(Puerto de Veracruz, 1970). Hacia días felices simples rastros (Mano Santa, 2020) es su libro de poemas más reciente.
Matyas Pavlik (Ústí nad Orlicí, República Checa, 1984) creció entre Estados Unidos y México. Sus padres son escultores en vidrio, por lo que siempre ha vivido rodeado de arte. Al estar expuesto a múltiples culturas, paisajes y lenguas, la diversidad de colores y de enfoques moldearon tanto su personalidad como su estilo.
Mientras estudiaba diseño gráfico en la Universidad de San Francisco, pasó un semestre en la Universidad de Arte, Arquitectura y Diseño de Praga. Ahí fue donde encontró su pasión por el trabajo práctico con arcilla y yeso, y quedó deslumbrado por las posibilidades ilimitadas de la fundición en horno. Para adquirir la habilidad del vidrio fundido, un método desarrollado en la región de Zelezny Brod, en el norte de Bohemia, se mudó a la República Checa y comenzó a trabajar junto a su madre, Vladimira Klumpar.
En 2012, Matyas Pavlik se unió al proyecto de diseño M.O.M (Moje Objektove Muze), que lo familiarizó con la herencia checa de la fabricación y corte de vidrio. Cautivado por las habilidades necesarias para este arte aplicado, que está en vías de extinción, comenzó a incorporar técnicas de corte tradicionales en sus esculturas conceptuales de vidrio fundido.
El enfoque del trabajo de Pavlik radica en explorar el medio del vidrio a través de una densidad variada dentro de formas abstractas, la manera en que la luz se rompe, se redirige o se absorbe, y en utilizar una paleta de colores orgánica y vibrante.
«El vidrio es como las nubes, siempre está cambiando de acuerdo a como le dé la luz, es algo que me gusta, y siempre trato de jugar con eso. Las propiedades translúcidas del vidrio lo hacen único, y yo intento controlar lo que se puede obtener de él. Dentro de una forma limpia y geométrica hay todo un mundo. El cristal parece agua, sólido o líquido, siempre se mueve», describe Matyas Pavlik en entrevista con la galería Hohmann.