Centro Universitario de Ciencias de la Salud (UdeG)
En la oscuridad apaciguada
de aquel bendito callejón
que con miedos y demonios
ha transcurrido sus noches,
contemplé por gracia maldita
a mis guardianes calcinándose,
el hedor de sus carnes me abre un incesante apetito,
mi conciencia no se inquieta
porque se sabe moribunda e indefensa ante mi hambre…
Hambre de virtud,
ese deseo voraz de consumir algo pulcro
aun cuando se trate de lo último sagrado que me queda.
¿Debo sentirme culpable?,
¿flagelarme porque mi instinto logró vencer mi cordura?
No lo creo, lo absuelvo de toda culpa
Y sin embargo logra fundirme con el fango.
Devorar a mis queridos guardianes
es acabar con mis debilidades;
no más remordimientos, no más consejos,
sólo acciones guiadas por los demonios.
¿Les tendré miedo? ¿aclamaré por ustedes?…
¡Nunca más!
Porque al haber degustado su sangre,
desgarrado esa carne con los dientes,
habré de estar segura de que no volverán,
que estoy sola y aun cuando me arrepienta…
no estarán jamás…
No se atrevan a sentir lástima, no lloren por mí
ni lancen plegarias en mi nombre.
¿Qué no ven que los estoy engullendo?
Y que sus lágrimas
impiden que me ahogue con los trozos…
Con eso y más no rogaré el perdón
ni buscaré ante Dios misericordia,
prefiero que las carnes que hoy devoro
me consuman por dentro al podrirse,
que cada gota de sangre sea vuelta mía…
y aun sabiendo el futuro que me espera
no pretendo arrepentirme
¿Acaso… desilusionados mis guardianes?
¡Pobres diablos que malgastaron en mí su fe!
Hoy detendré su patético dolor, adorados míos,
no sufrirán al verme descender
sabiendo que lo hago por mí, no por ustedes;
abriré mis fauces…
y con delírico placer callaré sus corazones…
¡Silencio… ya déjenme comer en paz!
¡Silencio… que mis demonios ya cenaron!
Y es la hora de dormir.