Las palabras son un mal ejemplo de los malos ejemplos.
En otras palabras, son ejemplares representantes de los buenos ejemplos.
Por ejemplo:
Las dobles negaciones no son otra cosa que simples afirmaciones, cuando están de mal humor.
Síncope sabe, y le duele, que una S lo obliga a tener sólo una P.
El casado está cansado de que lo confundan con el cazador.
Haya y hubiera no tienen ni idea de que haiga otra palabra haciéndoles competencia.
Yo sé que la H no es muda, sólo está pensando.
Los versos reinventan a las palabras, las firman y las patentan.
Las mezclan con esa sustancia de los sustantivos.
Las funden. Las cruzan. Las enamoran. Las vuelven suyas y del poeta, que es su mecenas.
Las palabras son también un buen ejemplo del buen trabajo.
Cáspita está ahora desempleada, pero Bolero es muy solicitado, y los gerundios trabajan a dobles turnos.
Los acentos, que son los sombreros de las letras, evitan que un sí mamá no diga otra cosa.
Y aquella pareja de enamorados que se abrasó con una S porque la Z dormía, murió achicharrada.