«Un libro de ensayos que se lee como poesía», escuché en una tertulia a altas horas de la noche, después de que el autor presentara su más reciente novedad editorial. Comparto la idea por ser absolutamente verdadera. Del furor y el desconsuelo. Ensayos para una crítica de la cultura,de Rafael Toriz (Xalapa, 1983), es una revelación, un paso mayúsculo en una bibliografía en ciernes, un libro que encierra magia, ciencia y filosofía. Es también el viaje marítimo entre letras nuevas y viejas, de paseo entre obras de grandes autores que conviven con otros más oscuros, descuidados por la cultura popular pero no por Toriz, quien los resucita al hacer eco de sus palabras. Es la recopilación de notas eruditas en torno a los temas más variados, con hincapié en la relación que tienen hoy la ciencia y la literatura. Es un vuelco placentero entre las olas de una prosa florida e ideas cargadas de anarquismo y sabiduría pueril pero también madura. Es un libro que provoca al pensamiento.
Comienza con «Litoral», presentación en la que no tiene empacho en apuntar que su libro «es un naufragio», sobre todo por haber «aprendido que nunca se llega». Enseguida pasa al «Pleamar», tres ensayos en los que se enfrentan sin tregua ciencia y poesía y la manera de divulgar ideas en apariencia ajenas a la literatura. La visión del autor es que las ciencias llamadas exactas tienen más en común con las artes, y en este caso con la literatura, de lo que los libros dedicados a ellas han podido descubrir, con algunas excepciones citadas a lo largo de los tres ensayos. La tercera parte está dedicada a una sola pieza: «Stephen Jay Gould y Michel Foucault: por una sabiduría del archipiélago», de la que cito: «Si tomo a personalidades tan distintas no es por el rigor del filósofo, por la minuciosidad del historiador o por practicar una erudición extravagante. Lo hago, sobre todo, por el placer de su lectura, por la música que encierran sus palabras y por la literatura que brota entre temas tan aparentemente aliterarios». Sin lugar a dudas es Gould el autor más citado en Del furor y el desconsuelo, un faro entre los mares por los que Toriz navega con naturalidad. Entre una bibliografía que se acerca a la centena de autores y obras consultadas, que Gould sea el invitado de honor habla de su estructura, de su espina dorsal. Y así da paso a la última parte: «Bajamar», la más irreverente y acaso la más divertida, con dos ensayos en los que, primero, acusa a las universidades y a la academia de ser una prisión, y después aboga por la destrucción de todos los libros para así renacer.
Se le puede acusar de querer abarcar un terreno inmenso en tan sólo ciento sesenta páginas. «Humanista es quien, deseando la totalidad, está condenado al yerro», se explica en el primer ensayo, en un párrafo que cierra diciendo que «la Wikipedia, para bien y para mal, es una cara del abismo». Su aguerrida búsqueda de conocimiento parecería una empresa desquiciada, un aglutinamiento de información difícil de compilar en un solo volumen; sin embargo, no sólo se enfrenta a semejante reto con destreza, sino que además se da el lujo de regodearse al mismo tiempo. Su prosa poética es simplemente deslumbrante.
La vida con los libros es el relato de una soledad asesina, del murmullo de las voces de todos aquellos y aquello que amamos y que están destinados a perderse para siempre. Nada somos más que el dolor de lo que muere: una tarde rubia, la primaria infinita, aquella playa con aguas de tamarindo, el olor de las abuelas, la bóveda celeste vista con los ojos del padre, la mascota muerta, el circo alucinante o la
boca encendida que pronunció con fe imposible el color de nuestro nombre. Pronto nos damos cuenta de que no somos sino el perfume de una copa en la que alguna vez hubo vino.
El ensayo que cierra es quizás el mejor, y el libro en su conjunto es un coro polifónico de voces en ocasiones contradictorias que su pluma logra unir como engranajes de una misma construcción cultural que debe ser repasada, asumida y criticada. Al fin y al cabo la humanidad entera es dueña de su herencia cultural, y así es como debemos acceder a ella, sin tapujos ni miedos ni prejuicios que obstruyan el flujo entre cualquier obra y cualquier lector. «Aprovechemos y sumemos las herramientas de las que disponemos para desentrañar la vida, resolvamos la singularidad y la multiplicidad que fragmenta al hombre: seamos flujo del río continuo», una de las tantas claves de la naturaleza de este libro lúcido, lúdico y apasionado. Si el exceso de consignas y el cúmulo de citas llega a ser abrumador, siempre es posible confiar en la obra del fuego, que al final lo consumirá todo. «Habito un mundo de muchedumbres solitarias en el que el fuego que consume es el único refugio: contra los libros, contra la muerte, contra los otros y contra uno mismo».
Del furor y el desconsuelo es una pieza más en el gabinete de curiosidades que Rafael Toriz pretende construir a partir de la literatura. Sus dos libros anteriores, ambos editados en 2008, eran apenas las primeras piezas. Un bestiario ilustrado, Animalia, y un libro de cuentos, Metaficciones, fueron el inicio de la Wunderkammer que Toriz arma con espíritu de alquimista y la dedicación de un artesano. Las letras mexicanas tienen en él un futuro promisorio.