Ciudad de México, 1964. Uno de sus libros más recientes es «La lectura y la sospecha». (Cal y Arena, 2020).
Por la elegancia y densidad poética de su prosa, así como por el despliegue exacto de su trama, nadie pensaría que Cuando los gatos esperan, de Adriana Ortega, es una primera novela. Este libro denota una madurez extraña y una voluntad deliberada de extraterritorialidad que la aleja de los paisajes locales, de las alusiones a la violencia, de las pasiones políticas y de todos los temas de coyuntura que resultan tan rentables para cierta narrativa mexicana. Adriana Ortega prefiere situar su historia en dos países ajenos, en una época pasada, vagamente finisecular, y elige como personaje a un hombre. Todos estos rasgos, aunados a su gusto por la orfebrería de la prosa, hacen de su novela una aventura tan riesgosa como estimulante y la vuelven una verdadera bocanada de aire fresco en el panorama narrativo.
La anécdota de Cuando los gatos esperan es sencilla: Álvaro, un brillante bioquímico argentino que nunca ha salido de su país natal, parte a Francia, donde ha conseguido un puesto en un importante laboratorio. El trayecto en barco, lleno de expectativas y aderezado por la amistad con un parisino, Alexandre, comienza a nublarse cuando llega a Versalles a la casa donde acordó alojarse y no encuentra a sus anfitriones, la familia Berthier. En su lugar, sólo halla un escueto mensaje que le anuncia su ausencia y le indica dónde está la llave y, en el interior de la casa, avista tres gatos desconcertados por el abandono, que se convertirán en su única y alucinante compañía.
Aunque Álvaro maneja con fluidez el francés, el problema no es el idioma, sino las limitaciones de la comunicación instrumental que impiden la mínima intimidad entre interlocutores consuetudinarios. Son claras las restricciones de la llamada conversación ortodoxa, es decir, esta comunicación meramente pragmática que se utiliza para gestionar la rutina cotidiana, pero estas limitaciones se exacerban cuando alguien enfrenta un ambiente desconocido en otra ciudad u otro país; quienes hayan hecho viajes largos o estancias en el extranjero pueden reconocer esta situación temporal de desconcierto y desapego que, en el caso de este personaje, llega hasta la pesadilla. Álvaro comienza a experimentar un proceso de aislamiento que amenaza con trastornar su percepción e intelección. Inmerso en un trabajo solitario, con compañeros huraños que se limitan al contacto estrictamente profesional y vecinos hostiles, reacio a escribir a su familia y amante para no preocuparlos y alojado en una casa cuyos caseros nunca aparecen, este libro relata una experiencia que gradualmente va descendiendo desde la ilusión hasta la total alienación. En un breve lapso, el motivado profesionista se va transformando en un personaje fantasmal que malcome, se embriaga, abandona su trabajo y comienza a dudar de la existencia de los demás y de su propia materialidad.
Álvaro Lucero es un individuo que confía en el orden, el sentido común y la urbanidad. Su extrañamiento del mundo comienza por lo que él considera una descortesía y una anomalía, que sus anfitriones no estén presentes el día de su llegada. Desde entonces, sus expectativas y su razón se van derrumbando a partir de pequeños detalles y ese universo inteligible en que habitaba se vuelve oscuro, caótico y macabro. En todas las peripecias se hacen evidentes las dificultades del personaje para establecer comunicación y romper las opacidades y barreras con otros individuos, así como el carácter enfermizo y ominoso de su retraimiento que lo va apartando de la realidad y de sus semejantes. No hay, sin embargo, en esta transición ningún elemento sobrenatural sino, simplemente, una transformación del rostro amigable de la cotidianidad en el gesto tan monstruoso como enigmático de lo desconocido. El libro es un dechado de estilo que juega con diversos géneros y atmósferas, desde el terror en sus mejores exponentes decimonónicos hasta la literatura del absurdo, pasando por el thriller psicológico. La penetración en la mente delirante de su personaje, el amor por la minucia y la perspicacia marcan este relato poético y gótico con gran poder de perturbación, que culmina de manera tan trágica como inesperada y que nos restituye a los lectores esa sensación simultánea de encantamiento y estupefacción que nos dejan los grandes relatos.