Rosario, Argentina, 1951. Uno de sus libros más recientes es El corazón del daño (Literatura Random House, 2022).
Aunque derivan históricamente de los primeros viajes de exploración, las así llamadas exposiciones etnográficas alcanzaron ribetes siniestros y una popularidad escalofriante durante el siglo XIX. Bajo el fin altruista de familiarizar a los «hombres civilizados» con la vida y costumbres de los aborígenes, lo que se buscaba en realidad era probar la inferioridad del «primitivo», justificando de ese modo la empresa colonial.
Estas prácticas se intensificaron en Europa cuando algunos jardines zoológicos de «aclimatación» decidieron sumarlas a su elenco estable. Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), por entonces director del Museo de Historia Natural de París, no dudó en promover dos espectáculos etnológicos con la presencia de nubios y esquimales. La concurrencia fue tan masiva que los subsiguientes directores del Museo decidieron imitarlo, reiterando este tipo de exhibiciones hasta 1912.
Saint-Hilaire tuvo también otra idea: convenció a Sara Baartman (más conocida como Venus Hotentote), una esclava de la etnia khoikhoi de Sudáfrica que recorría Europa exhibiendo sus glúteos prominentes, a que prestara conformidad para que futuros experimentos científicos pudieran diseccionar su cadáver y conservar su cerebro y genitales en formol.
También Londres supo hacer alarde de este tipo de trofeos: Fuegia Basket, Jemmy Button y York Minster —los fueguinos que Fitz Roy logró embarcar en su Beagle— no fueron una excepción. Milán, Hamburgo, Antwerp, Barcelona, Berlín y Nueva York participaron de ese fervor.
Dicen que fue el empresario alemán Carl Hagenbeck, quien aceitó el negocio: acopladas subrepticiamente a los circos, los freak shows y otras aventuras como las que P.T. Barnum o Buffalo Bill llevaban a todos los rincones de Europa, sus «muestras antropozoológicas» se transformaron muy pronto en coreografías que lucraban con el espectáculo de una otredad extraña y domesticada a la vez.
En cuanto a las exhibiciones etnográficas propiamente dichas, muy pronto diversificaron su audiencia. El famoso templo del cabaret francés —el Folies Bergère— organizó su propia serie de «shows étnicos» con gran éxito de público en 1885. Tampoco se les retaceó espacio en las sucesivas Exposiciones Universales. Sin ir más lejos, la realizada en París en 1889 presentó un Village Nègre completo, con más de cuatrocientos pobladores que pasaban el día haciendo (todas) sus actividades cotidianas a la vista del público.