Preparatoria 7
La mañana fue larga en espera de su llegada. Lo anhelaba, incluso muy seguido iba hasta la ventana para ver si ya se acercaba; la mera promesa de su próxima aparición era suficiente para hacerme enrojecer de placer, me era indispensable en aquellos momentos, no podía soportar la espera y aún menos la idea de compartirlo, tenía que ser sólo mío.
Cuando al fin llegó, me deshice de todos, nadie tenía derecho a disfrutarlo más que yo. Lo vi ahí, inmóvil, esperándome, invitándome a deleitarme; mis labios se humedecieron con sólo verlo. Me decidí a levantarme, casi con miedo de que fuese únicamente un espejismo provocado por mis ganas. Me arreglé la blusa y despacio me acerqué a él, acaricié la capa que lo cubría y me impedía sentirlo con libertad; con cuidado de no arañarlo, poco a poco, casi como en un acto religioso, lo despojé de ella.
Por fin mis yemas pudieron sentir sin traba alguna su oscuridad,
lo acerqué más a mí con una pasión que embargaba mis sentidos y me obligaba a olvidar todo lo que no fuera él; aspiré su aroma y mis párpados se cerraron para hacer de ese instante algo eterno en mi memoria. Retiré de encima suyo mi mano y la llevé a mis labios como una anticipación de lo que vendría.
Cerré los ojos e imaginé su sabor amargo y terroso; comenzó a sonar música en mi cabeza y me di cuenta de que lo deseaba demasiado, en definitiva estaría dentro de mí en unos instantes.
Bajé mi mano y acaricié una de las líneas que lo marcaban: entré en éxtasis, le arranqué un trozo y al fin llevé a mi boca ese chocolate tan esperado.