33 / Carmen Ávila

 

Cuando niña el afilador pasaba por mi casa
su silbato de pájaro desafinado trinaba 
«eeeel a-fi-lador»
con las parecidas escalas de la música del camotero
mi madre sacaba sus tijeras de costurera
tan desgastadas por lo grueso de los géneros
que hacían crecer granos de agua en sus dedos
o mi abuela los cuchillos y hachas
que degollaban la inocencia de cabritos y conejos
El hombre con su rueda de bicicleta lustraba el metal
un fuego incipiente nacía para morir en la chispa
más breve que un cerillo en huracán
su fuego más delgado que el cabello del sol
en invernal eclipse
A los 33 Buda predicaba en Benarés
sobre la cesación del deseo
y a esa misma edad Jesús 
el sermón del amor en Judea
A mis 33 todas las parábolas amatorias
son alfileres sin punta
que no puede encajarse en ninguna tela
Tal vez por lo que me dolió mi primer hombre:
manojo de alfileres en la espina dorsal
vudú dentro de mí 
para un alfiletero nuevo
al que le insertaban navajas 
Ahora a los 33
me habían dicho o prometido
(Da lo mismo)
que la vida sería diferente
que existía eso de amarse los unos a los otros
el primer amor como la tierra prometida
el primer amor como el nirvana
pero si hasta el metal más filoso se desgasta 
el amor se desfila por su propio desuso 
y ni siquiera me ha ampollado del todo las manos 
cortando cueros y la pana y mezclilla más dura
creyendo que eran seda
el primer amor como producto de una chispa 
que murió creyéndose llama
el filo que se extingue antes de que le saquen punta
los microscópicos fulgores que no producen las chairas
33 años y el amor no me ha iluminado
y el deseo tampoco ha cesado.

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