Preparatoria 8
Hola, me llamo Howard y tengo 12 años. Nací ciego, pero eso nunca me ha disgustado, puedo ver en las sombras, o creo ver en las sombras. Lo bueno de ser ciego es que puedo ver en mi mente mis recuerdos. Recuerdo cuando mi papá me leía cuentos, eran sobre piratas, héroes fantásticos y aventuras que sin duda él vivió algún día, porque me los contaba como si él hubiera estado allí. Pero él murió hace tiempo…
Yo no lloré cuando murió, ¿de qué le sirven las lágrimas a un ciego?
En mis 12 años de vida he aprendido muchas cosas, como mmm… ¡ah, sí!, que puedo leer con mis manos, ver con las yemas de mis dedos y sentir la diferencia entre la luz y la oscuridad. Debo confesarles que me siento más cómodo en la oscuridad. También aprendí que los monstruos no siempre salen de noche, hay algunos que salen de día… las mujeres… o por lo menos las que conozco, que se la pasan haciendo y diciendo cosas terribles. Una vez mi madre me gritó:
–¡Howard, ¿cuántas veces te he dicho, pequeño monstruo, que no salgas?! No quiero que la gente te vea, das asco. ¡Lárgate a la biblioteca, ciego! –Se burlaba de mí mientras seguía diciendo–: Niño, no sabes lo afortunado que eres de ser ciego, así no pues ver tu horrible rostro.
–¿Soy un error, mamá? –le pregunté.
–No, hijo, tú no eres un error, tú eres una carga, penitencia, castigo…
¡La odio! Quise matarla, ¡lo quería! Pero creía que si ella moría, yo también, es mi única compañía y, por más que la odie, la prefiero a la soledad. Todavía ¡la odio! Pero la necesito, tal vez eso es lo que en los libros dicen que se llama amor… No lo sé…
Soy parte de esta casa, tal vez como un mueble, un estante o una planta de ornato. Qué sé yo. Conozco esta casa y la casa me conoce a mí: mi casa; su dueño. Yo veo con mis manos… No todo es tan malo, tengo amigos… Afuera de mi casa, a 33 pasos, hay un cementerio, y los muertos son mis amigos. No necesito un bastón, conozco todas las lápidas. Me gusta venir de noche, todo está tan silencioso y nadie me puede ver; me imagino a la luna enorme y blanca, ha de ser hermosa, ya que Poe la describe tan sublime, “blanca”, luz, lo contrario a oscuridad, lo contrario de mí.
Se preguntarán cómo es que un ciego lee si no tiene ojos. Como se lo dije al principio, mis manos son mis ojos, y mi padre me dejó sus libros con unas bolitas rasposas que dicen cosas que él me enseñó a leer con mis dedos.
Mientras me paseo por las tumbas, suelo decir el nombre de la persona que está sepultada allí en cada una: David, Jacob, William, Elizabeth, Benjamín, Loreta, Virginia… En una ocasión me encontré vagando por mi “parque privado” y cuando encontré una lápida nueva que decía “Aquí yace H. P. Lovecraft” mi corazón se detuvo y por primera vez la oscuridad me dio miedo, la oscuridad de mis ojos me devoró, me desorientó, un sudor frío y un escalofrío recorrieron mi cuerpo haciendo énfasis en mi corazón, que latía y latía lo más rápido posible, tanto que mi cuerpo vibraba al unísono. Como pude, llegué a mi casa. Mi madre me estaba esperando, no me dijo nada, como si yo no existiera.
Llegué a mi habitación, la cual siempre consideré como una cárcel, pero ese día la sentí como un verdadero refugio… Dormí no sé por cuantas horas… unos rechinidos en la escalera me despertaron. Mi corazón volvió a acelerarse, pero esta vez con mayor violencia. Una sombra con un cuchillo en la mano llegó hasta mi cama. Sabía quién era, pero no sus intenciones, hasta que la descubrí. Entonces le supliqué, le rogué:
––¡No, mamá, no me dejes ciego! ¡No me cortes las manos, mamá! ¡Te lo ruego… seré bueno, ya no iré al cementerio, me quedaré contigo, pero no me dejes ciego, por favor!
Claro que me dejó en paz, no me cortó las manos, y aún me paseo por las tumbas nombrando a cada uno de mis amigos a la luz de la luna de Poe: David, Jacob, William, Elizabeth, Benjamín, Loreta, Virginia, Mamá… ¿Quién será ese Lovecraft?
¡Jajajajaja!