Valladolid, Castilla y León, 1954. Su libro más reciente es Deseo de realidad. Poesía reunida (Tusquets, 2023).
El que entrecierra los ojos para ver
mejor, ajustando el foco —myo,
guiñar, cerrar; ops, la vista. El que
se acostumbró a ir perdiendo,
borrosas, las cosas, a no distinguir
lo que ocurre a lo lejos, no muy lejos.
El que lleva una oculta lupa
en los ojos y ve lo diminuto
sólo con acercarse más. El que conoce
aquella rama de árbol. Y cada vez
le importa menos ocuparse de algo
sin gafas, cada vez encuentra
más certeza en lo impreciso.
*
Quizá no fueran felices, no sé si se pararon
a pensarlo o se mantuvieron en ese estar
ensordecido. Ella quizá, en su silencio.
Parece que él no quería saber mucho de sí,
aunque a veces sorprendía, irrumpía
una memoria en desorden, vivísima
en sus imágenes; llegaba de allá un habla
que tal vez fuera su idioma interior. Pero no sé
si el silencio regía también entre ellos
o la lucidez repentina de ambos era costumbre
en su conversación. Su nudo entre silencio
y conciencia.
*
«Fuimos los primeros en sumarnos» —la frase
de Rodchenko suena
con orgullosa prioridad, espíritu incluso
de competencia, si no se escucha bien;
suena, sí, como un lamento. Fueron, es lo que dice,
los primeros, sin gratitud luego
ni reconocimiento. Leo un viejo poema
de Handke, «Las primeras experiencias», y solo,
en su ironía y absurdo, en el regreso
al cuarto donde velaron a su abuela, percibo
la mirada contenta, asombrada, asustada de ver
lo no visto, de abrir una puerta y alegrarse, sorprenderse,
temer, sufrir por lo que muestra.
Se da un paso, y nunca el otro lado
queda bajo control.
*
En el desierto, afirma. Pero la evaporación
de la palabra, el hacerse aire
antes de tocar los oídos, celebra su rito
en una sala donde la gente se sienta
ante cuadernos de notas, rostro
concentrado y serio. La otra orilla de la ría
se ha ido tapando, sobre todo después
de la tormenta; será este su modo
de reposar, de posarse en el suelo
con el espesor de su cuerpo. Nubes
con pies, voces volátiles,
oídos sin raíz.