Un mal de familia [Selección]

Juan Domingo Aguilar

Jaén, Andalucía, 1993. Estos poemas pertenecen a Un mal de familia (49 Premi Vila de Martorell), que será publicado pronto en Hiperión.

LA PISCINA

Mi padre y yo limpiamos la piscina de su casa
el agua se echó a perder este verano
como nuestra familia hace tiempo,
me pregunta si recuerdo cuando
mi hermana y yo éramos pequeños
y nos bañábamos en la acequia
de mis abuelos con el resto de primos,
miento y le digo que no
para no hablar de ese tema
ni tampoco de por qué siempre
prefirió a mi hermana
incluso cuando me fui más lejos,
el líquido marrón nos moja los pies
es una mezcla formada por insectos
hojas y tierra marrón igual
que una familia es una mezcla podrida
pienso, ya montado en el tren
a punto de terminar las vacaciones
mientras veo a mis padres
despidiéndome con la mano
desde los andenes de la estación.
Me duermo y a los pocos minutos sueño
que tengo cinco años y no sé nadar,
sueño que mi abuelo se lanza al agua
para evitar que me ahogue,
entonces me despierto de golpe
preguntándome si mi vida
se resume en esto si puede
que mi vida hoy también
sea sólo esto:
una pequeña piscina
donde me miro y compruebo
a cada instante
si todavía hago pie.
QUÉ LARGO ES MORIR 

Qué largo es morir durante toda una vida,
largas las películas, los domingos por la tarde,
las horas extra, tu currículum.
Qué larga la jornada laboral y los estantes del Carrefour,
las retenciones en la A-92 a finales de agosto.
Qué larga la cola del INEM y las comidas familiares,
la cuesta de enero y las noches
desde que te fuiste.
Este poema, tan largo como la aguja
que clavarán en mi piel cuando despierte
en una clínica
y yo sea mi abuelo.
LOVE SONGS ON THE RADIO

Mi padre arregla una radio
sentado en el porche,
ajusta las frecuencias para que las emisoras
estén colocadas en los botones de siempre,
coloca adhesivos alrededor
para que el aparato resista otro invierno,
sabe que agosto en un pueblo del sur significa
que la canción del verano este año
como cada año es el canto triste
de las cigarras y los burros.
Mi padre me ve a lo lejos
sentado en la mesa de piedra
que mis abuelos colocaron junto a la piscina
cuando mi hermana y yo éramos pequeños,
algo cruje cuando vuelvo a casa,
me mira igual de triste que esos animales,
intenta decir algo pero no lo consigue,
quiere preguntarme por qué sigo empeñado
en escribir sobre nuestra familia
en lugar de buscar un trabajo de verdad
y una vida de provecho,
quiere preguntarme
por qué somos tan parecidos
y nos cuesta tanto reconocerlo,
por qué somos incapaces de mantener
una conversación sin terminar gritando,
por qué nunca recurro a él
cuando tengo un problema
y mi acto reflejo es marcar
el número de mi madre,
quiere preguntarme
pero no lo hace,
aprieta la radio en silencio
juntando a la fuerza
una pieza con otra:
intenta que las cosas
no se rompan del todo.
UN COCHE PARA LLEVARTE AL MAR

I
Cuando era niño y llegaba triste a casa
mi abuela decía que el remedio
para cualquier pena era el agua salada:
sudor decía, agarrando mis manos
una sopa caliente o llorar por dentro
hasta convertirnos en un mar,
para cerrar una herida
no hace falta hielo decía
como el pasado sólo necesita
curarse al viento con un poco de sal.

II
Camina recto, camina recto,
decía mi abuela.
Los hombres de esta familia
se arrodillan sólo
para sembrar la tierra.

III
Cuando había tormenta
y nos escondíamos debajo de la cama,
mi abuela nos convencía
de que no tuviéramos miedo
de que la lluvia en verano
sólo eran las lágrimas
de los que no habían aprendido
a llorar a tiempo.

IV
Si tuviera que contar
las dos cosas que más recuerdo
de mi infancia en la sierra
tendría que hablar de mi abuela
y de los troncos de los olivos.
De ellos lo aprendí todo:
Retorcerme. Sufrir.

V
Vengo de una tierra
donde los hombres tuercen
su espalda en el invierno
y recogen huesos de aceituna
plantados por sus padres.
De una estirpe de mujeres
que nunca vio el mar
pero lo llevaba en sus ojos.
Cada verano vuelvo a casa,
triste recordatorio
de los náufragos que abandoné
en mitad de este pueblo.
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