Preparatoria 10
Hace muy poco, cerca de mi casa, murió un tal señor llamado Baldomero. Este señor era un atleta de primera aún a sus 72 años, tenía muy buena relación con los vecinos y hasta los apoyaba en las festividades de la colonia. Nadie sabía por qué había muerto este señor.
La señora de la tiendita explicó a las autoridades que el señor Baldomero estaba en el bosque del Centinela en la mañana y ella creía que había aspirado el polen de una planta que le provocó moqueo y le bloqueó la tráquea. Supuestamente, ella estaba con él cuando fueron a trotar al Centinela y también cuando aspiró el polen.
Mi madre se había topado con Baldomero a eso de las nueve de la mañana en la plaza Sauces y, según ella, vio a Baldomero bien, aunque con ojeras muy intensas. Pero, fuera de eso, nada.
Al mediodía, su esposa le preparó comida y él pidió segundas. Ella pensó que esto no era normal pues él jamás hacía eso, y allí empezó a notarle algo raro.
En la tarde, la última persona que vio a Baldomero, su esposa, que, por cierto, estaba con él todo el día desde la caminata por el Centinela hasta su muerte, juró haberlo visto tomarse unas pastillas y después quedarse dormido ahí de donde jamás se levantó.
Yo, que soy su nieto preferido, sé la verdad. Ninguna de esas sustancias pudo haberlo matado, sino que yo provoqué su suicidio. Él me hizo la vida difícil, por eso me llevé conmigo a Baldomero; no a mi abuelo. Por fin podré vivir con el señor que yo considero mi abuelo.