Poemas

Antonio Colinas

La Bañeza, Castilla y León, 1946. Uno de sus libros más recientes es Tratados de armonía (Siruela, 2022).

En Salamanca regreso de noche 
por las galerías de la Biblioteca Histórica

Yo no soy yo

Soy este

que va a mi lado

sin yo verlo.

J. R. J.

Juan Ramón: como tú en tu jardín
hoy me veo a mí mismo y siento
que yo tampoco soy yo
el que ahora está saliendo de la noche
de los libros a la noche de la vida,
de los libros a la noche de la edad.
Sin embargo bien sé que aún me salva
el yelmo de Minerva,
que a tanto compromete.
(Quiero decir el yelmo
de los años.)

Avanzo en las sombras del laberinto
de las piedras de oro,
mansas ahora como soles muertos
y me parece que de ellas va brotando
música nunca oída.
Atrás duermen los claustros
y el viejo árbol iniciático
que es un Centro del Mundo.
Atrás duermen los libros
y yo también quiero cerrar mis ojos,
pues me parece que ellos han cerrado
para siempre los ojos de sus hojas.

También ahora siento en mis espaldas
el suave temblor
de la túnica de Minerva.
Ella me lleva como en volandas, despacio,
sin que yo sienta el peso
de su yelmo en mi frente.
A la vez voy sintiendo otro temblor
de llamas en mis manos.
Son las llamas-semillas,
tan sólo el resplandor
(tal vez no merecido)
de la sabiduría.

Avanzo por las galerías en penumbra
buscando una salida de la vida
mientras en mi cerebro
arde la biblioteca.
LA LUZ ES LA SEMILLA

El tiempo es fugaz y el mundo
se deshace o se borra
con los mismos odios
y las mismas guerras.
Nada hemos aprendido.
Pero nos sigue salvando la luz blanca,
de aquel mar
que ahora llevo y no llevo en mis ojos,
aquella misma luz
de los versos de un mar
que en la distancia llevo en mi interior.

¿O caso los llevo entre mis labios?
Creo que es la luz
de los versos de Safo y los de Horacio,
los de Shelley y Keats,
los de Valéry, Quasimodo, Seferis,
los de Espriu, Aleixandre, Gil-Albert…
Pero también la luz
que bajaron a buscar y que encontraron
en el sur más profundo
Montaigne, Goethe y Nicolas Poussin.

De este último he visto hace unos días
su tumba en Roma,
envuelta en otra luz (dorada).
Y soñé con tener esa felicidad serena
que Poussin sintió al final de sus días,
mientras tomaba un vasito de buen vino
sentado a la sombra de una parra romana,
viendo las piedras y los mismos pinos
que él eternizó en sus cuadros.

Las ruinas: almas muertas,
almas vivas del paisaje
y almas de esa luz,
precioso símbolo en el que aún
—¿hasta cuándo?—
gozaremos del pensar luminoso.
Gracias a este pensamiento
todavía no ha muerto en nosotros
el vivir soñando la luz blanca,
el soñar viviendo, esperando,
otra luz que es más luz.

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