(Abu Dabi, 1961). Inténtalo de nuevo (Sharjah Book Authority, Sharjah, 2022) es su nuevo libro.
Prólogo
Inténtalo de nuevo, la última obra del autor emiratí Sáleh Karama, se abre con las palabras «Para mí, la vida es la que da a luz a la muerte espontáneamente», en boca de la reclusa Baya. Este comienzo se asemeja a los famosos gritos del teatro de Shakespeare, desde Hamlet e incluso un poco antes. Esto afirma el talento y la potencia del teatro para iniciar una narración con asombro y extrañeza, pues la vida, tal y como la refleja el escritor, se reduce al espacio delimitado por las cuatro paredes de una celda, que sólo permiten el desarrollo de sucesivas escenas dramáticas caracterizadas por estimular al espectador a nivel cognitivo y por el uso del flashback para crear imágenes trágicas e impactantes.
Karama introduce en la obra el tema del qisás, la pena de muerte como castigo proporcional al crimen cometido por la reclusa Baya, que asesinó a su marido para vengar una infidelidad. Defiende su acción como correcta en una era en la que lo correcto pasa a ser incorrecto y lo incorrecto es considerado correcto. Utiliza todo tipo de recursos retóricos para justificar su postura, pero no lo consigue.
Baya le pregunta al abogado Tawfik: «¿Es correcto acaso, señor, que tu esposo escoja a una de tus amigas más cercanas para acostarse con ella? ¿Estuvo mal que le pegara un tiro en la cabeza a mi esposo y dejara que mi amiga huyera corriendo desnuda?». Protesta contra los intentos del abogado para persuadirla de que se declare inocente. Parece intentar quedarse en el ámbito del castigo mental, como un momento de retorno freudiano a un nacimiento libre de pecados a través de la muerte, para que la protagonista Baya pueda vivir siendo una víctima, tras ser condenada por cometer un delito flagrante.
La obra se divide en tres actos. En el primero se regresa al momento del asesinato, el segundo contiene el diálogo entre la protagonista Baya y el abogado Tawfik, y el tercero consiste en el diálogo entre la protagonista y su amiga Batina. Los tres actos comparten un espacio temporal muy apretado, en algunos casos sólo los separan unos segundos. También comparten un espacio físico más estrecho todavía, el de una celda individual donde no cabe más que una cama para la reclusa Baya.
En el primer acto, la reclusa se entrevista con su abogado, que trata de convencerla de que se declare inocente del asesinato, mientras que ella insiste en confesarse culpable del homicidio voluntario, que cometió por ser la víctima de una infidelidad. Así es ella quien imparte justicia, como ocurría en el inicio de los tiempos: la víctima decide pasar a ser la asesina cuando las autoridades penales no sólo no defienden los derechos del individuo sino que se los arrebatan. Baya argumenta: «Mañana vendrán los guardias, me sacarán de aquí, me amordazarán y traerán a otra en mi lugar. ¿De qué te extrañas? Mi papel acaba ahí. Y tú estás convencido de que soy culpable. Te lo guardas dentro de ti porque quieres liberarme».
Este primer acto comienza con el primer encuentro de la reclusa y Tawfik el abogado. Se supone que éste debería aspirar a que se haga justicia, sin embargo se acaba convirtiendo en un instigador de la mentira, al participar del todo en el crimen. Termina el acto con una escena en la que el abogado huye de la celda, «hasta que se demuestre su inocencia», después de que se haya revelado su interés sexual en la acusada. De este modo, él pasa a ser un «hombre» que se asemeja al esposo asesinado de Baya, sin más culpa que haber desvelado sus intenciones y deseos sexuales.
En el segundo acto interviene Batina, la mejor amiga de Baya, que en la obra desempeña el papel de la amante en cuya trampa cayó el esposo, y acaba convirtiéndose de nuevo en su íntima amiga. Su relación vuelve a ser de normalidad, como lo era antes de la infidelidad. Las dos conversan y recuerdan con cariño el instituto y la clase de gimnasia, además de compartir la afición por leer el futuro en las cartas. Llegan a un punto en el que Batina le ofrece su abrigo de piel a la reclusa Baya.
El tercer y último acto ofrece una retrospección y una prospección conjuntas en el tiempo. Se evocan recuerdos del pasado y se revelan pronósticos del futuro. Ambos ocupan gran parte de la narración. El autor se centra en la combinación de las técnicas del teatro, del cine y de la escritura novelística contemporánea, basadas en la fantasía que corre en paralelo con las tendencias de la narración realista y simulada. Sáleh Karama extrae los elementos de la estructura del relato de dos momentos que confluyen en un punto presente que gira alrededor de un individuo, que en este caso es Baya. Ambos momentos dan lugar a una hipótesis del futuro que les espera a la reclusa Baya y a su amiga Batina, de acuerdo con la lectura de las cartas que hace ésta. Las cartas pronostican a la primera una longevidad de cien años, mientras que a la segunda le espera una muerte repentina, atropellada por un camión mientras practica deporte por la autovía.
La pieza de teatro Inténtalo de nuevo está imbuida de una teoría del teatro contemporáneo que Sáleh Karama aplica con una gran destreza creativa, dando perspectiva a las connotaciones de la invocación cognitiva y las repercusiones psicológicas. La cama constituye todo el espacio, es significante y significado, es la causa de la traición y la razón por la cual Baya acepta en la cárcel su justa sentencia de muerte. Llega incluso a ser el confesionario que usa la prisionera libre, Batina, la amiga infiel, para confesarse ante la reclusa Baya, que mató por venganza. La cama, en las manos de la protagonista, se convierte en una prueba tangible contra la presunción de inocencia de aquellos que son infieles o que escondidos tras otros actos se confiesan inocentes.
Esta obra de Sáleh Karama penetra en lo prohibido, aborda momentos críticos en las relaciones entre hombre y mujer, y saca a la luz los pecados para convocarlos o al menos cuestionarlos. Y al mismo tiempo, conecta con un aspecto antiguo de la literatura humana que une dos actos: el asesinato y la traición. Ambos sirven como acicate para la escritura y el devenir histórico. No hay mejor prueba de ello que las escenas de asesinatos y traiciones que abundan en la historia de la humanidad, pongamos como ejemplo Caín y Abel, Hamlet o Bruto.
Sámeh Kawush
Primer acto
Se abre el telón. El escenario muestra una habitación en la que se encuentra la Reclusa (Baya), que, acusada de haber asesinado a su esposo, está aislada en una celda individual.
El Abogado (Tawfik) la visita a menudo con el objetivo de sacarla. El mobiliario es escaso, apenas una cama vieja de hierro, un colchón ajado y una manta gruesa como la que utilizan los militares. La celda es deprimente, sólo hay una claraboya junto al techo, que deja pasar escasa luz. La reclusa está sentada en la cama, lleva el pelo mal cortado y peor peinado, y viste el uniforme de la prisión, una túnica vieja y desgastada.
Reclusa (intenta encender un cigarrillo, pero le tiemblan las manos por el intenso frío que hace en la celda): ¡Maldito frío! Se me cuela por cada articulación del cuerpo. Va a acabar pronto conmigo, noto cómo me va quebrando los huesos. Apenas me siento el cuerpo aquí sentada. Ah… (Intenta frotarse las manos y cubrirse los brazos). Ay. Este frío me oprime. (Se levanta y camina hacia la pequeña claraboya). Este frío me va a ahogar. (Se frota los brazos de nuevo, vuelve a la cama de hierro y se cubre con la manta. En ese momento se escucha el sonido de las cerraduras y de la puerta de la celda abriéndose. Primero pasa el Guardia, seguido del Abogado. El Guardia sale por donde ha entrado y el Abogado se queda dentro. El Abogado es un hombre respetable de unos treinta años que viste un traje muy elegante).
Abogado (dando unos pasos hacia ella):¿Qué tal te ha ido el día?
Reclusa: Como cada día que entras por esta puerta.
Abogado: ¿Te molesta que haya venido?
Reclusa: En absoluto.
(Silencio).
Abogado: He pasado por una pastelería y te he traído unos dulces, ¿te apetece?
Reclusa: De verdad que piensas en mí.
Abogado: Han intentado prohibirme que te los pasara, dicen que no te quieren aquí. ¿Has montado jaleo?
Reclusa: Solamente he protestado. Les he dicho que no me traigan de comer, que su comida es veneno.
Abogado: ¿Sólo has hecho eso?
Reclusa: Sí.
Abogado: Dicen que te pusiste a pegar gritos.
Reclusa: ¿Qué tiene de malo?
Abogado: Nada, pero es mejor que te quedes quietecita en tu sitio. Nunca se sabe cuándo pueden volverse en tu contra y tu acabarías agotada y sin fuerzas.
Reclusa: Yo no quiero seguir ni una hora más aquí, quiero liberarme de todo esto ahora mismo: de los rayos de sol, de la poca luz de las mañanas y del horrible chirrido de las cerraduras. Ya no encuentro ningún placer en el ciclo de la vida.
Abogado: Entonces debes colaborar conmigo.
Reclusa: Soy una mujer y soy una asesina, esto lo puedo decir con todo el orgullo. Vosotros, los abogados, tenéis la capacidad de actuar sin límites, como un pajarito escondido que respira mucho por la nariz y sale escapando sin saber por qué lo hace. Ésa es vuestra manera de resistir y de sobrevivir. ¿No te preguntas por qué insisto en deshacerme de la vida? (Ríe). No quiero. Para mí, la vida es la que da a luz espontáneamente a la muerte.
Abogado: A menudo me encuentro ante personas que desean la muerte y yo las salvo.
Reclusa: Pues conmigo estás perdiendo el tiempo, señor mío… ¿Cómo era tu nombre?
Abogado: Tawfik.
Reclusa: Regresa con los que te han enviado.
Abogado: Estoy seguro de que bromeas y de que te remuerde la conciencia, como a tantos otros.
Reclusa: Apunta en tu libreta que no quiero vivir, ni pretendo hacer nada que me devuelva a casa sana y salva… Todo lo que intentes conmigo será inútil. Vienes cada tarde, tocas la puerta de la celda y utilizas todas tus habilidades en el interrogatorio. Coges tu vieja libreta y me haces las mismas preguntas: «¿Cometiste un asesinato?». Y yo te contesto que sí. «¿Mataste a tu esposo?». Y yo te contesto que sí. «¿Lo pillaste con tu amiga en la cama?». Y yo te contesto que sí. ¿Es correcto acaso, señor, que tu esposo escoja a una de tus amigas más cercanas para acostarse con ella? ¿Estuvo mal que le pegara un tiro en la cabeza a mi esposo y dejara que mi amiga huyera corriendo desnuda? Créeme, podía haberla matado pero la dejé libre, que pesara sobre su conciencia. ¿Tú qué opinas?
Abogado: ¡No lo sé!
Reclusa: No me creerás si te digo que a punto estuve de matarla. La encontré tapándose la cara con las manos, preparada para recibir el disparo de mi pistola después de haber visto a mi marido desangrándose en el suelo. Lo cierto es que dudé si acabar con su vida como hice con la de él. ¡Tuve piedad! Aunque no lo considero piedad, es más bien ese sentimiento misterioso que aparece en los momentos de confusión. Al inhalar la pólvora aparece esa piedad y te sacude profundamente por dentro… Te juro que mi amiga estaba delante de mí completamente desnuda, como un pájaro mojado que pide clemencia. Ay, si le hubiese volado la cabeza… Siento que me equivoqué. ¿Tú qué opinas?
Abogado: ¡No lo sé! Baya, todo esto es un disparate.
Reclusa: ¿Un disparate? ¿Por qué dices eso? ¿Es un disparate que alguien mate a una persona y que apunte a otra para matarla? Eres un fracasado.
Abogado: Mis disculpas.
Reclusa: No. No olvides que los sentimientos tienen límites que escapan a toda descripción. Apúntalo todo en tu libreta. Mientras le cortas la cabeza a la víctima, puedes amarla y odiarla a la vez. Venga, apunta eso en tu libreta. Mi nombre y el color oscuro de mi pelo te conducirán hasta la asesina. Tengo la sensación de que esa libreta es toda tu agujereada imaginación, la que acabará contigo, por cierto. Tu libreta me recuerda la del cartero del barrio. Pasaba cada día con ella bajo el brazo, recorriendo las callejuelas y llamando a las puertas para preguntar: «¿Tenéis alguna carta de alguien?». Todos le respondían a la vez desde el otro lado de la puerta: «¡Largo de aquí, depravado! Aquí sólo estamos nosotros». Tú eres de ese tipo. Sólo te sientes satisfecho cuando te hablan desde el corazón crudo. Pues yo te lo digo bien claro: no quiero seguir viviendo.
Abogado: Baya, cálmate, ahora mismo estás muy nerviosa.
Reclusa: No hay duda de que tú buscas algo, pero no lo vas a conseguir. Me da pena que hayas escogido mi caso.
Abogado: No estoy de acuerdo contigo, las probabilidades no son inamovibles. Pienso mucho en ti. En el fondo estás convencida de que eres culpable y esperas tu castigo.
Reclusa: ¿Cómo? ¿Una mujer puede meterse en tu cama y quedarse tan tranquila? Mi esposo es el verdadero criminal. ¿Se lleva a una mujer a la cama y espera que yo no reaccione?
Abogado: Yo quiero desvincularte de todo eso y conseguir tu absolución, pero tú no tienes el coraje para decir que no lo has matado.
Reclusa: ¿Cómo voy a mentir?
Abogado: No me refiero a eso.
Reclusa: ¿Y a qué te refieres?
Abogado: A que lo niegues.
Reclusa: Te he repetido mil veces que si mi esposo regresara lo estaría persiguiendo hasta acabar con él. ¿Dónde está el engaño, señor mío? ¿En qué se acierta y en qué se falla matando a un hombre en toda su elegancia? A vosotros, los abogados, lo que más os preocupa es que el acusado quede impune. Lo protegéis y después os llena de regocijo el haber conseguido salvarlo de la horca. ¿Sabes que estás dilatando esta broma más de lo debido y que pierdes el tiempo conmigo? Es mejor que te marches en vez de estar aquí conmigo. Mañana vendrán los guardias, me sacarán de aquí, me amordazarán y traerán a otra en mi lugar. ¿De qué te extrañas? Mi papel acaba ahí. Y tú estás convencido de que soy culpable. Te lo guardas dentro porque quieres liberarme.
Abogado: ¿Por qué te lanzas a juzgarte a ti misma de ese modo?
Reclusa: ¿Cómo dices?
Abogado: Muchos asuntos necesitan reflexión y unas leyes que los definan. Es absurdo simplificar el asesinato y considerarlo un delito común.
Reclusa: ¿En qué estás pensando?
Abogado: Ya lo sabes.
Reclusa: No voy a salir contigo.
Abogado: Lo que quiero decir es que, aunque muchas veces uno deba oponer resistencia, no hay que rechazar los consejos que se le ofrecen. Baya, hay soluciones para todo. Una de ellas es que tú no has asesinado a nadie, por la simple razón de que a él lo encontraron muerto en la cama.
Reclusa: ¿Cómo?
Abogado: Se lo encontraron muerto, ¿qué hay de extraño en ello? Podría ser que tu esposo estuviese limpiando su pistola cuando, por accidente, una bala salió disparada y acabó en su cabeza. No veo por qué no lo van a creer.
Reclusa: Pero es un crimen que he cometido con mis propias manos.
Abogado: Lo sé.
Reclusa: Entonces déjame.
Abogado: No eres libre para decidir, estás ante la justicia.
Reclusa: Tu justicia.
Abogado: Déjame terminar.
Reclusa: Mire usted… hay personas que no escarmientan, y yo soy una de ellas. La persona que escarmienta es porque imagina su final. Se sienta en una silla y mueve las piernas mientras recita en voz baja las últimas azoras del Corán buscando el refugio de Dios. ¿Cuánto tiempo pasará esa persona balbuciendo de pánico? En esa situación, ¿qué diferencia hay entre morir y seguir vivo? No sentir más que tu propia belleza. Tener que dejar caer la cabeza entre las manos de pura extenuación. Torturarte con un problema espinoso. Dormir solo, con la espalda al aire. Que a tu lado sólo quede tu perro malcriado. Que te despierte el vecino y venga, arriba, que ya has perdido todo el día. Todas las cosas, de principio a fin, son rehén de tus ideas fijas. Dime tú cómo puede una alegrarse con todas esas cosas. Con todas esas cosas reales que una ya no puede tener. La muerte te utiliza como si fueses papel higiénico y se deshace de ti. Sólo te queda salir a la calle y gritar: «¡Proteged el agua! ¡Proteged el agua!». Se han podrido todos los estanques. La fraternidad ya sólo existe en la imaginación. Tu sueño te guía hasta que te pegas contra el suelo y gritas: «Abrazadme… Abrazadme…». Observas a los demás y en lo que se han convertido. Tú eres una calculadora de bolsillo. Todos van detrás de ti en silencio, esperando que seas el primero en hablar, y se callan para escucharte a ti. Es una tragedia salir siendo una mercancía y que ellos te dejen tu tiempo para que puedas escogerlos con cuidado, porque saben que mañana vendrás voluntariamente y les comprarás a ellos. Te gritan desde la ventana de la tienda: «Canalla, no te pongas triste, te tenemos bien agarrado del cuello». Eres parte de una pila de pertenencias que llevas encima. Eres un instrumento, como una tarjeta sim, como el lema de la constructora impreso en tu camiseta. Conduces tu propio coche pero no llegarás lejos. Eres el que aceptó negociar y vivir metido en un frasco del que nadie se acuerda. ¿Tú me entiendes? (Comienza a gritar y después se desmorona). No se te acerca un hijo si no lo obligas. En la calle, la gente se ríe. Hay una mujer que lleva a su hija al vendedor de boletos y le dice: «Quédatela, a cambio de que nos lleves, bastardo». El vendedor de boletos sonríe enseñando los dientes y se la queda. La niña siente en la mejilla el olor a sudor del vendedor y el humo del tabaco barato. Y cuando la niña ve que hay otro que apuesta por ella en el patio del colegio, se esconde avergonzada detrás de la pared y acaba huyendo. Pero la vida la encuentra, la abraza, la acaricia y, un día, le dice: «Tienes que pagarme los favores que te he hecho». Dime si eres consciente de todo esto desde el principio. La muerte es la muerte, sin más, y no hay diferencia entre el último suspiro de éste o de aquél.
(Silencio).
Abogado: Lo destruyes todo.
Reclusa: En absoluto. Todo lo contario. Lo que hago es construirlo todo.
(Silencio. La Reclusa empieza a sentir frío y se cruza de brazos).
Reclusa: ¿Les has dicho que bajen el aire acondicionado?
Abogado: Quieren que te congeles.
Reclusa: Tengo frío.
Abogado: Se lo comunicaré al salir.
(Se oye la cerradura de la puerta, entra el Guardia y se queda parado).
Guardia: La visita ha terminado.
(El Abogado se levanta, vuelve la cabeza hacia ella y señala los pasteles que ha dejado a su lado en la cama).
Abogado: Cómete los pasteles.
(La Reclusa mira la caja y asiente con la cabeza. Sale el Abogado. Se oye la cerradura de la puerta al cerrar y los pasos del Guardia alejándose. La luz que ilumina a la Reclusa comienza a bajar de forma gradual. Ella permanece sentada en la cama de hierro, comiéndose un pastel. Telón).
Traducción del árabe de Nabil Mansour y equipo de la Escuela de Traductores de Toledo.