderlo evitar, empiezas a pensar
en lo efímero del vuelo,
en el instante en que se astilla
la respiración...
El próximo domingo
os encontraréis de nuevo
frente a frente, la piscina y tú.
Sin flores ni plantas.
Volverás a adentrarte en el agua,
confiando en regresar.
CON LA FACILIDAD DEL LIMÓN
Con la facilidad del limón
divide la luz
la rugosidad de los montes.
Los rojos árboles
se aferran a los pájaros.
Imposible saber cuándo
y desde dónde
han llegado las hojas.
El suelo se acuesta
en sucesión,
con el ancho de la vista
como único límite.
Aquí no se habla
de fronteras.
Pero sí de lo ilimitado.
Puntos de anclaje
desplegados aquí y allá.
Y a nuestra espalda el mar.
Ni cerrando, ni rodeando,
sino invitando.
TONELES LLENOS DE VINO
El barco se hundirá,
no pienses en eso.
Antes o después
llegará a la arena,
encallará en las rocas,
o abrazará el litoral.
No sabemos dónde,
no sabemos cuándo.
Eso que tenemos
a nuestro favor.
En la diástole del tiempo
los toneles llenos de vino
atraviesan el fuego que prende
en nuestros tibios cuerpos
como una danza.
¿Quién ha pedido al viento,
quién al mar, que existan?
Alguien recogerá
nuestra ceniza.
EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES
Todo objeto introducido en un fluido soportará hacia arriba una fuerza vertical del mismo peso que el fluido desplazado por ese cuerpo.
No son pocos los escritores que han muerto ahogados.
Según la leyenda, Safo se arrojó al mar.
El poeta Li Bai murió, al parecer, ahogado y ebrio
en el río Yangtsé, tratando de abrazar la luna,
al perder el equilibrio y caer de un bote.
El escritor romántico Shelley, en cambio,
durante una tormenta en el golfo La Spezia.
Alfonsina Storni se tiró por una escollera en Mar de Plata.
Virginia Woolf se metió, por propia voluntad, entre las olas,
y no, precisamente, para cabalgar sobre ellas.
Llenó el abrigo de piedras y dejó una carta a su marido:
no se sentía capaz de soportar por más tiempo
los perjuicios de su enfermedad.
Desde el puente Mirabeu saltó el poeta Celan,
aquel que nos enseñó lo que es tragar leche negra.
El agua esconde algo… Y, aun así,
regresan sus poemas, regresan sus textos.
He ahí la fuerza vertical de la literatura.
El agua podrá llevarse los cuerpos,
pero nada más.
ORACIÓN 2
El nadador muele el aire.
Imagina una colina
descansando en un templo.
El sol le baña los pliegues
de ambos brazos.
Debe ser acróbata
para atravesar
toda esa masa de agua,
ser a la vez
caminante y cuerda.
No sabe qué oirá,
qué voces, qué melodías,
qué profundos cantos, los diarios
hablan de tiburones azules,
no de sirenas, pero sabe
que tendrá que levitar
sobre todos esos rumores
como un bosque sobre el rayo.
Su meta es la isla de enfrente,
nada más. Ahí empieza,
ahí acaba, su certidumbre,
en la hierba recién segada
de un breve enigma.
No hay más herramientas escénicas.
Él también es mar.