(Cuernavaca, 1988). Con el libro Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020) ganó el Premio Nacional de Narrativa Ramón López Velarde 2018.
La ficción supone una verdad que es distinta a la verdad del lector. Eso no impide que ambas sean verídicas ni que puedan convivir en un mismo plano. Se escribe, hasta cierto punto, buscando ese fin: entrelazar dos certezas disímiles que surjan de una sola pregunta. Un verdor terrible, de Benjamín Labatut, avanza en ese sentido; tanto en su estilo como en sus ideas plantea la existencia de un mundo dependiente de otro. Quizá por eso la clasificación del libro es difusa en voz de los críticos: para muchos se trata de una novela de cienciatura; para otros, participa en la narrativa de divulgación. Su propio autor refiere a un ensayo que no es ensayo, a textos con aliento cuentístico pero que se parecen también a una crónica biográfica. La genética del libro no se revela sino hasta que se asume su estado híbrido.
En principio, son relatos que emulan la estructura del rizoma. En las cinco historias hay un planteamiento que cuestiona la realidad aceptada y las consecuencias de ello. Ciertos científicos del siglo xx trataron de explicar una parte del mundo oficial a costa de su propia cordura y aun de la vida de sus familias. Con el primer texto se comprende mejor esta idea, cuando se nos presenta un recorrido caótico de diversos hechos y personajes, que se entrelazan con el origen del color azul de Prusia, cuyas propiedades químicas devinieron en cianuro y arsénico utilizados como pesticidas para asesinar judíos en masa; el alemán Fritz Haber, quien creó el Zyklon A, extrajo el nitrógeno del aire y gracias a ello se afrontó la escasez de fertilizantes para las cosechas de Europa, que amenazaban con una hambruna mundial. Este descubrimiento tuvo tal impacto en la humanidad que triplicó su tamaño, de mil seiscientos millones a siete mil millones de personas, en menos de cien años. La síntesis es injusta, pero da una pista de la penumbra y el destello de los hechos. Un verdor terrible está colmado de este contraste.
«La ciencia es buena para desmenuzar; la ficción es justamente el proceso inverso, tejer las cosas en un nuevo sentido», dice Labatut. Bajo esta luz podemos atestiguar la solución de las ecuaciones de la teoría de la relatividad de Einstein, a cargo del científico Karl Schwarzschild, quien decide escribir una carta en medio de las trincheras de la Primera Guerra Mundial; y también la discordia intelectual entre los fundadores de la mecánica cuántica, Schrödinger y Heisenberg, que se debaten por encontrar certezas no sin sus dosis de locura y recelo.
El hilo que sostiene estas narraciones no es sólo la búsqueda de sus personajes, indagaciones en los linderos de la física, la química y las matemáticas, sino además un potente flujo de imaginación que irrumpe poco a poco en el lenguaje de las certidumbres científicas. Es fácil reconocer desde los primeros párrafos un camuflaje de objetividad. La escritura de Labatut se decanta por el engaño inteligente. Es lo mismo juego, trampa y virtud. De tal modo que, si no fuera por una anotación final que revela sus intenciones literarias, quizá los relatos se leerían como fidedignos por la exactitud quirúrgica en que se cuentan los acontecimientos. Un tono que me hace pensar en el Borges que catalogaba libros y autores inexistentes, provocando su búsqueda en los acervos de las bibliotecas de Buenos Aires.
«Utilizo un registro literario específico que surge de las fuentes y que dota de una cierta textura real, pero basta que introduzcas un párrafo de ficción a un texto, que puede ser perfectamente no ficcional, para que el texto retroactivamente se coloree de una manera distinta […] Estoy más interesado en generar un estado de confusión en el lector», dice Labatut. Su prosa, a ratos contenida, imita el espíritu monográfico que pretende ocultar al autor. Sin embargo, sabe aprovechar astutamente la vida de los personajes y genera relámpagos de cercanía con un deseo, un sueño, un pensamiento que nos adentra en el proceso mental y emocional de mundos complejos, como el del matemático Alexander Grothendieck.
Arropados por un vértigo similar, los relatos de Un verdor terrible dan la impresión de que las ideas revolucionarias de la ciencia no llegan sino con dosis equivalentes de lobreguez y pesadilla. Labatut dice en entrevista: «Una de las cosas de las cuales estoy absolutamente convencido es que necesitamos tener múltiples modelos, incluso contradictorios, sobre la realidad. Me interesa una visión de la realidad donde están la ciencia, la literatura, pero donde también está lo irracional». Y quizá sea ese espacio indeterminado lo que promueve su escritura. No hay hallazgo sin obsesión ni desequilibrio ni sombra. No hay verdad sin ficción.