Manía, de Fanny Enrigue

Yolanda Ramírez Michel

Morelia, Michoacán, 1965. Uno de sus libros más recientes es Revelaciones (Salto Mortal, 2023).

Como suelo hacer en mi calidad de maestra: comenzaré por el título. Luego, tal vez me deje llevar por las musas… Lo primero es que el título Manía debiera evocar, no la frívola semántica de compulsiones cotidianas a la hora de tender la cama o tomar el té, sino las dionisiacas pautas de una borrachera interior.

Según la gramática de la lengua griega, la forma básica para «estoy loco»: máinomai se vincula inevitablemente a manía, y es un verbo casi exclusivamente en «voz media» (lo que uno hace para sí), muy parecida a la «voz pasiva» (que expresa lo que nos hace un agente externo). De esta manera la gramática recoge, sin discriminarlos enteramente, dos caminos que intrigan al mundo occidental desde hace siglos: ¿la «locura», surge en el interior del yo, o la «locura» es infligida desde fuera?

No sé si tendremos respuesta, pero el viaje al que nos lanza la pregunta es ciertamente intenso y relevante. Fanny reconstruye la épica homérica con nuevas palabras, pero bien semejante encantamiento. ¿Me acompañan? Los llevaré en un recorrido por mi diálogo y mis reflexiones sobre el libro.

Odiseo

Fingir la locura no es estar loco, pero colocar al tierno niño en la zanja para comprobar la locura del que no quiere ir a la guerra… Tierna carne, acaso blanca (no lo sé) sobre la arena, para ser semilla, siembra.

¡Deja de fingir y únete a los conjurados!

Odiseo no estaba tan loco como para matar a su propio hijo, pero sí hubo de estarlo luego para tasajear a tantos en la guerra.

Ayax

Don Quijote confundió ovejas y carneros con ejércitos, aludiendo en el capítulo XVIII a la tremenda chifladura de la guerra y todos sus desaguisados, ¿acaso en homenaje a demencias más antiguas que las suyas? Me gusta encontrar estos vasos comunicantes: la locura de Ayax, guerrero andante que ya no ve la realidad… ¿quién lo ha cegado, los dioses o su propia rabia?

Al carnero sin nombre que narra la afrenta de Ayax sobre su inocencia no parece importarle si esa manía es una voz pasiva o media, pero nosotros, en los juzgados… El héroe, iracundo, nombra, pero el nombre dado no le pertenece a la víctima de su ira. Afretamos a los otros sin ver siquiera si son el nombre de nuestra venganza, la más dulce presa.

El poemario es ciertamente, en la mejor de sus acepciones, elitista, clama que el lector tenga antecedentes para una mitificación completa. Logopea, el poemario posee la melodía, la imagen y la logopea… Saber el mito, o conocer al personaje para contemplar cómo la autora lo desconecta, retuerce, desarticula y expone, escuchar en cada poema los ecos, pero también las nuevas notas que les ha dado nuestro presente al canto arcaico. Los patronímicos se vuelven espejos borrosos que, al limpiar (nos) muestran, aparece el personaje y sus muchos nombres, y nosotros: somos otro nombre suyo. Ayax… qué orgullo, debía sus triunfos sólo a sí mismo y a nadie más, ¿somos él? ¿Lo abandonaron los dioses porque no los necesitaba?, los necesitaba. Los necesitamos. «Invocado o no, el Dios está aquí».

Licurgo

Nada crecerá aquí, dijo el oráculo, descuartícenlo. O no volverá la fertilidad.

Y obedecieron.

¡La tragedia de que los hombres se crean la literalidad de las palabras míticas! Y las vuelvan literalmente en sus oscuras y literales demencias.

Dejamos el mundo simbólico para sembrar ahí nuestra vida, para que se siembre, literalmente hecha pedazos, la vida. Y consumimos a los hijos, los bebemos como vino eucarístico. Pocos entienden los símbolos, pero los símbolos nos entienden. Esos son los infortunios de la sobriedad.

Casandra

Te otorgué el don a cambio de poseerte, escribe Fanny que dijo Apolo.

El hilo conductor del poemario es la locura, ya lo vemos.

Casandra recibió los dones que Apolo prometió por sus favores, pero no se entregó. ¿Preferimos algunas veces, como ella, nuestra soledad que la unión con el Dios?, quisimos su don, pero no queríamos yacer con él.

¿No anticipamos la inevitable venganza?

Ahora veía claramente Casandra el futuro, pero hablaría como un derrumbe para los que no escuchándola habrían de habitar el Hades. Nadie quiso creerle. Y nosotros, quiénes somos, ¿los divinos dadores de dones, los que no dimos prenda, los que no hemos creído?

Como es en las tragedias griegas es en las tragedias humanas. Y es que ¿quién atiende las voces poseídas cuando son portadoras de una verdad nada grata? ¿Quién puede apagar un fuego que es todos los fuegos?

Medea

Medea y los huesitos con los que juegan sus hijos, luego los huesitos rotos en que se han convertido sus hijos. Nuestros niños heridos por nuestra herida.

Ion

(Seguramente un poema en claves personales).

¿Es la poesía arte o es inspiración? ¿Es válido pensar que somos más que el mensaje? ¿Quién concursa en un concurso, el mensajero o el mensaje?

¿Qué tan leves y aladas (evaporadas) pueden ser las voces de una lengua mutilada?

¿Resulta más dañino el que piensa y no tiene lengua o el que tiene lengua, mucha soberbia y no piensa?

Los filósofos y los poetas no debieran haber sido separados en la academia. Dejar a la poesía sin filosofía y a la filosofía sin poesía es locura.

Jantias

Los desaguisados que pasaban durante las borracheras siguen aconteciendo.

Aglauros

Las divinidades del Olimpo no quieren verse desdibujadas por un canto que supere sus cantos y, mucho menos, por un hijo deforme que evidencie su desperdiciada virginidad.

Los seres humanos no queremos vernos desdibujados por un canto que supere nuestro encanto y mucho menos por un hijo de ambigua herencia.

¿Quién nos enloquece, los dioses o nuestros anquilosados paradigmas?

Fedra

Fedra es todas las pasiones que nos dijeron que no, ahogándose en nuestro sí, expuestas a los ojos de los dioses que todo lo ven.

Lamia

La herida de las heridas. Una herida demasiado herida. 

Dame, dame amapolita, hazme dormir, ciégame. La reina del Olimpo no quiere que vivan esos niños, ¿quién, hoy, no quiere que vivan nuestros niños? ¿Qué celos olímpicos no quieren que lo humano alcance mayoría de edad? ¿Cuántas veces cerraremos los ojos, o dejaremos al error anidarlos con tal de no ver que nosotros y otros estamos devorando a tantos niños?

¿Cuántas horas velaremos por lo que no podrá enterrarse? La inocencia.

Heracles

Cuántos padres, hoy, a la vuelta de la esquina más familiar dan muerte a sus propios hijos (no nos sintamos tranquilos si no hay sangre en nuestras manos, hay muchas formas de dar el golpe que aniquila). Los dejamos vivos, pero muriendo.

Papá, papito, nos ha devorado con sus armas, escribe Fanny en un verso.

Asclepio

Fanny ingresa por su propia pluma al recinto de héroes, filósofos y dioses por mediación de la escritura. Los libros son reinos de papel a la medida de nuestras obsesiones.

Desde ahí nos abre las puertas de su particular manía. Y nosotros ingresamos, como encendido nuestro andar por un sibilino canto de huso, algo muy dentro anuncia «prohibido el ingreso a personas no autorizadas», pero igual nos da y avanzamos.

¡Ea, pues, entremos a esta segunda estancia!, aunque suene el cascabel de la gorgona. Según la gramática griega se puede entrar y salir de la locura… ¿o acaso no?

Manía, de Fanny Enrigue. Salto Mortal, 2023.

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