León, Castilla y León, 1941. Su libro más reciente es El Sueño del Emperador: Episodio nacional del siglo XII (Eolas Ediciones, 2024).
«Prométeme que quemarás todos mis papeles», le pidió en 1926 Franz Kafka a su albacea testamentario Max Brod.
Justamente lo contrario le pidió cuarenta y cuatro años más tarde Max Brod a su secretaria Esther Hoffe:
«Prométeme que darás a conocer todos mis escritos».
Sabemos que Max Brod no cumplió su promesa, ¿cumplió Esther Hoffe la suya?
Max Brod era un escritor de cierto relieve y era también editor. Los escritos de Kafka tuvieron que pasar necesariamente por su filtro antes de ser publicados. ¿Cómo fue ese filtro? ¿Una mera corrección? ¿O fue algo más?
En 1965, el escritor argentino Jorge Luis Borges, conferenciante en Princeton, fue interpelado por un joven profesor:
«Sorprende, señor Borges, que usted, a quien tanto fascina la identidad individual, no se haya preguntado quién es el verdadero autor de América, El Castillo, El Proceso: ¿Max Brod? ¿Franz Kafka? ¿Ambos?».
Tras un incómodo y expectante silencio, esta fue la respuesta del maestro:
«El filósofo de Gotinga, Johan Friedrich Herbart, antes de cumplir los veinte años, había razonado que el yo es inevitablemente infinito, pues el hecho de saberse a sí mismo postula un otro yo que se sabe también a sí mismo, y ese yo postula a su vez otro yo. ¿Kafka? ¿Brod? ¿Ambos? Seamos impiadosos y convengamos que Brodiano carece de la vasta cualidad eufónica que posee el apelativo kafkiano como expresión de lo trágicamente absurdo».