Huánuco, Perú, 1987. Fue ganador del Premio Diario Ahora en 2016.
Antonio Lucas es un poeta español que irrumpió el mundo de la poesía con el poemario Antes del mundo, accésit del Premio Adonáis de Poesía en 1995. Tenía apenas veinte años e inauguraba su territorio poético con ímpetu surrealista y actitud desafiante frente a las imágenes y la palabra. Tomó distancia de todo aquello que se iba escribiendo cuando él empezaba: «Que el tiempo nos encuentre destrozados, / desnudos frente a un mar de puro signo, sangrando como un cascabel maligno / de rabia y de cristal» (Fuera de sitio, p. 71).
Todos los títulos de los libros de poesía de Antonio Lucas (Madrid, 1975) incomodan, sacuden, emocionan, asombran: Antes del mundo, Lucernario, Las máscaras, Los mundos contrarios, Los desengaños, Fuera de sitio (antología), Los desnudos.
Desde Antes del mundo (1996) hasta Los desnudos (2020), su caudal poético ha ido trasladándose y ampliándose desde el tú hacia el nosotros, desde lo oscuro y enigmático de las palabras hacia el sedimento luminoso y maduro del lenguaje, la intuición y el asombro vital, donde «La vida se concreta mejor en lo pequeño. / Para vivir no es conveniente dar rodeos / ni buscarle a las preguntas su respuesta en la respuesta. / A veces es mejor confiar en quien no sabe / y aprender de sus cautelas» (Los desnudos, p. 78). La apertura a la concreción de la vida en esta bella y contundente salmodia, versos del poema «Tregua», finaliza el poemario sin rodeos y con el aprendizaje de la cautela de la escritura de un hombre que escribe sin prisa, en silencio, y sentencia aquello que decía Pedro Salinas: «Tarda noches la noche en ser auroras, / la luz se hace despacio», la mejor poesía se hace despacio, habita en lo pequeño, a la luz de esa lucidez lo entendieron Stéphane Mallarmé, Blanca Varela y Jaime Gil de Biedma. Así lo entiende ahora Lucas.
¿Quiénes son los desnudos?, o quizá mejor, ¿quiénes somos los desnudos, los desconvocados, los sin templo, los ajenos? Lucas anticipa y anuncia con un sentido de clarividencia e intuición reflexiva: «Nosotros, los desnudos, / los del borde de una fe que ya no abriga. / Nosotros, en nuestro nombre, / en medio de la tempestad, y el esplendor, y la espesura. / Los desconvocados, / los sin templo, / los ajenos. / Nosotros a favor de no aceptarlo todo. / Nosotros lentamente envejecidos de nosotros / ganaremos el mar» (p. 9). ¿Y cuándo nos sentimos desnudos? ¿Con qué ojos estamos observando el mundo?, nos parece interpelar el poeta. ¿Frente a qué obsesiones o miedos nos sentimos desnudos? ¿A qué no le decimos no, en la duda o certeza o extravío? A pesar de la precariedad que vamos abonando a este mundo, queda la esperanza: ese nosotros que nos hará ganar el mar como última libertad del hombre.
Si en Los desengaños (2014, Premio Loewe) Lucas era un poeta ante una crisis colectiva, ante un mundo contrariado y desarmado, si el poeta era el desengaño de sus desengaños ante la sociedad y ante el amor íntimo y su quiebra sentimental («Un pálido animal hecho en silencio / que sólo del andar fue triste escombro» o «escupir a esa patria que se prestigia en el daño» o «Como si me gustara el país que habito, su devastada política / de hachas, su semblanza de fusil» o «Ya la vida suena como un tesoro herido / Vivir siempre en la luz, me sugerías»), en Los desnudos el poeta viene con una querencia lenta pero vital, nostálgica pero luminosa, la ilusión de la mudanza hacia una nueva casa: «La casa nueva, / su promesa de libro aún no escrito. / Ya sabes que una casa parece un corazón que crece lento» (p. 13). Ahora el poeta suma experiencias nuevas y silencios como lanzas sucesivas de su «Autorretrato»: «Ya sólo espero aquello que seré mientras espero / lleno de música y tiempo, / lento de oficio y querencias, / quieto de mar y regresos» (p. 16).
La memoria es un tejido de solidaridad hacia los otros desnudos, un lenguaje afín a sus sentidos como en «Je me souviens (Georges Perec)»: «Recordar consiste en no agrietarse. / Recordar es huir del cuerpo / y lo de afuera hacerlo casa» (p. 17). Y continúa en el poema «Inscripción»: «Eres la memoria de aquellos que has querido» (p. 29). Aquí la incertidumbre tiene mayor prestigio que la «Certeza»: «A veces conviene no arraigar plenamente, / descuidar dónde estás» (p. 20). No es novedad la vigencia del ritmo y la musicalidad a lo largo de todo el poemario, pues estamos ante un poeta que domina con destreza el lenguaje y sus recursos poéticos y sensoriales. «Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo» apuntaba César Vallejo, y acaso no se cumple eso en Lucas.
Los poemas de amor y amistad son dos pasiones que también se amurallan y se aquilatan en Los desnudos. Como preludio, leemos «A Lara, on comença la vida», dedicatoria a su amada, su faro de costa.
No hay poeta que no le haya cantado al amor, desengañado o ilusionado. Y somos testigos en el poema «Lara»: «Te hizo fuerte nacer en un país tan frágil. / Desaprender es resistir. / Y amar siempre reclama un uso nuevo. / Así avanzamos incansables, buscando tierra pura. / Esa casa sin retorno que es tu nombre» (p. 37), y en «Juntos»: «El amor vive al fondo de las cosas. / Y dura lo que dura la quietud» (p. 40), y en «Oración»: «Quien te ama te inventa, sin saber que lo hace» (p. 46) o con más urgencia en «Amor»: «Nosotros que al amarnos fingimos algo eterno» (p. 50), ese breve instante es posible cuando el amor es genuino, cuando la convicción de saberse amado supera las heridas y tienen el territorio apasionado de lo fugaz porque amar siempre es quedarse y un cierto vandalismo de promesas. El otro voltaje de hermandad son los compañeros de viaje, esa eléctrica zona que nos sostiene y nos arropa en la vida, los amigos: «La amistad se proclama sin palabras. / En la amistad está todo cuanto quieres / para no caer un poco más» (p. 63-64).
Tres islas griegas, la cuarta sección del poemario, es la señal de la aventura de un hombre en busca de sí mismo y hace eco muchos otros. «De aquí aprendimos todos. / A ahogarnos muy despacio, / a lavar tanta tristeza. / Que el hombre sobre todo es su miseria» evoca en «Isla de Egeo (Folegandros)» (p. 53-54), y a situarse y reconocerse desde su debilidad para sentirse más fuerte y renovado en «Días de isla (Schinoussa)»: «En los días de isla nos cruzamos varias veces: / casi era un juego. / Caminar de tan alegre cansado todavía, / y no saber. Y no saber de patrias. / A veces uno olvida que a la isla se regresa de vivir. / Como al poema» (p. 55-57). Y finaliza con «Primicia de un saqueo (Irakliá)»: «Cuanto sé de mí es duda de mí mismo, así ocurre la vida. / A veces vivo vidas que nadie escalaría. / A veces lo que amo me suplanta» (p. 58-59). Vivir para no ahogarse en el lugar común, vivir para no naufragar en la resignación. La poesía no anuncia verdades, sino que eleva su imponente arquitectura desde la duda, desde sus grietas. Y es donde se afirma más el hombre.
El poeta también toma posición ante una sociedad y un país que no consigue ir a su paso, o al revés, y es desafiante, como lo exige la poesía, y es idioma de todos en «Normas de urbanidad»: «Rechazar un país por exceso de sombra. / Rechazar tu país, gran festín de tahúres. / Escribir maleante, sin temor, indefenso. / Ser residuo de ser si escribir ya no basta. / Ser un hombre que nunca apalabra su quiebra. / Saber que la luz es idioma de todos. / Pues sólo en lo incierto somos dueños del mundo» (p. 68-69). Ese no tener que saberlo todo, la confianza en los desnudos que somos todos con actitud de alerta, aunque denunciar y escribir ya no sea suficiente. Y la lúcida reflexión y rabia y pena en «España»: «Cuánto celebrar la vida / y después de tanto anhelo / nos queda este saqueo de culpas y cosechas. / Qué terrible orquesta es un país herido de sí mismo, / confundiendo su verdad con su venganza, / y a la vez que hace memoria lo va perdiendo todo. / He nacido aquí y eso me gusta, / pero no consigo ir a vuestro paso». La denuncia y la desazón ante una historia que se repite como un círculo vicioso, como un espiral de culpa, vacío y anhelo (o al revés) de unidad y de sueños.
«A través de la poesía entiendo mejor el mundo[…] Lo concreto es lo que emociona», afirma con afabilidad la voz de la poeta peruana Rossella Di Paolo, y esa emoción y esa mirada de asombro toma forma concreta en «El gato»: «Su condición de sombra de sí mismo / te alumbra si lo miras, te impone su secreto. / Aprende suavemente de su afinada sospecha, / de la gran velocidad que es moverse despacio. / El gato y tú. El gato solo. / Y si ahora parpadea, inventa un cielo en ese gesto» (p. 70). Esa condición de animal, esa afinada sospecha que es mirar y estar atento a lo que rodea al poeta, a lo que nos rodea justo al borde de la vida. Y en el poema «Faro (Cabo de San Vicente)»: «Los faros se leen, la luz es un código. / Y nos está esperando / donde se iguala todo amor a todo origen, / justo al borde de la vida, cuando las rocas hieren» (p. 72).
El rastro poético de Lucas, la estela de su escritura, es el sedimento y la suma de la poesía de otros grandes poetas, la búsqueda de sus lecturas y reescrituras. Ahí la vigencia y osadía insólita en nuestro tiempo y el rigor inédito de todos los tiempos, ahí el germen de la autenticidad y vitalidad en su poesía. Esa psicofonía se funda en Antes del mundo con el poema «Baudelaire»: «Llegará hasta nosotros con su locura de aspas / y caracolas abiertas / tijeras y abrazos»; y se evidencia también en el poema «César Vallejo» de Los mundos contrarios (2009): «No hay sílaba de indio más quebrada. / Ignora el pájaro tu pecho forjado en la ternura. / Quisiera para tu gloria la ciencia prieta de una rosa»; y en el poema «Rilke» de Los desengaños: «Yo quise escribir con el ansia del que llega a existir demasiado / tarde. Escribir por no lastimarme. / Por ser transparente. / Yo, Rainer Maria Rilke, mitad miseria, mitad maravilla. No saber vivir más allá de mí mismo: esa fue mi conquista», ese bello resonar como homenaje es el estilo que le ha impuesto la poesía a un poeta como Antonio Lucas, y abre nuevas puertas en Los desnudos, donde su poesía es un diálogo con más sentido de posibilidad que de pérdida, con poemas tan grandiosos como «Federico García Lorca»: «Dónde viven los poetas una vez asesinados, en qué espejo / sediento, en qué brasa de olvido, en qué morgue de sol. / En tu crimen descubrimos la horma de la historia. / Por eso abrazo tu manera de estar solo y tu condena» (p. 25); y se cumple en el poema «Un libro de Ingeborg Bachmann»: «¿Cuándo puede un hombre tomar su soledad por lo que / es? En qué ciudad, en qué poema, en qué silencio. Digo / un hombre, una mujer» (p. 27). Y cuando le escribe con un delirio lúcido e irrepetible a «Leopoldo María Panero»: «La locura no es una servidumbre. / La locura tiene más prestigio que la vida, y más profetas, y eso duele. Condenado desde siempre a violentas / primaveras. Cómo suena un sueño tuyo. Cómo se devora / en ti la noche. Qué rosa atroz asoma debajo de tu sangre» (p. 30). Esa liberación y exaltación de la locura como denuncia ante una sociedad que quiere saberse ajeno, estos versos le reclaman su lugar y su eco.
Antonio Lucas es un poeta que desafía el lenguaje, las emociones y el pensamiento. En cada poemario hay un salto de madurez, un sentido de comunidad y el sedimento de sabiduría frente a la vida que abraza, alumbra y desconcierta. «Escribo porque leo», sonreía al decir estas palabras el poeta granadino Antonio Carvajal, y está en Lucas ese testamento en su escritura y en su sonrisa de hombre.
Los desnudos nos invita a vivir una vida más allá de la vida, y su poesía seguirá siendo uno de los modos de rebeldía, de no aceptar lo irremediable. El poeta Lucas resume su vida con este decálogo: el periodismo es mi pasión y la poesía es mi veneno. Estamos ante un poeta como Quevedo, Dickinson, Rosalía de Castro o Lautréamont inédito en nuestro tiempo e insólito de todos los tiempos.
Lucas es poeta hasta cuando habla. Tiene el oficio del periodismo desde los veinte años, escribe en El mundo, y en septiembre de 2021 se estrenó como novelista con Buena mar.
El filósofo alemán Peter Sloterdijk escribe que «la poesía no la pensamos, nos visita», no dudo que la poesía seguirá visitando y desafiando a Antonio con ojos fieros ante el mundo.
Los desnudos, de Antonio Lucas. Visor, 2020 (XXII Premio de Poesía Generación del 27).