1. Desvanecerse en el tiempo — escribir en los intersticios entre presencia y ausencia. Delirar con las manos y disolver el cuerpo frente al Lector.
2. Volar entre los árboles. Hacer danzas etéreas entre los edificios.
Que el lenguaje sea el movimiento y la fugacidad.
3. Manifestarse en células, clicas, dispositivos igualmente individuales y colectivos que traspasan fronteras y lenguas. Teletransportarse cada día. Lanzar los textos como estrellas hasta iluminar el cielo del nuevo territorio en su transitoriedad.
4. La literatura es un holograma mental que a veces aterriza en la página. Respetar, honrar a los viejos maestros del arte oral y de la tradición telepática que llega hasta nosotros gracias a sus rituales de siglos. El libro es muerte y es vida, en una inmanencia cíclica.
5. Enfrentar a nuestros adversarios narrando, de forma secreta, el thriller metafísico de su relación con nosotros. Perdonarlos porque no saben lo que hacen. Ser implacables cuando insistan en la injusticia.
6. Poesía es ficción, es autobiografía del Lector.
7. Escribir para alcanzar una posible e imaginaria síntesis entre el pasado y el futuro. Crear en el texto un axis mundi del presente eterno. La poesía es el artefacto explosivo que usamos para destrozar esos muros levantados entre pantalla-pdf-mente-hoja de papel-códice. Aprender a leer petroglifos, ideogramas.
Practicar la caligrafía como un ejercicio de combate.
8. Este enunciado es imaginario.
9. Hacer aparecer y desaparecer textos, de acuerdo con la necesidad emocional y cultural del momento. No distinguir entre crónica, sueño, biografía, romance, juego de video. Navegar el hiperespacio capturando las sombras del texto que jamás nos atrevimos a escribir.